Zapal es el experimento necesario para comprobar que hay vida más allá de las grandes capitales musicales y sus festivales. Pero organizarlo en una ciudad como Saltillo no es cosa fácil.
Por: Luis Bernal
El Festival Zapal nos demostró en su edición 2017 que cuenta ya con muchas ventajas en la región, y encontrar motivos no fue difícil. Con un público mayoritariamente treintañero y con apenas tres años –contando la edición próxima– este festival es el experimento necesario para comprobar que hay vida más allá de las grandes capitales musicales y sus festivales. Pero organizarlo en una ciudad como Saltillo no es cosa fácil. No lo digo yo, pregunten a cualquiera que se haya arriesgado a hacer un evento; desde una tocada en un patio hasta un concierto en el estadio de beisbol. Si a esto le sumamos la competencia, a festivales ya consolidados en Monterrey que hacen firmar a “sus” artistas contratos que les prohíben tocar en lugares de menos de 200 kilómetros a la redonda en al menos dos meses previos y posteriores a la presentación en ese festival (saludos Cafeta). En serio, ¿qué chingados hay a menos de 200 kilómetros? Correcto: Saltillo, Coahuila.
La crisis y las tendencias socioculturales cambiaron el consumo de la música en vivo. No me imagino a este pequeño grupo de amigos el día que se les ocurrió hacer un festival, tampoco me imagino la sorpresa que se encontraron a la hora de segmentar, de buscar un target. No sólo hablamos de los asistentes, que son lo principal, también están las marcas que buscarán (o no) anunciarse, y por supuesto los permisos, el espacio.
La capital coahuilense tiene un antecedente de principios de milenio llamado Saltirock. Aquella vez fueron Los Estrambóticos, Panda, Guillotina, Inspector, Plomo y Niña los que llegaban como estelares a un lienzo charro que quedó con menos de la capacidad del cupo y seguro con un montón de deudas a los organizadores aquel 7 de Julio de 2001. La primera edición de Zapal tuvo poco más de dos mil asistentes, una cantidad triste pero significativa tomando en cuenta que el pasado Fósil Rock Fest no asistieron ni 900 personas. El año pasado fueron casi 15 mil quienes disfrutaron de una de los paisajes más espectaculares que he visto en la ciudad, ah, y de la música, por supuesto, Zapal demostró que la necedad se había quedado ya en ellos y comenzó su camino a la consolidación.
El público saltillense está acostumbrado a eventos gratuitos, a festivales del gobierno que no les cuestan más que el trasporte, así que siempre hay quien cuestiona los precios y la ubicación. Debo comentar que en Saltillo lo más céntrico para un evento de estas magnitudes es el estadio de beisbol o la cancha de futbol que está al lado, pero la comodidad y la libertad de movimiento que ofrece el recinto donde se realiza es inigualable. Aún así gran parte del público local menosprecia el trabajo hecho en casa y por eso no me sorprende enterarme que la venta de boletos para la edición 2018 se está concentrando en otras ciudades. Desde Monterrey, San Luis y Guanajuato, hasta la Ciudad de México cuentan tours organizados por agencias que ya están más que listos para arribar a las orillas de la Sierra Zapalinamé a disfrutar de este festival que no sólo tiene música: La oferta incluye dese temazcales hasta una zona donde la cultura y el arte terminan por arropar cálidamente a cualquiera que la visite. Este año hasta un cortometraje animado se está produciendo para la celebración. Vamos, la organización no se queda corta por ningún motivo, aún con los desaires de los locales, muestran una vez más una sinergia que augura éxito y modelo a seguir: el acontecimiento y la experiencia.
Con la caída de la industria discográfica, los conciertos y festivales son la mejor salida de los músicos para sobrevivir, este pudiera ser otro pretexto ideal para apoyar a los grupos que nos gustan, estar presentes y retribuir un poco lo que se nos ofrece.
Los grandes festivales llevan ya sus ventajas, pero hablar de otros, como Zapal, es necesario, hay que llevar un registro del crecimiento y los avances, porque este factor es fundamental para entender la importancia de estos eventos como dinamizadores turísticos y culturales de muchas poblaciones. Por eso es comprensible que estén colaborando casos de éxito y perseverancia en la ciudad: productores, artistas visuales, promotores culturales y músicos.
Hacer un festival en Saltillo sin perder la cabeza puede sonar difícil, pero esta gente lo está haciendo y muy bien. Ya nadie duda que la música se convirtió en un excelente motivo para viajar. Para los artistas emergentes es una oportunidad de promoción importante, y para los extranjeros una valiosa experiencia de aprendizaje. Y para quienes ya asistimos, podemos volver a cruzarnos con algunas caras conocidas y escuchar propuestas diferentes a las que nos llevaron ahí.
La organización de Zapal está consiguiendo empatizar con los asistentes y con los artistas, y ser un miembro más en el núcleo donde el festival mantiene su fuerza, aunque como se dice: nadie es profeta en su tierra, por ahora.