(Advertencia: spoilers)
Ya no estoy aquí comienza dando la definición de “terco” y te ubica geográficamente en la sierra de Monterrey. Fernando Frías de la Parra, en su segundo largometraje (disponible desde el miércoles pasado en Netflix) cuenta la historia de Ulises Samperio, un joven de diecisiete años que pasa sus días bailando cumbias con su pandilla “Los Terkos” hasta que un malentendido con un cartel local lo obliga a huir a Queens, Nueva York, dejando a su grupo de amigos y familia mientras lucha por conservar sus rasgos de identidad.
Dentro de la actitud casi ecuánime de Ulises, sus vivencias en Queens y sus recuerdos de la sierra, la historia deja ver importantes rasgos del kolombia regiomontano, su entorno, influencias y desafíos. Pero ahí no acaba la cosa. El impacto en la cultura pop es evidente y con el gusto ya roto en géneros, espero las siguientes observaciones puedan brindar algo de luz sobre mi percepción de la película:
Resistencia y terquedad
Si bien la imagen (el peinado, la vestimenta), el lenguaje y el grupo de amigos son algunos de los rasgos más representativos de la identidad del kolombia, la música y el baile se convierten en elementos de resistencia. De terquedad en un entorno donde lo demás se ha perdido. El lenguaje y la jerga característica de Monterrey son una barrera al llegar a un lugar donde el español es mixto entre tantas nacionalidades hispanas, y las traducción literal de sus expresiones pierde toda coherencia. La vestimenta de ropa “tumbada” también se pierde al tener que usar ropa de trabajo en la vida cotidiana.
El peinado es uno de los elementos que es parte esencial del orgullo kolombia. En sus recuerdos vemos cómo corta y peina el cabello del Sudadera. En Queens también arregla su cabello y pinta el de Lin, e incluso busca trabajo infructuosamente en una peluquería. Cuando finalmente corta sus patillas y fleco queda patente la importancia del pelo a nivel simbólico, ya que posteriormente espera su deportación bajo el nombre de “Sinferias Asecas Ulises”, omitiendo los apellidos que lo atan a la familia que condenó su regreso y borrando al Ulises Samperio de los registros. Él ya no está.
La música es parte del vínculo fraternal que tiene con sus amigos. La cumbia, los paseos vallenatos, los porros y las rebajadas son los géneros que guarda dentro del dispositivo mp3. Estos géneros fueron adoptados en algunas zonas de Monterrey desde mediados de los ochenta y principios de los noventa, cuando hubo un auge de grupos de jóvenes denominados kolombias, quienes venían de las sierras y escuchaban los géneros caribeños con su rítmica y temas afro-campesinos. Por medio de la radio estos grupos comenzaron a mandar saludos y dedicatorias como muestra de ostentación territorial.
La música va de la mano con la imagen kolombia y de manera simbiótica con el baile. Aquí es donde radica la terquedad. Su gusto y habilidad en el baile es lo que lo hace reconocido incluso desde que era niño. Es lo que sueña constantemente (tanto dormido como despierto) en Queens; es también su primera opción para hacer dinero y es lo que al final lo vincula a su esencia, cuando ya ha perdido sus otros rasgos de identidad.
El factor guerra
Dentro del desarrollo de su historia se presenta como trasfondo la guerra contra el narcotráfico en el noroeste de México (2008 – ?) y la entrada del ejército en las calles como solución. Este acontecimiento, que puede no ser explícito para algunos, ayuda a fijar el tiempo de la historia (2011), y aporta otra perspectiva, ya que presenta a Ulises y a los Terkos como los “chicos buenos vs ciudad mala”, víctimas de un narcotráfico que afectó sus vidas y su círculo fraternal.
Al regresar a la sierra Ulises puede ver la procesión fúnebre de su amigo Isaí, quien se había unido junto con Pekesillo al cartel. La Chaparra, embarazada, lo llora. Pekesillo dice unas palabras en honor a su amigo; luego dispara al aire y la banda toca cumbias. Ulises traga saliva, apartado. Sus amigos ya no están ahí. El grupo que se juntaba a escuchar música y bailar, donde encontraba parte de su identidad, también desapareció junto con cualquier esperanza. Su destino iba a ser el mismo aunque se hubiese quedado.
No hay héroes, solo un fantasma
Muchos van a querer encontrar (con mucha decepción) en la historia de Ulises a un héroe que regresa a su lugar origen con el sueño americano roto y la búsqueda de redención bajo el brazo. Pero Ulises rechaza su oportunidad con Jeremy, quien le ofrece asilo y una posible vía para cambiar su vida. Ahora el vago que cuidaba como un fantasma el barrio lo acompaña y le ofrece de su caguama. Así, Ulises puede sumergirse en el único rasgo que le queda: la música y el baile, mientras ignora la ciudad desconocida que se hunde en hostilidad, ciudad que alguna vez habitó y que ahora le quitó casi todo.
Ya no estoy aquí no es esperanza, no da romance y mucho menos diversión, es una ventana abierta a lo que muchos ignoramos o (en el peor de los casos) damos por sentado. Una ventana al folclor urbano que creció dentro de los barrios, resultado de las migraciones culturales de cientos de personas que desarrollaron una identidad, una jerga para comunicarse y adoptaron una música que los representara. Así Ulises baila con la terquedad del fantasma encadenado a un lugar que ya no le pertenece. Hasta que se acaba la batería del mp3.
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