Por el confinamiento, me he propuesto a leer dos libros por semana, cosa que no podía hacer anteriormente por el trabajo y las prioridades de las rutinas mundanas. El ejercicio se extiende a altas horas de la noche, y ha producido muchas sesiones de escritura de seguimiento, formando un combo perfecto de uno a dos. Iré, poco a poco, recomendado los libros zarpados.
El texto que estoy estudiando actualmente es The Adding Machine: Collected Essays (John Calder, 1985) de William Seward Burroughs (El Tío Bill). Se trata de una colección de ensayos, que abarca unas 240 páginas de observaciones muy perspicaces sobre libros, películas y artistas varios, además de obras propias del autor, filosofía, etc. Es una lectura obligada para cualquier persona interesada en saber más sobre el enigma o leyenda negra que fue su autor.
La mayoría de los ensayos del libro, consisten en discusiones de su propio estilo literario y crítica. En muchos sentidos, sirve como una herramienta para entender su ficción. Si estás familiarizado con su trabajo, te pondrás de acuerdo rápidamente en la premisa de que Burroughs fue un escritor muy empírico (hecho otorgado quizá, por la ingesta de Yagé en lo más profundo del Putumayo). No es fácil ver su trabajo en una conveniencia estándar. Hay demasiados entresijos y pasajes colmados de significado alegórico. La naturaleza grotesco y amoral de muchos de sus personajes prominentes, añade más madera a un fuego de por sí ya poderoso.
Burroughs dedica una gran parte del libro, tratando de esbozar sus pensamientos filosóficos sobre muchos temas como: la telepatía y la política. Una de las preguntas más fuertes en el conglomerado de ensayos, se refiere al arte de escribir. Prevalecen numerosos tanteos sobre la discusión, pero hay uno en particular, que se destaca como un elefante sangrante en la Sabana. El ensayo se titula “A Review of the Reviewer”, y fue concebido como una respuesta a sus críticos y detractores más mordaces. El Tío Bill sabe que los críticos se quejan constantemente de que los escritores carecen de estándares, y que ellos mismos, parecen no tener más estándares que los prejuicios personales para la crítica literaria, pues tales normas existen. Cita a Matthew Arnold (Culture and Anarchy, 1869), quien estableció tres criterios para la crítica: 1.- ¿Qué está tratando de hacer el escritor? 2.- ¿Qué tan bien tiene éxito en hacerlo? 3.- ¿La obra exhibe “alta seriedad”?, es decir, ¿toca cuestiones básicas del bien y el mal, la vida y la muerte y la condición humana?
Burroughs conoce de buena tinta, que la eficacia de las técnicas que un escritor utiliza para lograr un efecto particular, sólo se puede evaluar si uno puede discernir de la obra lo que el escritor estaba intentando (un escritor diciendo que estaba intentando tal y tal… no cuenta). El autor utiliza un ejemplo clásico: se puede evaluar el uso de un metro anapéstico en La destrucción de Senaquerib de Byron, para representar la velocidad con la que todo un ejército se “ha derretido como la nieve en la contemplación del Señor”. Si la intención de Byron aquí no estaba clara, entonces el rápido ritmo de la agitación del poema sonaría pegadizo, pero no tan efectivo y por lo tanto, afectaría nuestra interpretación del éxito del verso.
Un escritor con problemas puede preguntarse “¿Qué es lo que sé?” (…) Sabe lo que es estar contagiado. Conoce la profundidad del dolor y la angustia. Sabe que el mundo es un lugar donde se habita y no. Y sabrá hacer un buen uso de las historias que el mundo le cuenta, si sólo aprende dónde buscar.
Dicho ensayo, contiene uno de los consejos más rotundos que he leído en toda mi vida: «Escribe sobre lo que sabes. Más escritores fallan porque tratan de escribir sobre cosas que no saben que por cualquier otra razón. No sé si alguna vez has visto un espejismo. Me siento razonablemente seguro de que nunca has visto a un hombre morir de ver uno”. (pág. 228)
El consejo implica que un escritor se guíe por las composiciones naturales de su entorno. Ofrece una traza de la razón por la que muchos escritores no se “desarrollan”. Es típico de un aspirante a escritor, crear un universo vagando más allá de sus experiencias (lo dijo Burroughs, que sabía usar bien el rifle y se codeaba con la Muerte). El mensaje es una invocación a la terminación de estos deseos, y una llamada a un enfoque más pragmático de la escritura.
Un escritor con problemas puede preguntarse “¿Qué es lo que sé?”, como un medio para hundirse aún más en un pozo de incertidumbres, pero un momento expedito para ablandarse e interpretar el significado detrás de la frase, puede llevarlo a concluir que de hecho, sabe mucho acerca de una millarada de cosas. Sabe lo que es estar contagiado. Conoce la profundidad del dolor y la angustia. Sabe que el mundo es un lugar donde se habita y no. Y sabrá hacer un buen uso de las historias que el mundo le cuenta, si sólo aprende dónde buscar.
Con este libro como guía de muchas de sus obras de ficción, el lector se queda con la claridad muy necesaria. Sin embargo, urde muy poco para obstaculizar la mística que rodea a su personaje (quizá no la descifraremos nunca). Sigue siendo una figura enigmática con un sentido muy retorcido de la realidad. Aquí es donde se encuentra gran parte de su naturaleza convincente, y de la tuya, y la mía…