¡Qué se le va a hacer! El ensayista español Rafael Sánchez Ferlosio –casi en el mismo sentido que Umberto Eco- ya había advertido que este asunto de la hegemonía de las redes sociales y la vida web nos colocó a merced de los opinadores. La fórmula se reduce a: estoy conectado, tengo derecho a opinar. En ese orden lógico: ¿para qué se requiere entonces al periodismo especializado? ¿por qué acudir a la prensa escrita cuando un youtuber puede resolver casi cualquier duda?
Y es que incluso lo que ocurre en las revistas impresas también se convierte en carne de cañón de chats y cotilleos virtuales. ¿Cuántos de los opinadores a propósito de la portada que otorgó Rockdelux a J Balvin son lectores habituales de la publicación catalana? Muchos ni la leían, ni lo harán en el futuro, pero se sumaban a la encendida polémica (¡Es mi derecho de opinar!, alegan).
Tan sólo a los ingleses les parece que el futuro de las revistas impresas está asegurado (eso se asevera en un artículo reciente), el resto de las publicaciones del mundo luchan por sobrevivir y para ello deben tomar decisiones estratégicas. Por mucho que se defienda el romanticismo juvenil y se tenga una postura ante la música como forma de arte, tampoco olvidemos que esto es un negocio en el que las alianzas estratégicas son muy importantes: primero aparece una portada escandalosa pero legitimadora, y luego se anuncia al colombiano en lo más alto del Festival Primavera Sound. Negocio redondo. ¡Así de simples las cosas! Aparentemente.
Valga toda esta digresión para señalar que mucho de lo que está pasando en torno a la industria de la música, las revistas y los festivales parece evidenciar un encontronazo entre la llamada “vieja escuela” y la más urgente actualidad (¿post-millennial?); dos momentos que interactúan con tensión y que mantienen una riña permanente. En el presente casi todo es volátil, instantáneo, instagrameable y escueto en contenido. El modelo que se pretende imponer se basa en la coyuntura del instante: ¿cuánto le durará a Roma la celebridad? ¿Nos acordaremos de la tipa que asistió a unos premios de cine disfrazada de muralla?
Por supuesto que J Balvin es una figura más importante que el trapero español Yung Beef, de ahí que la comidilla de redes no fuera tan intensa cuando Rockdelux le dio la portada del mes de febrero; ¿O acaso el sector radical de la vieja escuela se ha ido amansando? Ahí hay otro punto para revisar posteriormente. Pero a la hora de pasar al asunto de los festivales (con el tufo del Vive Latino 20 años flotando en el aire) es preciso remontarse al número de enero de tan influyente revista. En el especial que revisa lo mejor del 2018, y con una ilustración de Rosalía en la portada, se abre con un estupendo editorial a propósito de los 40 años del Festival Les Trans Musicales, que se celebra en la ciudad francesa de Rennes.
Por supuesto que cada Festival es absolutamente libre de tomar el rumbo que mejor le parezca, pero no deja de mostrarse de verdad sorprendente lo que se puede anotar acerca de la vocación del encuentro francés: “Salvajemente heterogéneo, es además un festival que reúne otras muchas cualidades: interclasista e intergeneracional, familiar y vanguardista, gourmet y outsider”.
El texto de Luis Lles todavía va más a fondo: “Les Trans Musicales constituyen una bendita excepción que privilegia la creatividad y la inextinguible llama de la emergencia por encima del brillo de las estrellas”.
El punto es: siempre brotan las comparaciones. Por supuesto, que todos aquellos que no conozcan de lo que ocurre en Rennes, buscarán descalificarlo pensando que se trata de un evento pequeño; nada de eso, el promedio anual de asistencia es de sesenta mil personas. Cierto, el Vive Latino es mucho más grande, pero siempre es oportuno preguntarse: ¿considera importante el Vive la convivencia de clases? ¿Poner un área infantil lo hace de verdad una experiencia familiar o las aglomeraciones peligrosas siguen imponiéndose? No creo que se le vincule con lo vanguardista, lo gourmet ni lo outsider; a los organizadores les encanta moverse entre el espectro de lo más convencional para no correr riesgos.
En el Vive Latino siempre van a lo seguro; incluir a Los Ángeles Azules, Los Tigres del norte o Bronco no implica ningún tipo de riesgo. Tan sólo alimentan a la caja registradora. El tener la certeza de que cualquier cosa que programen será bien recibida les ha llevado a tenderse en la hamaca a revisar las cuentas y a no preocuparse por exprimir a fondo la creatividad. ¿Santana como algo relevante a estas alturas de la historia? ¡Si ya es un guitarrista muy guadalupano y conservador!
Mirando a la distancia el momento en que surgió el Vive Latino, encuentro que durante el fin de siglo todavía formaba parte de un instinto diferenciador; asistir a él te alineaba en cierto “lado de la fuerza” (en el otro se encontraban los charros timbiriche y otros luismis). Ese carácter diferenciador se ha perdido y en el momento presente todo da igual. Porque, curiosamente, lo que se busca imponer es un principio de uniformidad, es decir, que tengamos una supuesta amplitud tal que a todos nos guste lo mismo y nadie chiste. Se ofrece una ensalada alucinada en la que todo cabe con la intención de que cada quien se quede con el ingrediente que más le guste. Es como si se prolongara ese dicho callejero: ¡pero si estamos chupando tranquilos! Una idea tramposa de inclusión.
A los pocos años de existir, aquello de “Festival de Cultura Musical” se quedó en un epíteto que protege cualquier decisión que tomen. Dejaron de lado la construcción de una ética y personalidad sonora y pusieron por delante el negocio (de un tamaño impresionante por donde se le mire).
No hay mucha diversidad cultural plasmada a lo largo de los años; pocos países concentran la mayor parte de los elencos. Todo muy predecible. Pero en lo que no han contribuido de plano es en el desarrollo de talento en busca del relevo generacional. ¿Acaso no entienden que las gallinas de los huevos de oro se les están haciendo viejas? ¿Qué harán cuando se mueran? ¿Recurrir a hologramas como en Coachella?
Cierto, cada cabeza es un mundo. Pero, ¿qué se hizo al respecto en Les Trans Musicales?: “Desde hace una década decidió no programar estrellas ni cabezas de cartel, apostando únicamente por nuevos, y por lo general, desconocidos nombres”. Lo mejor es que les ha funcionado.
Pero a la hora de buscar explicaciones para tales determinaciones es la gente involucrada la que marca la diferencia. El Festival de Rennes está a cargo de Jean-Louis Brosard, quien ha sido definido como “un incurable enfermo de melomanía”; un hombre que a los 65 años de edad se niega a jubilarse y que siempre ha puesto en claro su postura: “lo que más le interesa es compartir los descubrimientos con el público, dado que ama a los artistas que programa en un 500%”.
No se puede ocultar cuando un hombre se apasiona por su proyecto de vida; no todo le puede dar igual. A fin de cuentas, una curaduría bien hecha siempre aporta una direccionalidad y constituye un discurso en sí misma. Eso hace tanto que ya no lo tiene el Vive Latino, si alguna vez lo pretendieron.
Mucho se podría hacer en pos de una auténtica sorpresa en el plano creativo y artístico con motivo de los 20 años, pero queda claro que no hace falta generarla cuando el público se conforma de más de lo mismo; se trata de un amplio sector que desafortunadamente se muestra comodino y acrítico. ¿Cómo pueden regodearse con el Rock en tu Idioma Sinfónico y conmoverse hasta el llanto con canciones sobadas hasta el hartazgo?
Será que todas las comparaciones sean inexacta y hasta un tanto morbosas; pero uno como consumidor avezado siempre las hace. ¿Por qué conserva Glastonbury su parte épica? ¿A qué se debe que el Sonar siga marcando tendencia de “música avanzada? Se trata pues de defender una postura, unos principios y una manera de entender las cosas; de lo contrario tan sólo permanecerá la misma fórmula que convoca multitudes, pero que no evoluciona conceptualmente. Todo sea porque la fiesta no se detenga y el flujo de capital no dejé de manar.
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