El Vive Latino (Festival Iberoamericano de Cultura Musical) es, sin lugar a dudas, uno de los más importantes festivales masivos en el mundo y, a diferencia de buena parte de los festivales más conocidos, éste tiene una línea curatorial diferenciadora: la idea de incorporar artistas predominantemente latinos.
No obstante, con 20 años de historia, y a pesar de haber mostrado indicios de renovación hace algunos años, hoy vive de nostalgias y propuestas curatoriales evasivas con respecto a la realidad y presente de la música popular «alternativa» latina (e incluso global). Es risible que artistas como J. Balvin o distintos exponentes pesados del género urbano latinoamericano no se hayan presentado como estelares en el festival (no hablemos del rechazo irracional al pop como etiqueta o género, que no como sonoridad, porque buena parte de lo que se escucha en el festival es pop).
Sobre todo es risible porque en su lugar se sigue apelando ya sea a la nostalgia (headliners de largo aliento, que es lógico, pero no puede ser lo único), a la pseudo inclusión internacional (con headliners predominantemente anglo, muchas veces también apoyándose en la nostalgia o por meras agendas de giras) o a una tibia “tolerancia” (incorporando estilos y artistas «aceptados» a medias, como los Tigres del Norte, los Ángeles Azules o Bronco; y digo a medias porque tampoco el festival construye una postura real con respecto a estos géneros populares, y además dejaron ir el escenario sonidero). El panorama latino lleva más de una década en constante expansión y diversificación global, y esto no se ha reflejado en la evolución de la curaduría del festival.
Ojo, no estoy en contra de la incorporación de los exponentes antes mencionados, todo lo contrario, y mucho del cartel para celebrar estos 20 años se puede explicar como una forma de “homenaje” a sus principales exponentes a lo largo de su historia. Sin embargo, se nota una clara evasión, por una parte, de reconocer un presente musical latinoamericano (insisto, se ha hecho espacio al género urbano a regañadientes), y por otra, se aprecia también el hecho de que, si bien ha habido aproximaciones interesantes (reconocer el crecimiento de Carla Morrison o Mon Laferte), también ha habido decisiones torpes (como no reconocer la cualidad de headliners de Inspector o Kinky, y, me atrevo a decir, Enjambre, prefiriendo irse a la segura en lugar de apostarles y, en el proceso, impulsar una cualidad que de por sí ya les da el público).
Aclaro, el Vive Latino es el festival musical que más estimo, y creo que nada tiene que pedirle a un festival en cualquier otra parte del mundo, pero se nota cierta renuencia y actitud conservadora al voltear a otras “culturas musicales”. Si bien ciertos nombres pueden ilustrar lo contrario, hay que leer los carteles como un discurso integral, de fondo. Y, a diferencia de hace unos años cuando buscó renovarse, hoy día se aprecia conservador, tibio. Es decir, si bien hay guiños de apertura, no han sido respaldados a mediano plazo, ni con discursos ni con acciones.
A 20 años de historia, el Vive Latino ha fallado en mantenerse como el marcador de tendencias que alguna vez fue, y en el proceso otros festivales comienzan a pisar sus talones, teniendo mucha menor trayectoria. ¿Por qué? Porque dichos festivales no toman como eje criterios de un público desarrollado hace 20 años, sino que apelan a las inquietudes y gustos de los públicos contemporáneos. Claro, tiene que haber equilibrio, pero no hay tal en los carteles de los últimos años del festival.
Finalmente, si consideramos que una generación se consolida entre 10 y 15 años, hablamos ya de dos generaciones lejos de lo que en un inicio fue el festival. Curiosamente, este año el Coachella también cumple 20 años, y basta comparar los carteles de ambos festivales para entender cuál de los dos está más sensibilizado con respecto al devenir de su público y el crecimiento global del ámbito musical latino. Pero bueno, celebremos dos décadas del Festival Iberoamericano de Cultura Musical para el adulto contemporáneo (y cuyo cartel en esta ocasión es principalmente machín, por cierto). En el fondo sigo apreciando la admirable labor de la organización, pero es momento, creo yo, de dejar de tener una actitud tibia en cuanto a su curaduría.