La celebración del vigésimo aniversario del Festival Iberoamericano de Cultura Musical Vive Latino, mejor conocido como Vive Latino (VL), invariablemente mueve a la polémica. Es un espacio que se puede ver desde distintas ópticas y, evidentemente, por el lado de la festividad, siempre será un éxito.
Hay tres quejas frecuentes acerca de su realización que resaltaré. La primera, repetición de headliners; segunda, la inserción de grupos ajenos a la cultura del rock —los organizadores amparan su decisión en el nombre oficial del festival y no siempre asumen que si éste ha arribado a las dos décadas ha sido gracias al soporte del público de rock—; tercera, la pérdida de espacios.
Se dice que la reiteración frecuente de grupos estelares se debe a la ausencia de nuevo talento con la solidez necesaria para fungir como cabeza de cartel y se señala como responsables de esto a las discográficas por no haberlo desarrollado. Hay mucho de razón; sin embargo, como parte de esa misma industria, los organizadores del Festival también han sido partícipes de ello al no haber tenido la suficiente paciencia —como la tuvieron para continuar luego de que la primera edición resultó un fracaso— para formar al público. (En ese sentido el texto de Juan Carlos Hidalgo donde menciona al Les Trans Musicales, aparecido en este mismo espacio, resulta ilustrativo).
Si bien es cierto que hay una máxima que dice que “al público lo que pida”, también lo es que un festival masivo como éste conlleva la posibilidad de crear público y eso se hizo en los primeros años de la Carpa Intolerante, lo que no sucedió con otros géneros como el hip hop o la electrónica, cuyas respectivos espacios fueron efímeros. (En sus comienzos, la Intolerante se caracterizó por presentar un cartel en donde había diversas manifestaciones de rock subterráneo con poca difusión, incluidas las experimentales, pero poco a poco, conforme fue teniendo más éxito, ha pasado a ser un escenario más que solo conserva un poco de su sello primigenio, lo cual considero una pérdida importante.)
Fue la falta de headliners de rock lo que orilló a los promotores a abrirse a bandas provenientes de otros ámbitos (Bronco, Los Ángeles Azules, Los Tigres del Norte, entre otros) y que siempre han contado con sitios para su exposición, mismos que regularmente no comparten con los rockeros. Aquí resulta interesante la labor de zapa llevada a cabo por la industria pues es evidente que la adición de esta fauna fue propiciada por motivos de índole estrictamente comercial: había un “acuerdo” entre las discográficas y la empresa para incluir estos “nuevos” talentos que, paradójicamente “contaban” con el espaldarazo de los mismos rockeros que aceptaban de buena gana colaborar con la Sonora Santanera, por ejemplo, bajo el ridículo argumento de que formaban parte de sus influencias.
Fue también la ausencia de estelares la que llevó a revivir a bandas que hace años no producen nada. Que Caifanes, Maldita Vecindad, Fobia, Santa Sabina (o lo que de ella se presentará) sean los actos que regulan y “dirigen” el rock de este país, no solo habla mal de la escena, también lo hace del público que lo permite. Hoy celebramos no un nuevo disco de Caifanes, sino los 25 años de la aparición del Nervio del volcán; según mis registros, hace una década que Maldita Vecindad no graba un disco con canciones inéditas; el Rock en tu Idioma Sinfónico, el mejor de$cubrimiento de los años recientes, chupa la sangre de los asistentes con canciones que ya dan muestras de senilidad y Santa Sabina —reunión que me genera sentimientos encontrados—, regresa sin Rita Guerrero y Julio Díaz y sin un disco nuevo luego de más de tres lustros. (¡Vamos, incluso The Rolling Stones, la banda más longeva de la escena mundial, que graba cada arribo de un cometa, presenta nuevas grabaciones de canciones en su más reciente producción!)
El movimiento de apertura a otros géneros, en apariencia inocuo, colaboró en el rompimiento de los nichos de mercado y produjo una homogenización que, a mi juicio, es alarmante. (Hace años, en otras ediciones del VL, exponentes como Natalia Lafourcade, Calle 13 o Dover, fueron bajados del escenario por su dudosa filiación rockera. Este gesto, si bien intolerante, habla más de una firmeza de principios que de una cerrazón del gusto; hoy, al fragmentar mercado y propiciar una unificación del gusto, lo que impera es lo políticamente correcto. El triunfo de este eclecticismo ha beneficiado a las discográficas que ahora no venden la música estratificada en estilos sino como un todo único e indivisible: LA MÚSICA.)
Personalmente esperaba más del cartel celebratorio de los 20 años. Si no eran suficientes los headliners aztecas o latinos, bien podría haberse recurrido a uno de corte internacional más fuerte que Santana. Afortunadamente han resistido a la inserción de Malumas, Balvin y demás especímenes que ya cuentan con festivales en los cuales se pueden presentar; acierto del VL de mantener una parte de su identidad al no querer emular a otros festivales mundiales como Coachella.
Hay muchas bandas nuevas en la calle que hacen buen rock y a las que les hace falta difusión, tanto en radio, como en prensa y televisión; esas bandas que necesitan de exposición bien podrían ocupar un lugar en el VL si se hubiera trabajado con ellas con la suficiente paciencia para obtener resultados. Hoy, el VL llega a sus 20 años gracias a que sus creadores, luego de un estrepitoso fracaso, tuvieron fe en una idea y el estoicismo para llevarla a cabo. Hoy también, al arribar a los 20 años, el VL es una bestia gigantesca no fácil de controlar. Escribo desde afuera y aunque hubo un tiempo en que formé parte de su estructura, nunca estuve en los espacios donde se toman las decisiones. Y esas decisiones, buenas, malas, afortunadas, antes de tomarse, se ven sometidas a diferentes presiones. En ese sentido, creo que no obstante lo mucho que deseáramos (la utopía) que el festival tuviera otro rostro, lo cierto es que quienes lo han mantenido hasta ahora han sabido sortear muchas de esas presiones (la realidad); otras no, pero es el precio a pagar por de la institucionalización del proceso. No importan los deseos, el VL ya tiene un rostro, nos guste o no; la utopía es pretender cambiarlo.
No obstante todo lo que se diga acerca del VL, hay una cosa clara que frecuentemente se pasa por alto: el rock mexicano no es el VL, el rock mexicano es aquello que sucede año con año una vez termina el VL e inicia una nueva edición. Ese año, esos doce meses son los que requieren de esfuerzo y atención constante, esa es la realidad sobre la cual es necesario trabajar.