COLUMNAS   

Árido Reino


Barbarismo recopilado ante el presente olvidadizo, o la ciudad desborda sus límites

Abraham Nuncio, uno de nuestros intelectuales contemporáneos, plantea en este clásico, titulado Visión de Monterrey, las reflexiones para conocer y amar a Monterrey adentrándose en su historia antigua y reciente.

OPINIÓN

Dimensión y sentido

Un libro de historia además de atesorar el pasado  siempre pretende estimular un cambio, advertir que hay que hacer algo, tomar un rumbo, actuar, entrar en acción, reflexionar la dimensión y el sentido de los acontecimientos. ¿Qué fue casualidad y qué fue destino? ¿Quién intervino más, la naturaleza o el hombre? ¿Cómo hicieron equipo, a quién tuvieron que enfrentar, a quién le ganaron? ¿Quién los derrotó? Abraham Nuncio, uno de nuestros intelectuales contemporáneos, plantea en este clásico, titulado Visión de Monterrey, que fue publicado por primera vez por el FCE en 1997, las reflexiones para conocer y amar a Monterrey adentrándose en su historia antigua y reciente.

Tal era la penuria reinante

La primera ausencia que Nuncio señala en esta visión es la de los indios, contra los que se luchó desde un principio para su extinción. Según la crónicas además de antropófagos y polígamos, eran glotones, flojos, epicúreos y holgazanes. Irónicamente en la actualidad solo aparecen en dos lugares: el nombre de una cerveza y el escudo de armas de la ciudad (y si somos rigurosos también en la etiqueta de una marca de agua mineral). Cerca de 260 naciones indias registradas desaparecieron ya para el siglo XVIII mediante toda clase de acciones, desde provocar guerras entre ellos mismos hasta la llamada ultima ratio que consistía en envenenarles el agua.

Aquella inmensidad territorial

Monterrey se refunda tras dos intentos o se funda por tercera ocasión por Diego de Montemayor. Su nombre el de ciudad metropolitana obedecía más a cuestiones políticas. En un principio la ciudad tenía más funcionarios que ciudadanos, y tardó muchos siglos en llegar a ser lo que el papel le acreditaba. Todos esos protocolos y esos nombres grandilocuentes no le daban la consistencia institucional necesaria, porque a todo eso se le sumaba la distancia de centros urbanos importantes, la lucha con los indios y los embates de la naturaleza. Además, para acabarla de amolar, no olvidemos las características de sus fundadores, protagonistas todos de crímenes, de escándalos de alcoba y de maniobras palaciegas. En cuestiones literarias podríamos citar obras que ejemplifican y dan cuenta de estas leyendas como El reino en celo de Mario Anteo, la obra de teatro La herejía o los  Carvajales de Sabina Berman, o El pasado Soñar de Gerardo Cuéllar.

El que mucho abarca poco aprieta

Seguiría la disminución de territorio con la creación de Nuevo Santander (hoy Tamaulipas) y Monterrey se perderá en su propio mapa por mucho tiempo. El reino, lejos de la ruta de la plata, no era anhelado para nadie. El perfil urbano comenzaría con la creación del Obispado en 1777.

La defensa (femenina) de la ciudad

Monterrey celebró el 250 aniversario de su fundación de manera angustiante. Un día después, el 21 de septiembre de 1846, las tropas norteamericanas al mando del general Zacarías Taylor, sitiaban la ciudad y aquí me uno al reclamo ¿histórico? Cito a Guillermo Prieto: «¿Porque ingrata no te alza Monterrey un monumento?«, refiriéndose a Josefa Zozaya, una de las figuras femeninas inspiradoras de los defensores.

Los “daños colaterales” con la estadía de casi dos años de los norteamericanos fueron que se creó un clima propicio al comercio la tecnología y los asuntos financieros.

El grupo Monterrey

El resultado de esto dio origen a un nuevo mestizaje de la élite regiomontana con Europa: un grupo de inversionistas y técnicos extranjeros cruzan el Atlántico con el propósito de establecerse en la ciudad y se integran por la vía conyugal a los gobernantes y empresarios nativos e integrados. Hay muchos privilegios, porque algunos de los europeos figuran como representantes diplomáticos. Patricio Milmo el empresario más próspero de la época, llega a Monterrey en 1848. Por primera vez se vería conformada una ciudad, y eso sucedió entre 1790 y 1855.

Inversionistas los nuevos colonizadores

Vidaurri inicia la búsqueda del reino perdido. Controla aduanas, anexa Coahuila a Nuevo León, crea aranceles en 1882, se abre la primera vía de ferrocarril hasta Laredo. En 1887 se establece la primera ley protectora de la industria por el gobernador Lázaro Garza Ayala, pero ya en los años siguientes el gobernador Reyes firmaba concesiones  como si fueran certificados de graduación. En 1890 se funda Cervecería y Fundidora, en 1889 el Banco Mercantil de Monterrey. Algunos historiadores identifican a diez familias emparentadas y algunos de sus miembros participando en sociedades mercantiles entre 1890 y 1910. Siglos antes los fundadores no crearon un grupo dinástico; este surgirá en esta etapa.

La ciudad renueva su rostro

Lo que seguía para Monterrey era salvarse un poco de la Revolución (hablando de la violencia destructiva en otras regiones). La inercia industrial, a pesar de que disminuyó con la caída del Gral. Reyes parecía hacerla inmune. Eso parecía, pero la Revolución iba a donde había ferrocarril…

Llegaron las batallas, las hambrunas, los saqueos, en algún momento la Cámara de Comercio asume el gobierno de la ciudad. La inestabilidad se prolongo hasta la llegada de Obregón al poder.

En 1927 llega al gobierno del estado Aarón Sáenz, el nuevo tipo de político que combina la función pública con los negocios privados de los que darán impulso o un nuevo impuso a la estirpe empresarial. En 1931 se expide la Ley Federal del Trabajo (a la que por supuesto se opusieron los empresarios regiomontanos), y luego algunas luchas sindicales hicieron que el mismísimo presidente Cárdenas se trasladara a la ciudad para advertirle a los industriales que si se sentían fatigados dejaran sus industrias en manos del estado y de los propios trabajadores.

En las elecciones de 1940 los industriales regiomontanos que habían apoyado la creación en 1939 del PAN (Partido Acción Nacional) tras el triunfo del candidato oficial (con sospecha de fraude) hacen un pacto con el régimen favorable a sus intereses. Al poco tiempo tendrían una siderúrgica, HYLSA y un centro de educación superior: el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores, el único con alcances nacionales en el país.

La ciudad es el reino y adquiere conciencia de si misma

En el último capítulo Nuncio atiende a los que verdaderamente le dieron orden a la ciudad. Empieza por Raúl Rangel Frías, quien en 1946, a 350 años de la fundación de Monterrey, interioriza su historia. La conciencia colectiva permite, y esto tuvo lugar 50 años antes cuando por primera vez se celebró la fundación (o sea hasta los 300 años). Rangel introdujo una corriente renovadora en el quehacer cultural de la ciudad y del estado. Nuncio lo cuenta como uno de los dos héroes culturales que ha tenido la ciudad; el otro fue el Dr. Eleuterio González  (Gonzalitos). El recuento es pobre comparado con los destacados industriales que a nivel nacional ejercen influencia. Fray Servando, Alfonso Reyes y Gabriel Zaid en las letras, Agustín Basave en la filosofía, eso hasta el siglo XX. Los del siglo XXI seguramente están en gestación. Llega 1973, y a la muerte de Garza Sada se vuelve a iniciar la construcción del reino. Una década después se conformaba el comité industrial de Nuevo León: 10 hombres, representantes de las empresas más importantes de la ciudad, un club rodeado de no socios. La lista de millonarios regiomontanos en Forbes aumentó después de eso.  Nada es azaroso, termina sentenciando Nuncio e invita a constatarlo en El reyno, que Rangel Frías publica en 1972.

La ciudad da vueltas en mi cabeza, ahora que la conozco más, que la odio más, que la amo más.


Abraham Nuncio
Visión de Monterrey
UANL
2016