La conexión que existe con las canciones de un disco es algo muy especial, más cuando de niño, cursando quinto-sexto año de primaria, en una escuela ubicada sobre la Avenida Eduardo Molina de la Ciudad de México, con una maestra que permitía usar una grabadora durante el transcurso de sus clases, se reproducía un casete con el bien o mal llamado rock urbano, donde El Haragán y Cía exponía la Introducción a Valedores juveniles mostrando olfato, vivencias de la gente de a pie y mucha sinceridad convertida en poemas callejeros.
Así, sentando en mi pupitre escolar junto a Edson, el encargado de llevar esa cinta que pertenecía a su hermano mayor, escuché el poder emocional de “No estoy muerto”, “Él no lo mató”, “A Esa Gran Velocidad” que, muchas veces, llegaban a erizarme la piel. O también, a tratar de asimilar el sentir barriobajero de “Juan El Descuartizador”, “La Perra Brava”, “Mi muñequita sintética”. Desde entonces, Valedores juveniles (que hace sátira al concurso musical de los años 80, Valores juveniles) ha formado parte de mi vida, igual que la de muchos otros mexicanos que siguen la carrera musical de Luis Álvarez, quien de adolescente tocaba sus canciones arriba de los camiones y, por error, en 1987 se ganó el mote de “El Haragán”, tras participar en un festival Encuentro de Compositores del Estado de México, y el locutor del evento lo presentó como: “El Haragán, con la canción ‘Luis Álvarez’”.
Casi treinta años después, el peso de Valedores juveniles, álbum debut de El Haragán y Cía, editado por Discos y Cintas Denver en 1990 (sello que da a conocer el auténtico rock mexicano), sigue siendo el mismo o incluso mucho más. Por lo mismo, Luis y su banda, al pasar los años han demostrado que la música y la popularidad llegan de boca en boca, sin la necesidad de recurrir siempre a los medios de comunicación, como normalmente lo hacen otras agrupaciones del país, que bien merecidos tienen la etiqueta de “rockstars”.
Entonces, para conmemorar uno de los discos más representativos del rock hecho en México, el cual ha llevado a El Haragán y Cía a recorrer el país y salir a tocar al extranjero, charlamos con Luis Álvarez sobre sus inicios gracias al Manifiesto Rupestre, el acercamiento con Discos y Cintas Denver, la relación entre sus canciones y los fans, entre otras cosas que engloban la magia de Valedores juveniles.
El proyecto de El Haragán lo iniciaste tú solo, con un concepto más rupestre, pero a finales de los ochenta creas tu banda (El Haragán y Cía), y en 1990 sale Valedores juveniles con Discos y Cintas Denver. ¿Cómo se dio la transición del estilo rupestre al rock en español, para grabar este disco tan popular?
Sí, como mencionas, inicié con las influencias del Manifiesto Rupestre, de Rockdrigo González. Él venía tocando desde principios de los ochenta junto con otras bandas y solistas del mismo estilo. En esa época empecé a seguir y nutrirme de ese movimiento: me di cuenta que con una guitarra de palo podía expresarme por todos lados. Sin embargo, la electrificación de El Haragán y Cía llegó a finales de los ochenta, cuando Discos y Cintas Denver me ofreció grabar un álbum. Ahí fue la primera vez que agarré una guitarra eléctrica y surgieron canciones como “La Perra Brava”, “Juan El Descuartizador” que, aunque también eran historias de la calle, mi propósito era tener un mayor alcance. Formando un grupo y grabando un disco, sabía que podía llegar a más gente. Así se dio la grabación de Valedores juveniles, uno de los discos más tradicionales del rock mexicano. Todo esto fue gracias a la transición del [estilo] rupestre a tocar con una banda, que fue casi a la fuerza: tuve que hacerlo después de que me propusieron hacer la grabación que se convirtió en Valedores juveniles. Esa es la historia de como surgió El Haragán y Cía.
Pero, ¿cómo se dio el acercamiento con Discos y Cintas Denver? Lo pregunto, porque El Haragán y Cía es precisamente el sonido y estilo de este sello mexicano.
El Haragán y Cía llegó a Discos y Cintas Denver cuando ya era una banda, pero yo sabía que la agrupación tarde o temprano florecería con o sin disquera. Lo mismo hubiera sido editar con Ediciones Pentagrama, BMG Ariola [México], etcétera. Sin embargo, me uní a sus filas gracias a la invitación que me hizo el señor Octavio Aguilera [dueño del sello]. El Guadaña [vocalista de Banda Bostik] le mostró un video donde yo salía tocando. Después de verlo me citó en sus oficinas, canté un par de canciones con mi guitarra de palo y me dijo: “Sabes qué, tenemos fecha de grabación para diciembre [de 1989]”.
Todo fue muy rápido, muy inesperado.
Sí, totalmente. El disco lo grabamos a finales de enero y principios de febrero de 1990. Por eso, podría decir que El Haragán y Cía surgió en automático. Y en conjunto con Discos y Cintas Denver logramos hacer uno de los álbumes más vendidos de la historia.
Me parece que creciste en el Estado de México, en el Municipio de Tlalnepantla, donde tocabas la guitarra y escribías sobre las cosas que te rodeaban. ¿Las canciones que conforman Valedores juveniles cuánto tiempo tenían de existir antes de que saliera el disco?
Bueno, yo nací en la colonia Valle Gómez, ahí por la zona centro de la Ciudad de México. Después, con mi familia me trasladé a Santa Cecilia, un lugar que ya viene siendo Tlalnepantla. Pero también radiqué en Las Palomas, que está al norte de la ciudad, en la frontera de la CDMX y el Edoméx. Y las primeras canciones que componía, que eran de amor, se gestaron desde que tenía 10-11 años. No obstante, cuando empecé a crecer, comencé a hablar de cosas chuscas, y a la vez de cosas reflexivas. Entonces, a través de que iba observando mi entorno, ya con 15-16 años, surgieron canciones de Valedores juveniles. Lo siguiente, ya cuando íbamos a grabar el disco, fue elegir los temas que conformarían el álbum. Eso fue algo difícil, pero también se dio natural: tomamos canciones de las más recientes que había hecho; como “Perra Brava”, “Juan El Descuartizador”, “El Chamuco”, “Él no lo mató”, “Mi muñequita sintética”, junto con otras que ya tenían su tiempo.
Y tú, Luis Álvarez, ¿sí conociste, convivías, creciste con un Juan el Descuartizador, con una muñequita sintética, con alguien que se le hizo fácil (Él no la mató), con alguna u otra cosa de Valedores juveniles?
Sí, definitivamente. Valedores juveniles habla de lo que yo he tenido que vivir. Siempre he dicho que lo más difícil de componer una canción es tener que vivirla. Y, por supuesto, conocí una muñequita sintética, conocí al chavo que le sucedió lo de “Él no lo mató”. Vagando conocí a “La Perra Brava”. La canción de “El Chamuco” se la hice a un sobrino. “Antes me gustabas” se la hice a una muchachita del barrio. “A esa gran velocidad” se la hice a mi papá. “Basuras” la hice caminando por Guadalajara. Cada una de las rolas tiene que ver con mi vida, o con personajes como “Juan El Descuartizador”, un psicópata que había por Naucalpan. Le decían así porque los puentes que están abajo del Periférico, era donde él atacaba. Y si era hombre, le daba igual. A él no lo conocí [risas], pero me llamó mucho la atención su historia después de leerla en el Alarma!
Has mencionado que te influenciaste de grupos como Los Dugs Dug’s, Three Souls in My Mind. O también de cantautores como Rockdrigo González, Jaime López. ¿Qué hubiera sido de Valedores juveniles sin lo que te enseñaron estos artistas?
No lo sé, pero gracias a ellos tuve una influencia de rock mexicano, no solamente el de Los Teen Tops, Los Rebeldes del Rock, Los Apson, César Costa, Enrique Guzmán. Descubrí que existía un verdadero rock rebelde en la Ciudad de México que se platicaba, que se cantaba. Empecé a descubrir a Jaime López, Arturo Meza, Rockdrigo, Los Dugs Dug’s, Trhee Souls… A todos los iba a ver tocar y me surgió el gusanito del rock. Por esa razón, las canciones de Valedores juveniles podría decir que sí están impregnadas con esas influencias, aunque también mantuve mi otro lado más rupestre, ya que hay algunos temas sin tanta guitarra eléctrica. Pero El Haragán y Cía tomó un camino distinto al decir las cosas, y eso le gustó al público: la frescura del momento que estábamos viviendo en los noventa, de decir, hacer y tocar con la fuerza y empuje que traíamos.
En una ocasión escuché que la foto que es la portada de Valedores juveniles no te gustó. ¿Por qué eligieron esa imagen con el fondo rojo?
Sí, esa fotografía nunca me agradó. Me veo entre triste, fachoso y despeinado [risas]. En la sesión recuerdo que únicamente se tomaron dos: la que quedó para la portada con ese vestuario, y otra que salió en la contraportada, donde traía una camisa como de rayas, y tenía mi guitarra acústica entre mis manos. Esa era mucho mejor, pero Discos y Cintas Denver, junto con el diseñador se aferraron a la otra; tal vez por el chalequito que traía puesto, y porque no cargaba la guitarra. Pienso que querían mostrar un nuevo solista, alguien que fuera un haragán. Sin embargo, hasta el día de hoy, Valedores juveniles se conoce como “el disco rojo”, y te aseguro que, si le cambiáramos la portada, no se vende más.
Otro punto importante son las personas que formaron parte de la grabación de Valedores juveniles. ¿Quiénes participaron?
Los protagonistas de esos tres días de grabación, de “esa velada musical”, como le llamo yo eran: el ingeniero David Guerrero, el asistente de grabación Gerardo Calderón, El Guadaña, de Banda Bostik; la gente de Heavy Nopal: Rod Levario, Eduardo, Carlos Valerio “El Bolillo” [también integrante de El Tri]. Como músicos estuvieron los hermanos Jay y Juan Mejía, Jaime Rodríguez, Chente, Poncho.
Me imagino que hay algo especial entre ustedes después de la gran aceptación del disco. ¿Qué sentimiento hay a casi 30 años de haber grabado estas 10 canciones que siguen siendo un reflejo de nuestra sociedad?
Cuando veo a Jaime Rodríguez, quien tiene su grupo, La Otra Cara de México, hay un sentimiento de nostalgia. Con los hermanos Jay y Juan he tenido algo de comunicación y es muy bueno saber que están muy bien. De hecho, algún día quisiera juntarlos: me gustaría revivir ese sonido haraganesco de los inicios. Incluso recuerdo que Rod Levario, al final, participó con su guitarra electrica en algunas canciones; fue una gran aportación.Todos sabíamos que venía un gran disco. Eduardo, cuando estaba escuchando la grabación me dijo: “¡Esto es un batazo, carnal!”. Él fue de las primeras personas en darse cuenta que Valedores juveniles iba a trascender a niveles inimaginables.
¿Dónde grabaron Valedores juveniles?
Se grabó en un estudio que se llama o se llamaba Soundtrack, ubicado a una cuadra del Metro Revolución. El estudio pertenecía a Sergio Andrade y Gloria Trevi. Lo estaban estrenando y llegamos ahí gracias al ingeniero David Guerrero, quien grababa para ellos. El disco se grabó de una manera formidable, ya que estaba muy chido todo: había una consola increíble, también había una maquina con cinta de 2 pulgadas que nos ayudó muchísimo.
Valedores juveniles, tanto para músicos, escritores o demás artistas sigue siendo una fuerte influencia por lo directo que es. ¿Qué comentarios has escuchado de algunos de tus seguidores, en relación a recuerdos que les vienen por las letras que escribiste para ese disco?
Siempre me comentan que Valedores juveniles les ha transformado su manera de ver la música y la vida. De los comentarios más fuertes han sido: “A mí me pasó lo mismo, él no lo mató”; “este disco me salvó la vida, me salvó del suicido al darme ánimos para seguir adelante”. Otros me han dicho: “Este disco es el soundtrack de mi vida”; “yo crecí escuchando Valedores juveniles”; “te escucho desde la secundaria”. Casi ninguna persona se acerca a decirme cosas negativas. Tanto músicos del rock mexicano, como público de todas las edades han crecido con estas canciones. Mi banda de El Haragán y Cía igual. Incluso yo también he crecido con este álbum de la buena suerte.
Por último: ¿Qué canción define a Valedores juveniles?
“No estoy muerto”. Esa canción encierra todo lo que yo sentía en aquella época. Fue una etapa de la vida en la cual se me habían ido algunos amigos con los que convivía a diario: el de 17 años [“Él no la mató»] y otro que era un poco más grande. Por esa razón, “No estoy muerto” me marcó a mí y a todos mis amigos cercanos, quienes sabían de lo que estaba hablando. La canción define toda la ideología de Valedores juveniles, el disco rojo, diciendo: “No estoy muerto, estoy aquí, estoy arriba, simplemente me voy pero… no se preocupen, estoy aquí, mis ojos ya no van a ver, mi pelo ya no va a crecer pero… no estoy muerto, simplemente estoy un poco cansado, estoy durmiendo”.
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