wenceslao bruciaga

Un jab al hígado del mundo gay mexicano

En su última novela, Bareback Jukebox, Wenceslao Bruciaga se atasca de lleno en su reputación de irreverente, cruel, gay sin ataduras, cabronazo que repudia las convenciones y melómano compulsivo.

En su última novela, Bareback Jukebox, Wenceslao Bruciaga se atasca de lleno en su reputación de irreverente, cruel, gay sin ataduras, cabronazo que repudia las convenciones y melómano compulsivo.

Por: Alejo Alcocer

wenceslao bruciaga
Wenceslao Bruciaga / Foto: Alex Tapia

El libro abre con un jab al hígado de la lástima autocomplaciente que ha acompañado por años a las narrativas sobre VIH y Sida en el país. El personaje busca deliberadamente contagiarse. No hay fatalismo, no hay temor, no hay regaños moralinos. Su determinación es pasional y él se arroja a ella sin reparos.

Por despecho, por verguero, por descontrolado, por promiscuo, por tragón. Por todo. Todo lo que quite esa cobija de patetismo bajo la que mucho del activismo de prevención se siente tan agusto. Bruciaga la retira de un jalón y deja en pelotas y a la intemperie al deseo homosexual. Al deseo homosexual desenfrenado.

Y es esa la gasolina que lleva toda la novela, el placer acompañado de un soundtrack igualmente de incendiario. Hip-hop y rock. Dos de las expresiones de contracultura más potentes.

Al personaje de la novela le dicen Hip. Abreviatura de Hipólito, el mismo nombre de aquel personaje griego que era adicto a la caza y amante de las artes violentas. Igual que su antepasado, Hip está en medio de un torbellino de pasión amorosa y sexual. Pero al contrario de aquel, el de Wenceslao no busca redención alguna, sino celebrarse y gozarse.

Un acto  de agenciamiento dirían las académicas acartonadas. Una posición de combate boxístico dirían las callejeras.

Porque la novela busca combatir los prejuicios que han acompañado al virus por décadas. Desarmarlo, partirle la madre, quitarle su fuerza y lograr, que dejen de ver a los homosexuales como perritos falderos con una patita quebrada que necesitan de compasión y ternura. Suena a manifiesto, pero es narrativa.

A Hipólito lo ha dejado su amante favorito, ya no quiere cojer con él. Largas temporadas de compartir fluidos se acaban de pronto. No le dan razones y él decide buscarlas por su cuenta. Cuando las encuentra, se le encaja más la espina venenosa. En el camino vengativo que ha trazado meticulosamente, se le atraviesa un asesino serial. El MataPutos. Un contemporáneo de la MataViejitas, que no recibió tanta cobertura mediática, a pesar de lo escandaloso del tema. Esto solo aumenta la agresividad del personaje, de la novela y del soundtrack.

Ya dije que en sus páginas no hay moral, pero sí una filosofía de vida. Ante el ambiente homogeneizado y aséptico del mundillo gay mexicano, su respuesta es construirse a sí mismo como un hedonista cínico, disoluto, dispuesto a quebrarle la nariz a todo y todos los que pretendan fijarlo como mariposa en alguna categoría de taxonomía tradicional.


Bareback Jukebox
Wenceslao Bruciaga
Editorial Moho, 2017