Eduardo Zambrano es un poeta potente con una obra sólida, y sabiamente se demora el tiempo necesario en lo breve. Esto se aprecia y se agradece en dos de sus más recientes publicaciones: El libro de haikus Un puñado de sol, publicado en la Colección Ínsula de la revista Armas y Letras de la UANL, y uno de aforismos titulado En pedazos.
Por: Armando Alanís Pulido
El señor de la poesía
Me atrevo a afirmar, sin temor a equivocarme, que uno de los mejores lectores de poesía en este árido reino (Nuevo León) es Eduardo Zambrano. Lo constata el orden en el que tiene acomodada su biblioteca, su costumbre de importar cajas de libros que llegan en barco desde España y Portugal, su visión y sus apuestas con tal de “descubrir” a los poetas escandinavos, a los de Europa del Este o a los del Medio Oriente, sus proyectos personalísimos (como aquel de fotocopiar y después encuadernar todos y cada uno de los poemas que se publicaron durante la vida de la revista Vuelta) y, sobre todo, su bagaje que sale a relucir en cualquier charla o curso taller que imparte.
Me atrevo a afirmar, sin temor a equivocarme, que Zambrano es un poeta potente con una obra sólida (y de la cual por cierto ya nos debe una antología), y que con uno de sus nuevos “emprendimientos poéticos” sabiamente se demora “el tiempo necesario” en lo breve, esto se aprecia y se agradece en dos de sus más recientes publicaciones: El libro de haikus Un puñado de sol, publicado en la Colección Ínsula de la revista Armas y Letras de la UANL, y uno de aforismos titulado En pedazos.
Levantar polvo
La raíz de la palabra aforismo (aphorizeín) significa delimitar, separar, distinguir. Y un poeta completo como Eduardo Zambrano se fragmenta porque lo sabe, no es casualidad que los tres capítulos en que se divide En pedazos sean: 1. Por el ojo de la cerradura, 2. Rendijas, y 3. Reloj de arena, imágenes que nos remiten, si no a separar literalmente, a distinguir y a delimitar; hay en estas visiones particulares la sustancia de la sentencia o la máxima: Universalidad, intemporalidad y carga de razón. Escribir breve merece más borradores que un texto largo, dicen los que navegan esas aguas claras; y aquí va un ejemplo de cada capítulo, comprobación de otra premisa de lo aforístico: máxima información en el mínimo de espacio.
Tener paciencia y no tener espacio donde acomodarla.
La literatura como trampolín en una ciudad donde la cultura es una piscina vacía.
Un buen aforismo debe levantar polvo. Después de todo el hombre es eso.
Ascenso al paraíso infernal de la poesía
Un aforista es un profeta. Zambrano lo sabe, lo asume e ironiza:
La experiencia lleva en los zapatos olor a mierda.
El hombre es el triste promedio de todas las bajas pasiones y las ambiciones más sublimes.
Un aforista es un florista, Zambrano siembra y decora:
La literatura como trampolín en una ciudad donde la cultura es una piscina vacía.
Después de una larga discusión no tengo nada más que decirme.
Un aforista es un poeta. Zambrano se dicta y escribe:
Ojalá existiera el desamor a primera vista. Se evitarían muchas discusiones
El artista es libre, pero solo puede crear si se siente acorralado
La salvadora terquedad
Quien lo ha leído en sus anteriores libros encuentra ese desencanto de los años vividos, que Eduardo materializa con textos que abordan el pesimismo con nostalgia más que con derrotismo. Y siempre despierta algo que al parecer conocíamos de un modo impreciso y que sin embargo yacía en nosotros y que me recuerda a un aforismo de Lichtenberg: No estaría mal un libro de primeros auxilios para escritores. En pedazos vendría a ser ese libro de primeros auxilios no solo para escritores sino especialmente para nosotros los lectores. Alguna vez Carlos Monsiváis y Octavio Paz discutieron, el Nobel acusó al gran cronista de ser un hombre no de ideas, sino de ocurrencias; sin duda fue una muy buena ocurrencia de Paz, pero como actualmente la literatura es transgénerica, se entiende que el aforismo deviene de un estado de escritura a un estado de espíritu, y además es transfronterizo y limita al norte con la poesía y al sur con la filosofía. Quise traer a colación los pensamientos de ambos porque creo que ellos eran maestros del pensamiento y el símbolo; del juego del lenguaje; del entendimiento de la eternidad y de las fugacidades; y sabemos y entendemos que el aforismo es, sin duda, un territorio gobernado por la prosa del pensamiento; y la prosa del pensamiento es, contradiciéndome intencionalmente, la poesía.
Musgo en la piedra
Los aforismos suceden, aparecen, son pedazos de algo, cortocircuitos del pensamiento. Si no se espera no se encuentra, y por espontáneo que parezca el asunto a esa brevedad inconmensurable su afán reflexivo lo emparenta también con el ensayo. Recuerdo las famosas “Voces” de Antonio Porchia, reflexiones inmensas, pedazos de vida que conforman el todo que es la vida y lo que sucede después. Zambrano lo dice bien, lo dice claro, lo dice breve: “Después de todo, estamos solos, incluso antes de todo”. Hagámonos acompañar de la evolución del verdadero discurso que se centra en lo breve, no le demos más largas, no perdamos tiempo y el tiempo no pasa en balde, aunque muchas veces ese balde sea de agua fría.
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