Camilo Sesto tal vez sea la cumbre de la balada setentera iberoamericana. Con sus excesos y sus virtudes. No soy muy afecto a las necrologías y al homenaje fácil. Menos en estos tiempos de lamento facilón en redes sociales. Pero en el caso de Camilo, aparte de las resonancias que tiene su música como parte de mi historia familiar, su partida es el pretexto perfecto para escuchar y reflexionar sobre ese gran género masivo que ha cruzado generaciones en ambos lados del Atlántico.
Camilo, nacido en 1946, nunca fue ajeno al rock. Los años sesenta lo encontraron en varias bandas como Los Daysons y Los Botines, pero pronto encontró su lugar en la balada, ese género que nació híbrido, de cruces entre la canción italiana made in San Remo, la chanson francesa, y el jazz; y que del otro lado del mar se nutrió de los aportes del bolero, el tango y otros géneros latinoamericanos. “Algo de mi”, en 1971, fue su carta de presentación.
1975 tal vez sea el annus mirabilis del cantante español. Fascinado luego de ver el musical de Andrew Lloyd Webber, Jesucristo Superestrella, en Londres, decidió que pagaría de su bolsa la producción de la versión española y que él se llevaría el papel protagónico. La empresa no era nada fácil en una época de fuerte censura franquista, y parte de ello está narrado en el libro Jesucristo Superstar: Ópera Rock, de Marta García Sarabia. Su estreno, a pocos meses de la muerte de Franco, quizá pueda ser un símbolo de los cambios que estaban por venir en España.
Ese mismo año el cantante estaba en la cumbre de su éxito iberoamericano, despachando hit tras hit y llenando cualquier foro que se cruzara en su camino. Como es propio del género, su carrera es más de canciones que de álbumes. Pero si hay que mencionar uno que muestre la complejidad de su sonido, habría que destacar Amor libre, lanzado ese mismo año, con una portada donde sorprende con una barba producto de su personaje en el musical.
Desde el inicio con “Jamás” planta lo mejor de su estilo tradicional, con orquestaciones fastuosas y coros femeninos. Pero ahí están esas referencias a la chanson (El tema que le da título, ¿no es acaso el «Je t’aime… moi non plus» a la española?), el folclore griego de «Melina» (quizá la única canción política de su carrera), e incluso aires de samba («Carnaval»). «Olvídalo» es un tremendo folk rock con guitarras à la George Harrison. Y qué mejor cierre que el clásico «Piel de ángel».
Si bien mucho de la balada setentera ha envejecido mal, alimentando un espíritu kitsch que resulta inevitable (y que quizá muchas de sus letras suenen hoy ingenuas o cuestionables), tal vez nos hace falta volver la vista hacia el sonido que compositores, arreglistas e intérpretes desarrollaron en aquellos mágicos años setenta. Un género de brillo iberoaméricano, que cosechó ídolos en lugares tan distantes como México, España y Argentina, y que tiene mucho más que decirnos sobre nosotros, sonora e identitariamente.
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