Hace algunos meses, en este mismo espacio digital, publiqué una historia que, en ese momento, me pareció atractiva e interesante, ya que toca aspectos como la migración, la desesperanza, la soledad y el dolor.
La historia que escribí no pasaba de unas cuantas líneas, y ciertamente me dolió un tanto verla publicada, porque me hacía pensar en lo difícil que es ir por la vida desprovisto de toda protección.
El personaje central es Toño, y debo decir que no volví a verlo por un buen tiempo, de manera que, simplemente, lo olvidé, hasta que ayer por la noche volví a encontrarlo, por absoluta casualidad.
Y otro detalle, importante: no sé bien a bien si lo que él me ha contado pertenece al campo de la ficción o si realmente le ocurrió. Solo puedo asegurar que así me lo dijo. O sea, más allá de si es mentira o no, esto fue lo que Toño me contó.
La historia es así:
Tal y como ya conté, todo comienza cuando “Camino por una plaza comercial. Frente a un restaurante, veo a un hombre de más 30”. Hoy, puedo agregar que era un día caluroso y que yo estaba planeando un largo viaje a la playa. No tenía gran cosa que hacer, excepto pasar el rato. Vuelvo a la descripción del protagonista: “Está asoleado, triste, el pantalón roto y sucio. Me da mucha tristeza y decido invitarlo a comer”. Añadiré que ese restaurante es en realidad muy feo, es el Carl’s Junior, famoso ahora porque, al parecer, algunos de sus dirigentes han reconocido públicamente que su carne no es de res o ternera, sino de caballo. Vuelvo al texto referido: “Se llama Toño. Entramos al restaurante y constato que realmente tenía hambre. Me cuenta que su familia fue abatida en Nuevo Laredo y que ahora vive debajo de un puente. “Mi esposa y yo nos vinimos a Monterrey de aventón en un trailer”. Me dice que la policía lo ha asaltado y que no sabe qué hacer. Es albañil”. Puedo agregar, hoy, que recuerdo con tristeza las calles de Nuevo Laredo, su imagen de plena decadencia, su aspecto grisáceo y a todas luces mediocre, sus tardes desoladas. En ese momento, todas las imágenes de Nuevo Laredo me dieron vueltas en la cabeza, y se mezclaron con un olor a pólvora y a sangre regada en el suelo. Mi reacción fue práctica e inmediata: “Marco el número de un amigo ingeniero: Wicho». Le consigo trabajo a Toño, porque Wicho dice de inmediato: “órale: el lunes a las diez”. Todo eso estaba ocurriendo un viernes, algo así. De modo que, casi inmediatamente, llegó el lunes.
Hoy, puedo apuntar que numerosos migrantes centroamericanos están varados entre México y Guatemala, otros han sido maltratados por la policía federal de México. Otros, son repudiados virtualmente por las redes sociales, al mismo tiempo que reciben el apoyo moral de otros tantos internautas.
Eso aun no ocurría. En esos momentos, la migración ilegal como fenómeno masivo era prácticamente inimaginable.
“Mi amigo Wicho acude ese lunes para conocer a Toño. Toño está urgido de trabajo. El único problema es que realmente no quiere trabajar, o algo así. No sé. Porque Toño, simplemente, no acudió a la cita. Lo esperamos ahí, en el solazo, hora y media. Lo buscamos en los alrededores. Y no llegó.
Ayer, meses mas tarde, 22 de octubre, por la noche, atravesé caminando el Parque Las Arboledas. Y de pronto apareció la voz de Toño.
-Usted es el que me invitó a comer. ¿Se acuerda de mí?
-Toño, te estuvimos esperando. Mi amigo Wicho te iba a dar trabajo.
– Sí fui, sí estuve ahí, pero llegó una patrulla y me detuvieron. Estuve dos días en la cárcel. Ya no vivo abajo de un puente… Ahora, vivo enseguida de unos excusados…
No le dije nada más a Toño. Nada más. No sé si todo lo que me cuenta, o me contó, es una tremenda tragedia, o si goza de una gran imaginación. No sé. No puedo asegurar ni una cosa ni la otra. Por tanto, no sé si insistir en ayudarle o dejar ese tema por la paz…