Coplas para entender el miedo, el odio y la vida misma
Existen canciones que sueltan frases que son absolutamente lapidarias y ante las cuales no queda sino caer rendido; en “El árbol de la vida” se escucha: “Empezamos a morir al nacer, luego brota la semilla del miedo. La del odio crece después…” es como si la fuerza de un rayo nos cayera en la punta de la cabeza y saliera debajo de lo pies. Y eso que se trata de una pieza lenta, conducida por una guitarra acústica y la parsimonia y sobriedad con la que canta Ramon Rodríguez, incluso en el coro: “La vida quita, la vida da”.
En su séptimo álbum ha dejado en sus estuches casi todas las guitarras eléctricas y en su lugar ha pedido a David Cordero que coloqué marañas electrónicas ambientales muy sutiles y bien pensadas. Había que darle un tratamiento distinto a los nuevos temas para separarlos de las que habitan en Una canción de cuna entre tempestades (2018) -un excelente antecedente inmediato-.
Me cuesta trabajo analizar cada una de las canciones que integran Coplas del andar torcido (Bcore-BMG, 2020) dado que existe una identificación no sólo generacional sino temática y de posicionamiento con el autor. Comparto las dudas constantes, la angustia de provoca la existencia, el peso del tiempo en la vida de un hombre y las dificultades para avanzar en la carrera artística; en fin, el peso del mundo sobre los hombros.
Se trata de un músico que es escéptico de los grandes festivales, que intenta medir y conservar la cantidad de seguidores, que subraya el colapso de la industria, pero que no puede dejar de lado lo que ya es ello -no es posible apartarse de su vocación-. Pero no se trata de que se queje, más bien se vuelca con honestidad en las composiciones y asume que es un adulto en toda regla. Al presentar el disco a la prensa española ha tenido que abundar alrededor de una pieza que acapara elogios: “es probablemente que sea la canción de la que me siento más orgulloso de haber escrito en estos años: poética, sincera y humanista”.
Lo que no varió fue la mancuerna habitual de la que se rodea: Javi Vega en el bajo y el baterista Salvador D’Horta; se conocen muy bien y obtienen el mayor rédito de las texturas que aporta Cordero, del violoncello de Antonio Fernández Escobar y los coros en 4 piezas de Anni B. Sweet, quien se entusiasmó mucho con el proyecto. Los elementos encajaron muy bien e incluso le llevaron a desatar una energía casi inusitada en su carrera; “Días de rachas grises” es volcánica: “No soy capaz de emocionarme, el daño es irreparable” (posee una fuerza que parece proceder del feeling flamenco y una potente base rítmica).
Ramón entró en una racha creativa tan favorable que lo llevó a involucrarse en 3 discos simultáneamente (sacará disco con Madee, después de 13 años) y en este primero brotan la madurez y plenitud entorno al oficio. Nos entrega 11 canciones bien logradas y entre las que destaca también “Ropa mal colgada”, que abre el álbum en a través de un medio tiempo que nos hacer acordar a lo mejor del Sr. Chinarro (en la letra también hay coincidencias): “Mentiras y calumnias… tantas que ya dan igual”.
Prevalece por sobre todas las cosas el trabajo de minuciosa orfebrería musical en cada una de sus partes para lograr un todo impactante aún con cierta oscuridad reinante y algo de pesimismo esparcido. The New Raemon cuenta que pese a todo al final existe cierta esperanza en sus obras y esta no es la excepción.
Este disco es también un buen ejemplo de las amplias posibilidades y registros del folk rock; tal como se evidencia en “La mano en el fuego”, que comienza en esa media velocidad que tan bien domina, pero luego acelera para soltar: “Quiero atrapar la belleza de la ambivalencia”. ¡El soplo del arte en estado puro! ¡La vida como tal!
Ramón -como tantos de nosotros- incursiona en los profundos cuarenta y entreve que las cosas parecen reducirse a “Levantarse, acostarse, sentarse a trabajar” -como cuenta en “Ruido de explosiones”, pero también está convencido de que pese a que “la comedia está muy avanzada” la música y las canciones son las expresiones más logradas de El arte de la fuga. A fin de cuentas, siempre se aprende a cojear de la forma adecuada.