Huir desesperados a Coahulia
El carro de Andrés dio vueltas en la carretera. -Agárrate -me dijo- esto ya valió. Pero afortunadamente vivimos para contarlo. Íbamos y veníamos una vez cada quince días de Monterrey a Saltillo con manuscritos de los nuevos jóvenes poetas regiomontanos que se abrían paso. Andrés Montes de Oca y yo habíamos convencido a Jaime Torres Mendoza, coordinador de proyectos y publicaciones del estado de Coahuila, de que la revista literaria Historias de entretén y miento hiciera números monográficos con la obra de un grupo de amigos que escribían con entusiasmo allá a principios de los años noventa del siglo XX. Después del accidente y del susto decidimos no hacer más viajes literarios a Coahuila con ese propósito, pero la labor de promoción ya estaba hecha e incluso había una fila en espera y varios autores salieron publicados: Gerardo García, Josué Gabriel Montemayor, Mara Gutiérrez y Sonia Silva Rosas, entre otros. Con ella, por cierto, empecé a hacer lo mismo, pero está vez convencimos a un editor de Veracruz. Era muy extraño que, aunque el auge de autores y espacios para lecturas era amplio y variado en Monterrey, pocos en la ciudad se atrevían a apostarle a los nuevos.
El contorno de un sueño
Sonia despuntó entre las voces poéticas femeninas regias con un discurso místico y erótico, fresco y renovado. Ese timbre poético le abrió muchas puertas que desafortunadamente se le iban cerrando muy pronto. Conocía personalmente a Enriqueta Ochoa y a Dolores Castro porque había sido su alumna (gracias a ella las conocí). Además de que las había leído bien, las maestras la habían ungido con designios. Entonces Sonia, de pie ante la materia del espejo que es la literatura, jugó con las palabras y convirtió a sus sueños en potentes versos que equilibraron más de una historia.
En calma recorrí la serenidad de sus días
de sus noches
Mientras el número bebía piltrafas bebía a Enero y se lo entregaba al tiempo.
Por un momento habité las orillas de la plenitud abrazada a su sed.
(«Orillas de plenitud» (fragmento), pág. 21)
Hijos del caos
Sonia metió un cassete de Los Héroes del Silencio en el estéreo de mi carro. «Nuestros poemas», me dijo, «son como una avalancha y nosotros somos unos hijos de… del caos. Estamos marcados por lo fugaz de los recuerdos, por ese caos, por esa avalancha es que escribimos». Al fondo sonaba «La chispa adecuada».
Los versos de Silva Rosas hacen que el dolor mueva su caudal incrédulo y silencioso, hacen que el pecho estalle en goce perpetuo y a nosotros, viajeros en círculos sobre nubes de caos, se nos anuncia lo verdadero: paisajes en los que estamos incluidos, paisajes en los que incluimos un sin fin de chispas que son las adecuadas, las que nos hacen creer en nosotros mismos para creer en los demás.
Los dogmas nos convierten en creyentes,
bebemos las torturas del vacío.
Emite la tarde palabras despeinadas que tropiezan con duendes miserables,
que fastidian tus inviernos,
aquellos que perdiste en barrancos profundos extraviados en Octubre.
Tu verbo alimenta lejanos enigmas
juicios silentes que vagan confusos en tu memoria, en rituales falsos.
Se han desatado los caballos blancos del pasado, galopan sobre versos no escritos, destruyen dioses paganos.
Viernes trece…
Las voces han cesado.
(«Viernes trece», pag.9)
En procesión, pregonando la tortura
No recuerdo cuánto tiempo estuvimos acariciando penumbras, migajas de tiempo, diría la autora, pero ahora veo y entiendo que muchos de aquellos entusiastas poetas tomaron otros caminos. No era la idea recorrerlos juntos, por supuesto, pero me alegra que todos los caminos fueron y son poéticos, porque el libro abierto de la vida es aliado de nuestras condenas, y de alguna u otra forma, en algún lenguaje conocido o extraño, lo vamos escribiendo.