Imagina un gran desierto, inabarcable a los ojos. A veces, en tu travesía, te topas con un oasis. Cuando logras atravesar esa gran extensión, llegas a la periferia y allí la cosa cambia. Encuentras lo que buscas o algo parecido a ello, pero estar allí es peligroso, inseguro; tal vez no sea así, pero es lo que te han hecho creer, así que pocas son las almas que se aventuran por esa senda.
Imagina, imagina. Visualízalo. Así era el rock mexicano a fines de los setenta, primeros años de los ochenta del siglo XX. Existía en los alrededores, pero no en el centro. De pronto surgía alguna agrupación y no importaba si se trataba de CDMX (entonces Distrito Federal), Tijuana, Guanatos o Monterrey —la situación era idéntica en todo el país—, corrías tras ella…. para darte cuenta de que era una ilusión provocada por el hambre y la sed.
Si te encontrabas con algo verdadero, real, había motivos para estar felices. Cuando Size se formó en 1979, existían otras agrupaciones —una de ellas era Dangerous Rhythm—, pero tampoco eran tantas como para hablar de una efervescencia.
Se dice que Size, integrado por Dean Stylette, Illy Bleeding, This Grace y Dennys Sanborns fue un precursor del punk en este país y sí, de alguna forma lo fue, aunque lo suyo estaba más cercano a la new wave, al post punk. Entre las cualidades que ayudaron a posicionarlos rápidamente en la exigua escena rockera de esos años, teníamos que era una música que nadie estaba haciendo entonces: muy directa, rápida, sin demasiados afeites, con ciertos toques de experimentación, algunos guiños ligeros al synth pop y comandada por un cantante hiperquinético, totalmente deshinibido y que como front man no tenía rival. Vamos, que al pararse en un escenario, era difícil no percatarse de él y, por ende, de la banda.
Cierto, en la difusión de Size también influyeron factores extramusicales. Dos de sus integrantes ya eran veteranos en la escena, aunque antes se habían dedicado a la vanguardia –en realidad seguían en ella, solo que ésta cambiaba poco a poco, se transfería del progresivo al punk y de éste al post punk— y además uno de ellos, Walter Schmidt, colaboraba en las revistas musicales de la época —incluso fue director de una de ellas: Sonido— y aunque no abusaba de su posición para difundir exclusivamente su trabajo, sí ayudaba a que los demás lo favorecieran en sus menciones.
Grabaron un sencillo y luego un maxi: “El Diablo en el Cuerpo / La Cabellera de Berenice.” No hubo más, pero fue suficiente para convertirlos en leyenda porque en directo eran explosivos, crudos, contagiosos, irreverentes. Vinieron a despertar al rock mexicano de aquellos años donde la mayoría de las bandas estaba sumida en los terrenos del blues, hard rock o progresivo y no se habían abierto a las tendencias del extranjero. Sí, resulta increíble pensar que un puñado de canciones, en la era pre-Internet, bastaran para que alguien hablara de ellos y se extendiera su “reinado”.
Se desintegraron antes de que terminara la primera mitad de los ochenta y dejaron un disco en el congelador. Algo de eso se editó años después en un CD y luego en vynil, pero circuló en el subterráneo, como suele pasarle a la mayoría de las producciones independientes.
El tiempo los ha convertido en fundamentales. También hay un tributo (Size is everything) y un documental acerca de su trayectoria dirigido por Mario Mendoza: Nadie puede vivir con un monstruo. Es el mismo título del álbum que del baúl ha rescatado la discográfica Cleopatra para ponerlo a circular recientemente y que aparece con la portada como la diseñó originalmente Walter Schmidt.
Casi cuatro décadas después se abre la caja de Pandora y nos entrega este manjar. Size es como el ave Fénix. Nunca muere, está en continua resurrección.
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