Para Wicho y Checo
Esa inmensa emoción de ver en el escenario a dos artistas que trabajan juntos desde hace más de 50 años, y que curiosamente parecieran estar hoy más unidos que nunca.
Lo cierto es que en 50 años muchísimas parejas se desquebrajan, se acuchillan, se olvidan, se muerden, y se ahorcan entre sí, pero sucede que la pareja de Joan Manuel Serrat y Ricard Miralles (su pianista desde 1968) ni se ha descuartizado ni se ha citado ante los tribunales.
Es realmente curioso observar que Serrat comenzó su carrera entre catalanes, aliado con Tete Montoliu, y después de esa alianza inicial pasó a establecer un matrimonio inquebrantable con Miralles, unión que hemos visto subrayarse anoche en el escenario el Pabellón M.
He visto a Serrat en muchos escenarios, como el Gimnasio Nuevo León, el Auditorio Luis Elizondo, el cine Río 70 y la Plaza Cataluña. Sin embargo, puedo decir el concierto más apegado a lo más sólido de su repertorio fue el que metió primero en su disco con la Sinfónica de Barcelona, y ahora éste, en el que recuerda los 10 tracks de Mediterráneo (1971).
Serrat es técnicamente un anciano sumado a un quinceañero, en vista de que 60 + 15 nos da 75. Pero es que en realidad a quién le va a importar su edad física, si su trabajo como creador es tan sólido como en los años sesenta.
Serrat, por alguna razón, sigue siendo un muchacho enamorado de la inteligencia, la libertad, el vino, las mujeres, y esa cosa un poco loca que tienen los catalanes de hacer chistes de todo, especialmente de Dios, el diablo y el culo.
A mi me entusiasma, me divierte y me deja bien encendido saber que así como integró a Machado, a Miguel Hernández, a León Felipe y a Mario Benedetti en su repertorio, igual un día se le puso enfrente la idea de musicalizar a Jaime Sabines. Joder, pues qué bueno.
¿Y saben una cosa?, la canción me pareció un tanto aburrida, pero el gesto es lo bonito de esta historia, ver y saber que la voz de ese inmenso chiapaneco pasó por el cerebro de Serrat y lo llenó de humo, y lo hizo acordarse de que la luna es cosa de todos, y que para disfrutarla hay que tomársela a cucharadas.
A mí este concierto no se me va olvidar por nada. Ya sea que me muera dentro de tres horas, dentro de seis meses o dentro de 20 años. Este concierto de Serrat no hay quien me lo quite. Porque es muy lindo saber que alguien defiende la dignidad política, la estructura musical y el amor al prójimo como valores fundamentales.
Saber que hay gente dispuesta a defender su idioma, aunque sea éste una cosa minoritaria, casi francés, casi italiano, casi español, contra quien sea y donde sea. Porque Serrat no sólo tiene principios y valores, también tiene puños y cojones.
Admito y lo confieso, que por ver a Serrat me perdí de una gala de Andrea Bocelli, y eso no es bonito, pero yo no sé cómo puta madre se les ocurre programarlo la misma noche y a la misma hora. En fin, que la vida sigue y que, si Dios quiere, todavía tenemos Serrat para rato.