Retrato hablado
Principios de los noventa, siglo XX, Monterrey, Nuevo León. Había dos poetas jóvenes entre un montón de los que nos decíamos poetas jóvenes: eran Francisco Treviño y Sergio Quiñones. Yo quería ser como ellos. Tenían su estilo, se veían convencidos y me convencieron. Ahora entiendo con la actitud que tenían sus poemas, claro (y con el tiempo, por supuesto) una cosa sobre los libros de poesía. Lo que necesitan para meterse en nuestra vida y vocación no es un buen sello editorial; puede ser un libro de Visor, de Tusquets, de Oficio, del FCE; o puede ser una plaquette sencilla hecha con toda la dificultad y el arrojo que implica decir: oigan, aquí estoy, necesito gritarles esto, necesito comunicarles unos dictados del alma que se me andan saliendo por la boca y por los poros, necesito hablar, desbordarme. De Treviño leí un libro titulado «Cerveza caliente», y que fue de los que llevamos y que hacía fila para ser publicado en Coahuila. Nunca salió. El de Quiñones, «Retrato hablado de un ex arcángel / Cartas de familia«, vio la luz en 1996. Un libro confesional, con una crudeza e ironía que sobrepasa lo catártico para marcar a quienes lo leímos en ese momento.
Unos años antes Sergio asistió a una lectura que hice en La Fonda de Andrés. La lectura estuvo acompañada de un acto performático de un grupo al que denominamos “Los bizarros”, con un amigo pintor y un actor disfrazado de payaso. Sergio permaneció atento mientras fumaba. Al final caminó firme y serio hacia mí, me felicitó y me dijo unas palabras que nunca voy a olvidar: “Nuestro problema, Mando, es que seguimos y seguiremos siendo nosotros cuando callemos o nos liberemos de nosotros mismos, cuando pasen los años y veamos que somos un poquito permanentes porque dijimos o hicimos cosas honestas, te podría decir más cosas pero te voy a citar a Sabines: Las mejores palabras de amor están entre dos gentes que no se dicen nada«.
Yo entendí el mensaje.
Un ex arcángel
Después de esa plática pasaron muchos años sin que nos dijéramos nada. Alguna vez lo vi en una obra de teatro, alguna vez coincidimos en la feria del libro y nos dimos cuenta de que siempre seguimos siendo cercanos porque coincidíamos en ideas, en lecturas, en humor, en la manera de leer al mundo, en el regodeo por la buena escritura de los otros, en ser los penúltimos como buenos arcángeles, o los últimos de la fila en gustos musicales suculentos, en ser mensajeros de la culpa o del desamor o de la soledad, en ser luego ex arcángeles que escriben cartas.
Uno de estos días
Tiraré al abismo cada una de mis canas,
Perdonaré al tiempo hasta el último segundo
Y me dejaré en libertad de mis quehaceres.
Si mi dudosa verdad te aflige
Recoge líquido y rencor… ¡márchate!
Déjame en paz de tu paz
Libre de tus libertades
Y devuélveme tiempo y esencia.
Recobro lucidez y pierdo ganas,
Esta nueva vida deshilvana deseos
El sentido se pierde en las ganas de tener ganas.
(«De arrepentimientos y otros deseos», fragmento, pág.21)
Carta
No tengo tiempo para arrepentirme. Lo que he hecho está escrito, lo que he dicho está escrito, lo que no está hecho ni escrito, también. No se me olvida nada, por eso perdono y por eso también asumo que el perdón puede ser un castigo para los que se creen impunes. La escritura no me ha dotado de poderes especiales, pero me ha acercado a entender que a veces las suplicas no son suficientes, pero deben de ser siempre parte de los intentos por recuperarnos a nosotros mismos. Escribir poesía, entonces, es una súplica, pero no nos confundamos: la debilidad está en otra parte, y, por cierto, que no nos delate -si alguna vez aparece- el miedo.
Si asistimos a los mismos cielos, si se da la coincidencia, bienvenida la felicidad. Y si no sucede, acuérdate que hay recuerdos que también le dan la bienvenida a la felicidad.
Me despido deseando y soñando.
Familia
Hay una familia obligada: la de sangre. No podemos decir que la aceptamos así como así, la naturaleza nos insertó en ese mapa y desde ahí nos construimos. Pero hay otra, la que nosotros por elección formamos: amigos, amores, placeres, hobbies, oficios, lectores, autores. Y no tiene que ser grande, tiene que bastar, y eso se sabe desde el primer momento. Está formada por primeros instantes que no se planifican, que son incluso inesperados, como el día que brota una amistad o un amor, sucesos que nos cambian la vida para siempre. Cito a Rob Riemen, que en su libro Nobleza de espíritu lo clarifica: “Da la impresión de que en tales momentos, el alma humana -consciente de su poder de discernir lo que es relevante de lo que no lo es tanto y de evaluar lo que permanecerá con nosotros hasta el fin de nuestros días y lo que podemos olvidar- dé orden a la memoria para que, activados todos los sentidos, lleve a cabo un registro minucioso los detalles más sutiles para luego apropiarse de ellos. Nuestro cerebro recoge datos y hechos que caen en el olvido cuando dejan de utilizarse. Sin embargo , todo cuanto se atesora en nuestro corazón no se pierde jamás”.
Así este libro. Así estos textos. Así Sergio.