Deprimente descripción del mundo en que vivimos
Recuerdo muy bien la segunda vez que se acabó el mundo: En el taxi en el que pretendía huir hacia no sé donde (¿hacia el fin del mundo?) el taxista me dijo: «La maldad equivale a la exquisitez, piénselo», y frenó repentinamente en Colón y Félix U. Gómez. «Bájese, el viaje es gratis», me ordenó amablemente y se perdió en la solitaria avenida.
Por supuesto que lo pensé y creo (como el taxista) que la verdad artística y la convicción de un personaje son tan relevantes como una pequeña gran cantidad de nimiedades del pensamiento y de la emoción. He escuchado a taxistas hablar sobre filosofía, economía , literatura medieval, futbol, mujeres, rock australiano, la Sonora Santanera, la poesía de Nuevo León, el fin del mundo… y todos en algún punto -personajes de lo mismo que hablan con elocuencia- han tenido la razón. Claro, después del choro te dicen: «El taxímetro no lo activé pero más o menos es tanto». A veces obtengo viajes gratis rebatiéndoles sus hipótesis o con un volado; pero siempre, eso sí, me quedo convencido de que esa especie en extinción debe de habitar páginas de cuentos y novelas, porque esos seres, con toda su sabiduría sobre temas varios, son la deprimente descripción del mundo en que vivimos.
Deliciosas futilidades
En las historias de Norma Yamille, en su excéntrica concepción de la vida, las débiles constituciones mentales de sus personajes son tratadas de una manera exquisita. Entonces, son burladas o asumidas por orgías sentimentales. La constitución del alma que se les atribuye no los pone a prueba en el sentido del límite (acaso del extralimite) y lo riguroso tampoco es el final porque ya estamos todos locos o porque ya todos somos malvados y no es nuestra periferia hay que reconocerlo, es nuestro destino mayoritario. «Te espero en el hotel Roosvelt» y «Óleo de princesa en soledad» (dos de los cuentos mejor logrados) a mi parecer lo confirman. Son pulsaciones que tienen que ver menos con la suntuosidad de la ruptura aparente que con la modulación de lo clásico reciente a la búsqueda de una expresión actualizada o renovada. Sus historias son aleaciones estables, nuevos alientos a la imaginación que se nutren sin control, libertad creativa disfrutada y disfrutable sin ningún prejuicio.
Una especie de mueca en lugar de sonrisa
No hay un trato preferencial para el lenguaje; las historias se cuentan (como lo que cuentan) con melancolía, con sarcasmo, en el entendido de que son conflictos contemporáneos de la espiritualidad, y dejan al lector -a pesar de los temas- sin ruidos, pero sí con un cruce de estímulos donde conviven los temas recurrentes de la autora: La cinefilia, el existencialismo, el psicoanálisis, el arte pop, la cultura underground entre otros. El sentido del vacío de las historias tratadas desde todo punto de vista es utilizable. Tiene, por supuesto, posibilidades y restricciones, aunque candidez no hay. Pero en Ya estamos todos locos se escoge el mejor camino para cada relato. Cuando un autor sabe lo que le conviene a la historia estamos ante una obra que se disfruta y para entrar en esa locura somos capaces de disfrutar viendo como los demás se destruyen o son destruidos. ¿Ya había dicho que además de que ya estamos todos locos también somos malvados? Pues bien, para que se note nuestra maldad lo repito: Ya estamos todos locos y también somos malvados.
(jajajajajajajajajajaja risa macabra y con eco).
Salvación y rechinar de dientes
Quiero distinguir a Norma Yamille de otras narradoras regiomontanas, no solo porque no la distingan algunos críticos, ni tampoco por los temas abordados (¿acaso esa sea la razón?), sino por su percepción combativa de que la literatura está cambiando con la integración de todo lo nuevo y tecnológico que puede influenciarla. Sus historias no dan tiempo para la depresión y el desanimo porque conjuga la imaginación y la creatividad. Los críticos españoles llaman a esta literatura de varias formas: posliteratura, afterpop, implosión mediática o simplemente literatura mutante. Ella no es una excepción a la regla, porque en sus historias no hay reglas, pero puedo afirmar que sigue la (verdadera) tradición literaria de Nuevo León. ¿Cómo me atrevo a decir eso? Pues descubrí que Josefina Niggli (1910-1983), narradora regiomontana escribía guiones para la famosa serie norteamericana The Twilight Zone (La dimensión desconocida). Entonces la dimensiono y la valoro así, con este conocimiento, con este dato curioso que redefine a toda la narrativa contemporánea de este árido reino.
Ya no me muevo
La apariencia se adhiere al ser y únicamente el dolor, el sufrimiento, puede arrancar al uno de la otra. La insinuación inquietante y la frontera incierta de los sentimientos de los diversos personajes que nos presenta Norma Yamille confirman su vocación subversiva o radical, la cual siempre ha terminado (como todas las vocaciones o movimientos literarios) devorada por el mercado literario. En este caso la autora ha conquistado una madurez literaria y supongo que poco le importa el mercado o lo que yo diga y piense sobre los enfoques independientes de su obra. Supongo, eso sí, que no le molesta ser devorada por los lectores, ni sentir unos colmillos clavarse en el cuello de sus historias.