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Musique de merde


Música para charlar

La reciente presentación de Sébastien Tellier en Monterrey generó controversia debido a los problemas con el audio y el público presente. No deja de resultar irónico que mientras más acceso tenemos a la música, ésta se vaya transformando en un mero “fondo sonoro”.

OPINIÓN

Hace algunos días se presentó en la ciudad de Monterrey el músico, productor y multinstrumentista francés Sébastien Tellier. Cualquiera que haya escuchado su música sabrá que su apuesta está sobre la creación de atmosferas sonoras. La belleza de sus piezas radica en los pasajes musicales creados con sutileza. Haber trabajado al lado del grupo francés Air queda manifiesto en el lugar principal que Sébastien le da a los sonidos.

Después de realizado el concierto comencé a leer algunos comentarios muy negativos sobre la presentación del francés en Monterrey; la mayoría tenían que ver con lo poco disfrutable que había sido la presentación de Tellier gracias a factores ajenos al músico, comenzando por la mala calidad del audio y rematando con el molesto barullo de la gente hablando. Eso quedó demostrado en un video que un asistente compartió en redes sociales donde el músico está tocando y muchas de las personas no le ponen la más mínima atención, situación que resulta bastante vergonzosa. Es claro que muchos ahí no tenían idea de quién es y qué música hace Sébastien Tellier.

Pero esto no es extraño si tomamos en cuenta que el lugar donde se realizó la presentación es un negocio que no está adecuado para hacer presentaciones de grupos o músicos en vivo. Es un bar donde la gente va a divertirse y la música solo es algo de fondo que acompaña mientras las personas socializan. Ahí no van a escuchar música, se va a socializar. Y este no es un problema en sí del lugar, sino de lo poco que entendemos de la música, lo que es y cómo funciona. No podemos pretender que las personas vayan a escuchar música a un lugar donde este no es el objetivo.  Estamos muy lejos de entender que la música es un acto de comunicación antes que de entretenimiento.

No deja de resultar irónico que mientras más acceso tenemos a la música, ésta se vaya transformando en un mero “fondo sonoro”, lo cual se viene haciendo extremo con la aparición de las plataformas de streaming, como bien lo señala Rafael Vargas Escalante en su prólogo al libro “Necesidad de música” (Ed. Grano de Sal 2019). Tampoco es algo nuevo; esta acción de utilizar la música como un acompañamiento banal ya lo habían notado hace muchos años diversos músicos, como el mexicano Silvestre Revueltas, quien en 1938 compuso una pieza llamada Música para charlar y la describió de una manera lapidaria: es música para no pensar.

Antes, en 1917, Erik Satie realizó un par de composiciones a las que tituló Música para amueblar I y II, y Música útil, piezas a las que él definía como música para amueblar casas a la que no era necesario ponerle atención.

Cabe señalar que ambos casos, con su grado de sarcasmo incluido, resultaron de la observación de los músicos sobre el comportamiento de algunas personas hacia la música al utilizarla de manera superficial.

En 1960 el pensador George Steiner ya venía advirtiendo esta banalización de la música al escribir su texto “Una sala de conciertos imaginaria”, donde menciona que cada vez la música se convierte en acompañamientos y ya no destaca por sus propias cualidades especiales, sino que se ha vuelto ambientación de tareas domésticas y otras actividades, como socializar en el caso de los bares. Por eso no resulta extraño que ese sábado la gente prefería charlar mientras Sébastien Tellier trataba de tocar. No es casualidad que apenas haya tocado alrededor de 30 minutos, supongo la situación debió ser muy molesta y vergonzosa para el mismo músico.

Sí, probablemente estemos viviendo una época en la que se oye más música que nunca, pero también es cierto que vivimos en un analfabetismo muy particular, ese que Steiner de manera visionaria logró describir como “el analfabetismo de quienes oyen música pero no la escuchan”.