“Algo había en el aire de Durango ese año. Algo difícil”, dice Lázaro Cristóbal Comala en una de sus entrevistas más reveladoras acerca de su 2018. Y no podría estar plasmado con más franqueza que en “Canción al Bupropión”: “En el mismo año perdí mi trabajo, / se fugó mi padre, / me regresaron el anillo, / se perdió el contrato del salón, / me detectaron distimia / y desde entonces tomo Bupropión”.
¿Profeta o charlatán?, nos preguntábamos en la reseña de su brillante Canciones del ancla, uno de los mejores discos de Iberoamérica en 2018 para el staff de La Zona Sucia. Tal vez nada de eso, quizás Daniel Azdar (su nombre real) es sólo un peregrino más de los tiempos negros de su generación. Una épica cotidiana que se lucha palmo a palmo. “Un domingo vacío que huele a suicidio”, como dice en “The Ballad of Bono Corona”, un demoledor himno de tintes dylanianos sobre la sensación de haber librado el abismo sin saber muy bien por qué.
Y es que Samuel, más allá de su intención conceptual de ser un tributo al padre ausente, es un gran testimonio sobre el suicidio. “Niños sad a esta edad es igual / una casa incendiada, una línea y sangrar / un vengámonos juntos, una cuerda y saltar / y vivir más que sin felicidad”. Según cuenta, el año pasado estuvo cerca de concretarlo, pero el recuerdo de los “Niños tristes de Durango”, un grupo de chicos menores de edad que no podrían entrar a sus conciertos, le hizo cambiar de opinión y le arrebató una canción que es un retrato generacional sin parangón.
Más allá de su turbulento 2018, Lázaro consolidó su trayectoria como uno de los cantautores esenciales del México actual. Con la venia de Nacho Vegas, abrió su show en el Teatro Diana de Guadalajara. También se incorporó a las filas del sello capitalino Pedro y el Lobo, que lanzará Samuel en todas las plataformas de streaming el próximo 7 de junio. Y acaba de estrenar su más reciente single, “La tornaboda”, acaso el único momento luminoso en el tracklist, con su machacona vibra country.
Si con Canciones del ancla había explorado los límites de su sonido en un disco largo, Samuel es más breve y estratégico. Confía más a pleno en las resonancias de su guitarra y de su voz. Pero no dejan de aparecer nuevos hallazgos. “Estoy poniendo todo de mi parte” es quizá uno de esos momentos. Una balada de sabor cincuentero con la voz de Maya Piña de la banda Budaya, enmarcada por un theremin tan nostálgico como estremecedor.
Samuel, en suma, es el trabajo más personal y crudo de toda su trayectoria, un verdadero exorcismo familiar y personal, y un testimonio de una lucha íntima. “Estar sobrio”, “Estoy poniendo todo de mi parte”, “La lucha en la que andamos”, son títulos explícitos por sí mismos. Todos ellos llenos de frases certeras como puñaladas que se mantienen en la memoria mucho tiempo después de que se las notas se han esfumado.
En el artwork de Samuel no sólo hay una foto de Daniel con su padre. También encontramos una cita de Octavio Paz: “Del vómito a la sed, / atado al potro / del alcohol, / mi padre iba y venía entre las llamas. / Por los durmientes y los rieles / de una estación de moscas y de polvo / una tarde juntamos sus pedazos. / Yo nunca pude hablar con él”. Y en el tema que le da nombre al disco, habitante de Comala al fin, se planta frente a esa misma figura y le dice: “Así que ven o vete o dime de una vez / si eres tú el que no viene / o soy yo el que no puede. / Si eres tú el que dirá ‘esto no será’. / Si eres tú el que se muere y soy yo el que te va a sepultar”.
Hace unas semanas, en una story de Instagram, Lázaro contó que su padre volvió a Durango y vio la portada del disco. “Me mandó decir con mi hermano que me iba a cobrar regalías”.
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