Si caminas por la playa de Puerto Morelos, a la izquierda, más allá de la sección hotelera y las casas habilitadas como hostales, te encontrarás de pronto con gente que se pasea desnuda, en pareja y muy tranquilamente.
Por: Gabriel Contreras
Puerto Morelos es un pequeño pueblo ubicado en Quintana Roo. Hace apenas unos años que se constituyó como municipio, y por esa misma razón su economía es frágil, naciente apenas, pero eso no impide que su población, de apenas unos 35 mil habitantes, aspire a cierto progreso.
Puerto Morelos tiene más población flotante que gente arraigada, de modo que los mayas se han acostumbrado a convivir con holandeses, noruegos, ingleses, norteamericanos y franceses de manera regular. Ellos, la gente rubia, van y vienen, de modo que no se sabe cuántos son. Sin embargo, los mayas -aquí se les llama “mayitas”- también gozan de cierta diversidad, ya que en realidad muchos no son mayas, sino que algunos de esos supuestos mayas son simplemente gente morena, venidos de Tabasco, Veracruz, o incluso de Campeche.
Pero en este crisol de fuereños que es hoy Puerto Morelos, se encuentran también nuevos habitantes, llegados de Ciudad de México, de Monterrey, de Sinaloa y de Durango.
Puerto Morelos tiene sus atractivos propios en términos de comida: marquesitas, pizzas italianas, tacos de pescado sinaloense, plátano con queso. Pero eso no es todo. Tiene sorpresas, que no se hallan en el plano de la comida, sino en el de la convivencia.
Si caminas por la playa, a la izquierda, más allá de la sección hotelera y las casas habilitadas como hostales, te encontrarás de pronto con gente que se pasea desnuda, en pareja y muy tranquilamente. Son gente europea o nórdica.
Digamos que se trata de mujeres de 1.80, los pechos inmensos y la piel color naranja, hombres de hombros anchos, con muestras de haberse pasado muchas horas en el gimnasio, ojos azules y cabello largo, dorado. No son jóvenes. Es posible que transiten de los 40 a los 50. Son los huéspedes de un pequeño y hermoso centro vacacional que se extiende hasta la playa, haciendo de su espacio un campo nudista. En este hotel todo es desnudez. Solo en sus oficinas se usa ropa. Y los guardias también van vestidos.
Los atractivos de este hotel constituyen un menú dominado por la incitación sexual, la fantasía erótica, y la posibilidad de recibir masajes en grupo. Otra opción probablemente divertida es la invitación a ser grabados en acciones íntimas, y ejercer la creatividad sexual sin ser molestados por testigos o gente malpensada.
Este no es un hotel barato al que puedas ir cada semana. Su costo por habitación es de 11,793 pesos por noche, con derecho a estacionamiento, recamara, wi-fi y desayuno.
Sus habitaciones poseen un hermoso diseño dominado por el color blanco, y para mejor intimidad cuenta con su propia piscina, ajena a miradas curiosas.
En realidad, la desnudez es un factor usual en las playas europeas, y, más que usual, rutinario. Bañarse desnudo en el mar no es un acto de rebeldía para alemanas, catalanas, francesas o alemanas de hoy. También es cosa normal ir con los pechos al aire entre las mujeres oaxaqueñas que se bañan en los ríos. Sin embargo, este hotel suena distinto en Puerto Morelos, territorio maya, porque en estas playas hay incluso gente que se mete al agua con camiseta, tanto hombres como mujeres. Eso vuelve a este hotel un atractivo turístico para gente que trae realmente mucho dinero en su tarjeta de crédito.
Ustedes perdonen: no puedo contarles cómo son las fiestas temáticas en las noches del resort, porque no soy uno de sus huéspedes, pero sí me atrevo a suponer que serán, tal vez, de alguna manera, inquietantes.