Camioneros, motos, autos tuneados, nazarenos de Semana Santa en skate, toreros, y la alucinante metáfora del mal amor como esa banderilla que se clava en el lomo del amante en una tarde de lidia. La imaginería del videoclip “Malamente” (dirigido por la productora Canadá) explotó como una bomba en el medio iberoaméricano a mediados de este año y fue la carta de confirmación de Rosalía en su faceta más global. Desde entonces no han parado de caer elogios.
“Rosalía se cuestiona qué significa ser joven y español en un país que corre en dos direcciones a la vez, dividido entre las identidades regionales y el canto de sirena de la globalización”, escribió Philip Sherburne en un feature para un Pitchfork poco afecto a abordar las músicas de habla hispana. Pero no sólo la crítica está encandilada. Dua Lipa y James Blake la recomiendan en Twitter y Emily Ratajkowski se graba en Instagram bailando la coreografía de la canción del verano.
Pero la fiesta del mainstrem no significa unanimidad. Menos si se trata de un artista tratando de abrirse paso en un medio tan cerrado y conservador como el flamenco. A sus 25 años, Rosalía Vila ya puede presumir tener una pequeña obra maestra del género como es Los ángeles (2017), donde demuestra su valía como cantaora, acompañada de Raúl Refree, en una producción arriesgada y fresca. Un terremoto para la ortodoxia flamenca, que le cuestiona cosas tan absurdas como no ser de Andalucía, sino de Barcelona.
Bien decía Néstor García Canclini que las culturas híbridas se generan en esos espacios donde tradición y modernidad chocan en el mundo actual. Iberoamérica es uno de los lugares ricos en esos espacios. Y en Rosalía esa hibridez no podía ser más necesaria e inevitable. Mientras Los ángeles conquistaba oídos tradicionales, Rosalía colaboraba en los temas de trap de C. Tangana y hacía un feature en en el nuevo disco de J Balvin. Toros y palmas con ropa deportiva y baile dancehall.
El mal querer es la gran apuesta de Rosalía de definir su sonido y tomar por asalto el mundo del pop global desde una óptica española. Y triunfa. Quizá sea la primera gran obra de la música urbana iberoamericana. Coescrito con El Guincho y C. Tangana, y coproducido con el primero, El mal querer es una ópera pop (si nos damos el lujo del neologismo) que sigue el ciclo del desamor. Basado en una novela medieval, la línea sigue el deslumbramiento, la boda, la violencia de género, la separación y la redención, en una línea argumental donde igual caben la imaginería gitana, García Lorca y los discursos feministas indispensables en nuestra época.
El Guincho y Rosalía aprovecharon las herramientas de la electrónica, el R&B, el hip-hop y el trap, entre palmas y jaleos flamencos, para configurar un espacio sonoro donde los temas fluyen con naturalidad, desde el sample de “Mi cante por bulerías” de La Paquera de Jerez en “Que no salga la luna” hasta la extrapolación de “Cry Me A River” de Justin Timberlake en “Bagdad”.
El mal querer es uno de esos discos donde crítica y masividad parecen estar de acuerdo. Es el ala mainstream de una serie de artistas españoles que están tratando de expandir y transgredir los límites del lenguaje flamenco (Por acá pueden leer nuestra reseña de Antología del cante flamenco heterodoxo de Niño de Elche). Es la obra de una artista joven que busca dialogar de a tú con el pop global de Beyoncé y Rihanna sin perder un ápice de españolidad. Desde acá, lo celebramos. Olé.
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