El viernes 14 de diciembre, Netflix estrenó Roma, la última película de Alfonso Cuarón, ganadora del León de Oro en el Festival de Cine de Venecia, reseñada por la crítica internacional como la mejor película del año y favorita en la próxima edición de los premios Oscar.
Tardé en verla, resistí la tentación de reproducirla en la pantalla de mi celular y esperé las condiciones propicias. Evité contaminarme con las reseñas, criticas, memes, alabanzas y pedradas que volaban de un lado a otro de mi timeline.
Cuando terminó, me quedé con la impresión de haber visto una película especial. Imágenes que explotan el detalle como recurso vital, una obra propositiva de un director meticuloso que valora por igual un buen dialogo, un encuadre, una soberbia actuación o una escenografía obsesivamente realista; todo en Roma es igual de trascendente para Alfonso Cuarón.
Saboreando el dulce sabor de boca que me dejó el filme, no pude evitar preguntarme si, en realidad, estaba completamente equivocado. Si me había dejado hipnotizar por un hábil aparato de marketing o un exacerbado clamor nacionalista.
Porque lo cierto es que Roma, al declarar sus intenciones de unificar al país, lo terminó polarizando más. Se puso de moda alabarla y destrozarla, cuestionar sus formas, sus pretensiones, hurgar dentro de ella para buscar el oro que posee o, tal vez, la porquería que esconde.
Diseccionando la infancia de Cuarón
El saber que la película está inspirada en la infancia del director resultó para muchos un distractor.
El análisis de sus cualidades se desvió hacía otro sendero. Nos preguntamos entonces si Alfonso ocultó detalles sórdidos de su niñez, si lo nubló el sentimentalismo, si pecó de soberbia al pretender que su historia íntima nos conmoviera.
Se cuestiona su intención de concientizar sobre el racismo inherente en la sociedad (ya sea setentera o actual, mexicana o extranjera) mediante sus fifís recuerdos infantiles.
La agresiva estrategia publicitaria de Netflix
Otro gran distractor fue la invasiva campaña mediática de Netflix. La declaración fanfarrona de producir “la mejor película del año”, el filme merecedor de exhibirse en Los Pinos y que “todos los mexicanos DEBEMOS ver”. Muchas de las críticas parten desde esta predisposición a la antipatía.
A decir verdad, Roma nos exige un gran esfuerzo para aislarnos de todo este entorno panfletario que nos empuja a disfrutarla.
La película “trasformadora”
Mala cosa fue su declarada intención de sensibilizar a México en el trato a sus empleadas domésticas. Esa misión pretenciosa y fantástica es más cercana al espíritu de la Cuarta Transformación que a la esencia de la película. Cuando el arte se envuelve de intenciones moralizantes, termina apestándose.
¿Qué es Roma?
Encasillar a Roma como una película para pseudo intelectuales y chairos es injusto. Así como es injusto que sus defensores cuestionen la inteligencia de quienes no la disfrutaron.
Es una película densa y personalísima que exige al espectador comprar los métodos y formas de Alfonso Cuarón; para después, ser atrapado por los conflictos que presenta la historia. Es un filme que exige una sensibilidad particular.
A pesar de que la obra de Cuarón aguanta cualquier disección critica, tiene falencias, como cualquier obra cinematográfica. Como todo arte, es subjetiva.
Roma nos ofrece la posibilidad de extasiarnos en los detalles, de perdernos en los sonidos callejeros, en la hermosa fotografía. Nos ofrece la actuación compleja y conmovedora de Yalitza Aparicio, un logro qué, por sí mismo, da valor a la película. Ofrece además la historia de dos mujeres a la deriva, conflictuadas en momentos clave de su vida.
Roma es una excelente película que muestra desde la neutralidad, sin pirotecnia y sin efectismos, una realidad de machismo, misoginia y racismo brutal; pero tan cotidiana, que muchos de nosotros la considera aburrida.
1 comentario en ««Roma»: La película que está de moda amar… u odiar»
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