A José Luis Pluma poco le cuentan. Estuvo a unos centímetros de la mítica Encuerada de Avándaro y chocó manos con prácticamente toda la escena del rock azteca cuando los jipitecas domaban el Valle de México; pero también tuvo enfrente a Led Zeppelin, Queen, Ramones, Electric Light Orchestra, Bob Dylan y Mötley Crüe cuando lograr eso no era más que un sueño húmedo para la mayoría de los paridos en la tierra de las tunas. José Luis dirigió una de las revistas más importantes en la historia rockera nacional: Conecte. Un cargo que desempeñó por casi veinte años, de 1980 a 1998; una era en la que –pese a que cueste trabajo creerlo- casi todo lo que mantuviera relación con guitarras eléctricas todavía apestaba a peligro. Para ponerlo en términos vanos: aquel meme que reza “¿tú que vas a saber de rock, pinche chamaco pendejo?”, debería sostener invariablemente un retrato de Pluma, como el encargado de emitir el mensaje.
El hombre se desarrolló profesionalmente cuando los teléfonos estaban anclados a los muros y se corría el riesgo de padecer artritis al usar la máquina de escribir, cuando el correo se dejaba bajo la puerta y las entrevistas se grababan en cinta. Con esas herramientas, Pluma se las arregló para charlar cara a cara con personajes como Lita Ford, BB King y David Lee Roth, por menciona apenas algunos. Y todo lo logró yendo y viniendo. Planchando banqueta. En metro, en autobús, a pie. Ocurrió en los días en que cargar una cámara fotográfica análoga no era cool y dárselas de periodista musical significaba ser un nerd que vivía pegado al tocadiscos; los tiempos en los que, para los lectores, acercarse al puesto de periódicos para preguntar por la Conecte operaba como un ritual semanal que se practicaba con el mismo fervor que los pecadores tragan hostias en los templos.
Efectivamente, en México, Conecte significó prácticamente todo durante décadas. Era el único canal que existía para correr por los derroteros del rock and roll, más allá de los discos. Mancharse los dedos de tinta con su papel era símbolo de embarrarse la grasa que el rock en estado salvaje segregaba. Música y letras, compases y enunciados. Todo muy romántico. Sin embargo, José Luis Pluma no estudió periodismo. Hoy día, sentado en el patio de su casa, en Neza, bajo una sombrilla que lo resguarda del sol veraniego, se define a sí mismo como un “fan del periodismo”, como alguien que ha ejercido dicho oficio bajo principios muy bien definidos: “el periodista investiga, acude al lugar de los hechos y se pone necio, inventa trucos para lograr su objetivo, se desvela trabajando”. Bajo tales parámetros, José Luis considera que actualmente “no hay periodismo rockero; puro Juan de la Chingada escribiendo para internet, desde chavitos de 17 a tipos de 50 años de edad”.
A Pluma le preocupa especialmente lo que ocurre con los jóvenes, lamenta que no exista“iniciativa alguna de parte de ellos. ¿A qué me refiero? A que no tienen impacto, a que carecen de nombre. A veces leo a chavos que redactan chingón y me digo, ¿qué onda con éste, qué va a ser de él, dónde va estar, de qué va a vivir? Porque hoy día todo se pierde, se diluye. Hay demasiada información”. En ese sentido, José Luis considera que no basta con quedarse frente a la computadora amontonando likes, pues “el periodismo es andar para allá y para acá, es conversar, escuchar, investigar. De eso se alimenta el periodismo rockero, del movimiento”. Y es justo eso, el movimiento, fue lo que le permitió a Pluma clavarse con el rock and roll cuando era un adolescente en la colonia Portales, en los días en que era conocido como el chico callado del barrio, el raro de la esquina que acostumbraba escuchar la radio y leer revistas especializadas en música.
Fue una etapa chingona, como vivir en un sueño
“Me gustaban Ritmo Juvenil, Pop y Dimensión, pero la que más me atraía era México Canta”, comenta José Luis; “compraba la última y la leía cuatro, cinco veces, a lo largo de la semana. Me aprendía de memoria cada número y me daba coraje cuando ponían fotos borrosas o los artículos traían pura paja. Mi casa era muy pobre, así que no teníamos discos. Yo me ponía a leer mis revistas escuchando Radio Capital, La Pantera y Radio Éxitos; me acuerdo cuando escuché “Like a Rolling Stone”, me dije: no puede ser, cómo es que dure tanto esta canción. Y me volví loco. Fue una etapa chingona, como vivir en un sueño”. Ese mundo onírico era plasmado en papel por aquel hippie preparatoriano, quien agarraba cartulina y tinta para diseñar pósters psicodélicos, un pasatiempo que lo llevaría a tocar las puertas del Pata Show, un café cantante ubicado frente al Teatro Metropolitan, donde consideró que podrían comprarle algo de su obra. El dueño del sitio tomó sus pósters a consignación, lo que orilló a su autor a ir frecuentemente al negocio y en una de esas visitas subirse al escenario debido a que el cantante en turno jamás llegó. “Estaba temblando de nervios, pero me eché “Quién detendrá la lluvia”, de los Creedence, que era la que mejor me salía. Para mi sorpresa me aplaudieron, entonces empecé a contar chistes y me aventé una movida para subir a bailar a una chava. Todos me decían: síguele, síguele”.
Finalmente Pluma se quedaría a cantar en el Pata Show por algún tiempo. En esos días, su plan era estudiar Administración de Empresas, pero la música ya lo tenía trenzado de la mata. En cierta ocasión supo que los Dug Dugs tocarían en un lugar de Insurgentes y terminó vendiéndole pósters a Armando Blanco; sin planearlo, Pluma había caído en blandito: en el Hip 70. Ahí, Blanco le habló del dueño de una revista llamada Teens, un sujeto que necesitaba a alguien que le hiciera diseños psicodélicos para su publicación. El joven Pluma a la larga visitaría la mansión de aquel tipo, quien le ofrecería trabajar en dicha revista; “una publicación que parecía gabacha, con puros chavitos bonitos, gente de TV y cantantes onda Bobby Sherman”. Los días que aquel chico pasó leyendo una y otra vez México Canta comenzaban a servirle; sabía bien cuáles eran las necesidades del lector adolescente y sobre ello iba.
«El periodismo es andar para allá y para acá, es conversar, escuchar, investigar. De eso se alimenta el periodismo rockero, del movimiento»
Para entonces, José Luis desconocía que muy pronto conocería a Carlos Baca, editor de su amada México Canta; lo único que tenía claro era su hartazgo. “La gente se burlaba mucho de mí. Se reía de mi color de piel, de mi pelo, de mis rasgos indígenas. Sufrí mucho la discriminación, el racismo. Y yo pensaba: bueno, si voy a sufrir todo esto que sea en un lugar mejor y con güeros de verdad. Por eso quería irme a vivir a Estados Unidos”. Con esa idea plantada en la cabeza, ya tenía varios fajos de billetes guardados, listos para ser cambiados por dólares. Debido a que nadie en su colonia pudo darle referencia de dónde y cómo sacar sus papeles para salir de México, decidió escribirle una carta a quien, estaba seguro, muchas veces había visitado EU: Carlos Baca. Pluma mandó un sobre azul a las oficinas de México Canta, el color del papel tenía el objetivo de que la misiva se diferenciara de las cientos que seguramente llegaban a la revista, y eso pasó justamente.
José Luis no sólo recibió consejos de Baca para que tramitara su visa sin contratiempos, sino que éste lo invitaría a su casa para ponerle un ejemplar de México Canta en la cara y preguntarle qué era lo que no le gustaba de la edición. “Le dije que no me gustaba que metiera tanto a Roberto Jordan y a Angélica María y que en la sección de guitarra, donde publicaban letras y acordes para tocar y cantar, pusieran puras rancheras y boleros. Le propuse hacer yo mismo esa sección, pero con canciones de rock, para empezar una de los Beatles, otra de Creedence y una más de Christie. Ya estás dentro, me dijo Baca, pero vas a tener que traerte cuatro canciones de los Beatles a la semana, si no puedes hacerlo, mejor ni vengas”. En poco tiempo José Luis concretaría dicha labor para abandonarla y dedicarse a reportear. Su primera entrevista publicada fue con Peace & Love: “me quedó muy mal el texto, no sé cómo me publicaron esa porquería habiendo gente que lo hacía muy bien, como Walter Schmidt, Óscar Sarquiz, José Luis Fletes o Alfonso Teja”.
Muchas ganas de escribir, pero de rock mexicano
Era cierto que Pluma no poseía una educación periodística, sin embargo contaba con atributos que otros no tenían; fundamentalmente tenía de su lado intuición, pasión por la música, un historial como lector fervoroso de publicaciones musicales y lo más importante, quizá: visión. Una visión a futuro. El mismo José Luis ahonda al respecto: “¿sabía yo redactar, estudié periodismo? No, para nada. Pero me sabía de memoria lo que publicaban las revistas musicales, tenía grabado en la cabeza cómo se escribían los textos, cómo se redactaban. Además, yo no escribía tan mal. No era un burro. Me gustaba Parménides García Saldaña, José Agustín, Gustavo Sainz. Todo ellos”. Lecturas aquellas, importa contar, sonorizadas con excursiones a los pozos donde el rock se agitaba engrilletado, en frontones y bodegas así como en antros y casas ubicadas lo mismo en la Obrera que en el Centro o la San Miguel Chapultepec.
Es determinante subrayar el hecho de que Pluma conociera lo que ocurría en las calles, de primera mano, al visitar los lugares donde los amplificadores se encendían, en callejones miserables y tocadas a ras de suelo; lejos de teatros con reflectores y mesas con ceniceros y limonadas. En ese rol, 1971 resultó ser un año definitivo en la historia de José Luis, un punto germinal para lo que vendría. Con la idea de irse a Estados Unidos anidada en la cabellera, acompañado de Baca fue a Nueva Orleans, al festival Celebration of Life. Ver a Miles Davis, Chuck Berry, John Lee Hooker, los Flying Burrito Brothers, Pink Floyd y muchos más operaría como el estallido de un trueno en la vida de Pluma. Nada volvería a ser igual.“Fue una experiencia ir allá, me cambió la vida. Me acuerdo que hasta me estaba embarcando con los hijos de dios porque yo casi no hablaba inglés y a todo decía que sí; ya me iban a llevar a rezar y que me echo a correr. Regresé a México con muchas ganas de escribir, pero de rock mexicano”.
Fue el arranque de una carrera, el disparo inicial. José Luis empezó a entrevistarse con los grupos nacionales que estaban en la cresta de la ola entonces. Él mismo al habla: “el sello Cisne Raff organizaba todo porque entonces no había mánagers ni oficinas, uno llegaba directamente a las casas de los músicos. Al platicar con esa clase de gente pensé: wow, éste es otro rollo, aquí me quedo. Yo quiero escribir. ¿A qué me refiero? A que eran grupos que venían de provincia y todos me trataban muy bien, y eso me gustaba. Chale, antes nadie me trató de esa forma, así, de: hola hermanito, qué onda”. La vida de periodista llevó a José Luis a sitios como el Champagne A Go go, donde nacieron grandes historias: “me iba con un cuate a ligar gabachas. Él me decía, hazme el paro tú que sabes inglés; pues más o menos, le decía yo. Así me amarré a la gringa más hermosa que he conocido, vivía en Virginia”. Pero, ¿de dónde sacó Pluma su inglés a nivel práctico?, se preguntarán varios. Él mismo responde: “lo agarré escuchando las canciones de Elvis y los Rolling Stones, con un diccionario al lado”.
«¿Sabía yo redactar, estudié periodismo? No, para nada. Pero me sabía de memoria lo que publicaban las revistas musicales, tenía grabado en la cabeza cómo se escribían los textos, cómo se redactaban».
En la ruta de las anécdotas jipitecas, vale la pena que el propio José Luis cuente su experiencia en Avándaro: “Mi chava tenía 17 años y yo como 20, y al llegar le dije: aquí quédate, conmigo, porque luego nos podemos perder y cómo le hacemos. Y bueno, vimos a La Encuerada de Avándaro, así, bien cerquita. Luego llovió y la chingada y le dije a un cuate: oye, ¿dónde venden tortas?, es que no hemos comido; y me contesta: ¿cuáles tortas?, ya no hay nada, todo se acabó, ten. Y que me regala una torta. Se la di a mi mujer. El frío estaba encabronado. Muy fuerte. No dormimos, nos quedamos despiertos hasta que todo acabó. Al final, de pura casualidad que oigo un grito desde un carro, ya en la carretera. ¡Pluma, Pluma, ámonos! Era un cuate mío. Y órale, nos subimos al coche y toda la gente a pie. Y al otro día, pues sorprendidos de lo que decían los periódicos. ¡Nada de eso pasó!”.
¿Quién anda ahí, La Bruja?
Para entonces, Pluma ya colaboraba en Ovaciones e Ídolos del Rock, estaba a unos pasos de llegar al sitio que lo pondría en el mapa del rock mexicano al toparse con Arturo Castelazo. “Él hacía Rock Poster y cuando lo conocí me preguntó: oye, tú dibujas, hazme un póster de Santana, ¿no? Se lo hice y cuando fui a cobrar a las oficinas, que estaban por Tlatelolco, lo encontré todo vacío, había dos escritorios y un teléfono y ahí estaba Javier Alatorre. Entonces llegó el editor, Arnulfo Flores, y total, que me la suelta: ¿quiere escribir en Rock Poster? Y claro que sí quería. Así nació mi columna de rock nacional: TNT Rock México. Por La Bruja”. Sí, La Bruja, el mote con el que entonces se conocía a José Luis, un apodo cuyo germen vale la pena detallar: “una vez llegué temprano al café donde cantaba y me puse a colgar adornitos, calabacitas y calaquitas y la chingada. Era Día de Muertos. Ya traía la greña larga, toda despeinada, y estaba todo bien oscuro. Entonces que llega el portero y grita: ah chinga, ¿quién anda ahí?, ¿la bruja? Y respondí: ¿cuál bruja?, soy yo. Y aquél contesta: nah, eres la bruja. Y desde ahí se me quedó ese apodo, La Bruja”.
“Me daba pena poner mi nombre, me preocupaba que se burlaran de mí”. Ahí la razón por la cual al empezar a escribir en Rock Poster, José Luis prefería firmar como La Bruja. La situación cambiaría pronto, cuando, impulsado por la cantidad de material que llegaba a las oficinas (revistas, libros) proveniente de Estados Unidos, Flores decidiera crear una revista, una publicación tamaño tabloide con periodicidad mensual que Castelazo bautizaría como Conecte y en la cual él mismo fungiría como Director, mientras Alatorre operaría como Sub Director. Pluma era un colaborador más entre muchos otros que fueron y vinieron, como Víctor Roura, Roberto Vázquez Hernández, Fabián de los Santos Castro, Armando Miranda, Antonio Malacara, Merced B3l3n, Gustavo Munguía, Vladimir Hernández (quien luego se iría para darle forma a Banda Rockera) y el ya mencionado Sarquiz, entre muchos más. Un combo de firmantes que definió la forma y el fondo de Conecte.
Con esos puntos bajo la lupa, José Luis se acomoda en su silla de fierro y cruza la pierna, luego se pasa la mano por la nuca y se peina la cabellera con los dedos. Es bien sabido desde hace años que se rehúsa a hacer apariciones públicas siempre y cuando existan protocolos de por medio. Es difícil que acepte dar una entrevista u ofrezca una conferencia; sin embargo, es sencillo encontrárselo justo dónde él mismo acusa que la información fluye: lejos del brillo de la computadora. En ese rol, su hábitat natural se halla en el Tianguis Cultural del Chopo; ahí es posible verlo cada sábado, debatiendo con colegas y amigos, presto para charlar con quien desee acercarse. Toda la vida ha sido de esa forma, amable con su trato; claro, “porque hay que evitar los roces, eludir los choques, ¿para qué buscar conflictos?, ahonda Pluma hoy día, arrugando los ojos bajo el sol, recibiendo la resolana en el patio de su casa, seguro de que esa filosofía fue la que llevó a Conecte a la cima en su momento, precisamente cuando el propio José Luis asumió la dirección de la publicación, muy a pesar de sí mismo, pues temía que “la revista tronara en mis manos, no quería hacerme de esa responsabilidad”.
Conecte. La revista de la nueva era del rock
José Luis tomó el puesto de director con la llegada de los años ochenta. Y arribó con un lema para encarar los cambios que suponía la naciente década: Conecte. La revista de la nueva era del rock. Él mismo prosigue: “al llegar los ochenta vino la explosión del Rock en tu Idioma, pero también comenzó a levantar el punk y el metal mexicano, y lo mismo ocurrió con los rupestres. Por eso dije: esto es muy importante, se merece muchas portadas, pero ¿cómo lo logramos si tenemos al lado a los Beatles y a los Stones, que venden solitos; o a KISS, que durante mucho tiempo mantuvo viva a la revista? Entonces recordé que en los sesenta llegué a ver una publicación que tenía dos portadas. Lo repliqué y funcionó”. Fue así como Conecte tuvo desde entonces dos portadas, una nacional y otra internacional y pasó de salir mensualmente a hacerlo semanalmente. De esta forma, el cuerpo de colaboradores aumentó e incluso aparecieron corresponsales en Nueva York, Perú y Los Angeles. Fueron días de labores arduas cuyas dinámicas en el presente se antojan vetustas, antiguos modos de operación que el otrora director describe elocuentemente:
«Ahora me dicen: es que tú copiabas textos de otros autores, de Rolling Stone, Creem, Hit Parader. Y sí, nos fusilábamos entrevistas gabachas. Era válido. Ellos nos robaron nuestro territorio hace años, era nuestro momento de robarles algo. Chingue su madre».
“No había computadoras. Puras máquinas de escribir que de tanto usar te provocaban artritis o tendonitis. En ellas no había modo de corregir, seguido nos equivocábamos, sacábamos la hoja y volvíamos a empezar. Era todo un rollo. Por otro lado, cada texto que hacíamos lo copiaban los linotipistas, o sea, a veces iban bien los artículos pero ellos cambiaban palabras o se comían puntos. La revista era semanal y teníamos un horario estricto de entrega, o sea, como estuviera la edición, salía a las calles. Era estresante, muy estresante. Porque tampoco existía internet, y por ese motivo siempre había mucho trabajo. Había que investigar. Nos íbamos a los libros, no había más. Mandábamos pedir libros y revistas de Estados Unidos y de ahí sacábamos toda nuestra información. Ahora me dicen: es que tú copiabas textos de otros autores, de Rolling Stone, Creem, Hit Parader. Y sí, nos fusilábamos entrevistas gabachas. Era válido. Ellos nos robaron nuestro territorio hace años, era nuestro momento de robarles algo. Chingue su madre. Además, era un asunto de sobrevivencia, había que sacar para comer. Si vives en el cerro y no tienes para comer, le buscas por ahí y te comes unas mazorcas, ¿no? Eso es lo que hacíamos nosotros”.
Los colaboradores iban a las oficinas de Conecte a entregar sus textos y así, cara a cara con José Luis, hacían las correciones pertinentes. Ese trato solía atraer problemas, desencuentros que Pluma evitaba a toda costa pues, según él, sostener una buen relación con los colaboradores era determinante para que la publicación andara sin demasiados contratiempos. “Intentaba no pelear con los colaboradores porque cuando hay una tensión negativa entre colaborador y editor las cosas no funcionan.Como director debes ayudar a tus colaboradores para que se sientan seguros. Las discusiones son inevitables, pero yo me aferraba a que las cosas se hicieran como yo decía porque yo era el responsable, era yo quien sabía la forma y estilo de la revista y quien respondía por ella era yo, nadie más”. Sin juntas de por medio, sin whatsapp ni messenger, Pluma organizaba su plan de trabajo: “elegía un tema y también escogía a quien sabía que podía desarrollarlo. Existía una fecha de entrega, entonces calculaba cuánto podría tomarle a cada colaborador hacer su trabajo y con eso como base hacía encargos. Clasificaba la forma de trabajar de cada uno, y esto lo lograba tras notar que uno me quedaba mal, o el otro se retrasaba, o aquel entregaba incompleto. Si las cosas no funcionan con los colaboradores el único que tiene la culpa es uno, como responsable del equipo; uno debe saber cómo tratar a su gente: tenerla a raya o consentirla”.
Hoy día podría creerse que jamás ocurrió, pero fue cierto: alguna vez existió una revista semanal dedicada exclusivamente al rock. Y con un tiraje inmenso, al estilo de TV Notas; decenas de miles de copias se despachaban cada ocho días en puestos de periódicos, aunque la cifra oficial ni siquiera el propio Pluma la conoce (se habla de alrededor de 130 mil ejemplares). Además, de cualquier modo resultaría imposible registrar el impacto de una publicación como Conecte en aquellos años; las revistas se prestaban, pasaban de mano en mano, a saber cuántos lectores generaba cada número. Los clics se ganaban al pasar de página y no existía tecnología capaz de medir eso. En ese sentido, era claro que el poder de Conecte era avasallador, todos querían aparecer en sus páginas. Bajo tal precepto resultaría sencillo considerar que la payola estaba a la orden del día, sin embargo Pluma lo desmiente: “se dijo mucho que recibíamos payola porque nos regalaban discos, pero nunca la hubo como tal. Armando Miranda, un colaborador, llegó a ser label manager en Polygram y una vez me pidió que escribiera algo de Uriah Heep, del disco Abominog. Lo hice porque nos habíamos ayudado ambos, y después me contó que tenía unos discos para regalarle a los lectores. Pensé que me iba a dar unos diez y cuál, me dio cien. Eso no era payola. Era amistad. Oscar Sarquiz fue label manager igual, y me daba material. Mi relación con las disqueras era absolutamente abierta y de buena fe; cuando había, me aportaban material. Nunca hubo problema con ningún sello, las dos partes nos necesitábamos”.
Documentar el trote del rock mexicano
Rockotitlán, El Nueve, Tutti Frutti, LUCC, Rockstock. Los sitios para departir entre tragos eran visitados por Pluma, aunque él prefería pasarla bien en El Recreo, una chelería cercana a las oficinas de Conecte. “Había muchas fiestas en esos días, en antros así como en casas. Y nosotros íbamos a echar desmadre, normal. Así de, qué bueno que está aquí, tómese una, luego otra; sí, cómo no, gracias. La camaradería era buena, tanto entre músicos, como entre empresarios, así como entre dueños de lugares y nosotros. Veníamos de la represión de Avándaro y de pronto se abrían lugares para escuchar rock, por todos lados. Pero a mí me gustaba ir a El Recreo. A veces preguntaban: ¿dónde anda José Luis?; no, pues anda en la oficina; no lo veo, en dónde; ah, en la otra oficina, la que está aquí cerca. Era la chelería. Iba yo seguido. Departía mucho ahí, sobre todo cuando llegaba algún grupo -Toncho Pilatos, Ritmo Peligroso, por ejemplo-. Echábamos chelita. Era como de ley estar ahí porque, ¿en qué más podías entretenerte si había tan pocos conciertos? Yo me iba un rato y ya regresaba a la oficina y Flores me decía: oiga, no se vaya a poner hasta atrás que todavía faltan tres horas para salir; y yo le contestaba: no, cómo cree”.
“Durante los ochenta tuvimos plena identificación con los lectores, pero al llegar los noventa se desinfló el Rock en tu Idioma y cambió drásticamente todo. Sin embargo, aún conservábamos fuerza para seguir adelante”. José Luis sintetiza así el cambió de década y los problemas que esto trajo consigo. Nadie imaginaba que los teléfonos celulares y la red cambiarían las dinámicas editoriales dramáticamente. El papel que Conecte jugó en ese cambio de velocidades fue el de documentar el trote del rock mexicano, más allá de dar cuenta de lo que sucedía en el resto del mundo. Se convirtió en el órgano informativo que daba cuenta puntual de los movimientos que tenían lugar en la escena local. Hubo constancia, y eso los lectores lo valoraban. A la fecha, ese hueco dejado por Conecte sigue sin ser llenado. “Los grupos iban a la redacción, pero también yo los buscaba. Había que estar al día para saber qué era importante. Si acabábamos de sacar que Caifanes o La Castañeda habían tocado en tal foro el sábado pasado, pero a la semana nos enterábamos de que se iban a EU a grabar, pues no importaba, volvíamos a sacar algo de ellos. Se trataba de informar, de documentar”. Otro renglón que debe ser subrayado es el referente a la línea editorial de la publicación, pues en buena medida fue ésta la que le permitió durar tantos años. Pluma al micrófono:
«La línea editorial de Conecte siempre fue decir la verdad siendo positivos. Si no nos gustaba algo, un disco, por ejemplo, mejor no lo publicábamos. Eran otros tiempos. No se llegaba a ningún lado buscando conflictos»
“La mayoría de la gente que estaba metida en el rock sabía de la existencia de Conecte. Entonces nos invitaban a conciertos, ya fuera por teléfono o por carta. Éramos una revista comunicativa y complaciente. Siempre era de sí, cómo no, ahí estaremos. Y si no nos invitaban a algún concierto, de todas formas íbamos. Así pasó con BB King, lo acorralamos y a huevo le sacamos unas palabras. Antes de la llegada de OCESA había muchos promotores, y todos nos conocían. Y la relación era cordial. Nos daban uno, dos accesos, para el fotógrafo y el reportero, si había más, pues nos daban más. La línea editorial de Conecte siempre fue decir la verdad siendo positivos. Si no nos gustaba algo, un disco, por ejemplo, mejor no lo publicábamos. Eran otros tiempos. No se llegaba a ningún lado buscando conflictos”. En ese punto, la revista La Mosca significó un golpe para Conecte, pues su perfil difería totalmente del propuesto por Pluma; ese y otro factores fueron nublando el futuro de la edición.
Pinche Pluma, ¿cómo estás?
“Quien llegó a hacernos verdadera competencia fue La Mosca, con calidad y una perspectiva periodística que no se parecía en nada a la de Conecte; nosotros nos dirigíamos a la gente de la calle, a lo popular, a quienes preferían una lectura más sencilla. Yo calculaba que podíamos llegar hasta el 2000, pero en el 98 Flores dijo que Conecte iba a tronar. Le pregunté si era un descanso y me dijo que era definitivo. Qué lástima. En algún momento regresó, pero todo era distinto. Yo sabía que no iba a pegar porque ya estaban los teléfonos celulares, era otro rollo. Además, perdimos la continuidad”. José Luis recuerda esos días serenamente; explica que entonces contaba con energía y que estaba concentrado, pero que de pronto todo cambió. “Sí, las cosas se movieron, sin embargo, quedé satisfecho con todo lo que hice. Nunca se me quedó alguna idea en el tintero”, comenta mientras la tarde pasa en su residencia, en los polvosos límites del viejo DF y el Estado de México. Mientras habla, el tianguis que en la esquina de su casa arranca para inundar con ropa de paca a toda la colonia, se va levantando. Pluma hace lo propio y reflexiona: “a lo largo de treinta años de trabajo me gané un nombre, me hice de un respeto. ¡Cámara, hasta me reconocen en la calle! Y me da gusto haber logrado lo que logré porque de alguna forma operé como una guía, ofrecí cierto conocimiento a los lectores. Di respeto y actualmente sigo recibiendo a cambio lo mismo”.
José Luis abre la puerta de su cuarto antes de despedirse, basta asomarse un poco para ver discos, revistas, libros y fotografías por todas partes. Con lo que ahí se encuentra podría llenarse un museo, y con lo que el dueño de todo ese material sabe podrían construirse generaciones de periodistas musicales con el foco fuera de los likes por carretadas, distantes del inflamiento del ego propio. ¿Existe la posibilidad?, ¿llegarán alguna vez a los sitios que pululan en la red periodistas pendientes del respeto hacia un oficio que Pluma aprendió a su modo mientras generaciones de lectores se nutrían manchándose los dedos de tinta? “No me gusta que me digan maestro”, confiesa José Luis mientras abre el zaguán de su casa para luego decir adiós y volver a su habitación para encender su laptop; “a veces me dicen así en la calle, maestro; pero yo no soy maestro de nada. Pinche Pluma, ¿cómo estás?, así me gusta más que me hablen. Nunca he pretendido que me separe una pared de nadie”. Tras esto decir, el hombre se cruza de brazos para tapar el estampado de su camiseta de Pink Floyd y se pierde tras su puerta. “Fan del periodismo”, dice ser, nada mal para alguien que ya hizo historia en los solares nacionales y que posee el apellido que muchos de los que se autodenominan periodistas ansiarían ostentar.
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