La pasión que despierta el futbol en Nuevo León pasó de ser accesible para el sector popular a ser un lujo. ¿Cómo le hará el chico que quiere ir al estadio pero su responsabilidad primordial es ir a la secundaria?
Por: Adín Castillo
Yo solía vender pulseras para comprar un boleto e ir a la cancha a ver a la Pandilla del Monterrey.
Esos tiempos se han terminado. En parte porque las responsabilidades y la vida me han alcanzado, pero más que nada porque, aunque tuviera el tiempo, esas ganancias no me alcanzarían para costear las entradas en esta época.
Corría el año 2003, en el que Daniel Pasarella nos llevó a ganar la segunda liga en la historia del CFM. No recuerdo si mis hermanos tenían abono, pero fueron a casi toda la temporada, incluso la final contra Morelia. Yo apenas pude ir a unos cuantos partidos de temporada regular.
Con apenas 14 años y la euforia del campeonato, le pedí a mi papá que me comprara un abono, en general. Como pasa ahora, los abonos se renovaban en junio, por un año completo, el mismo mes de mi cumpleaños. Con dificultades, porque la economía no marchaba de lo mejor, mi papá me lo compró: costaba menos de dos mil pesos.
Esa dinámica continuó por un tiempo, con esporádicos aumentos en el costo, pero sin llegar a ser tan significativos. Luego llegó el momento en que tuve que comenzar a costearme mi propio abono, todavía en el Tec. Un esfuerzo grande en el que seguía ayudándome la familia.
Después llegó la mudanza. Mi familia y yo pasamos de comprar un abono de dos mil 800 pesos a uno de casi seis mil en el nuevo y lujoso estadio. Un robo a mansalva.
La pasión que despierta el futbol en Nuevo León pasó de ser accesible para el sector popular a ser un lujo. Los chicos que antes podían vender pulseras para renovar su abono han desaparecido. El populacho, renuente a olvidarse de su pasatiempo favorito, ahora compra entradas anuales que están fuera de su realidad económica.
Un capitalismo atroz se ha apoderado del deporte del pueblo y lo ha reducido a ser un negocio. El futbol popular se consume en las fauces de ese animal llamado burguesía. Nuevo León es de los pocos estados del país que está sufriendo esta situación, la del alejamiento del populacho de las canchas por cuestiones económicas.
Las razones por las que el aficionado se ha alejado de otros estadios del país pueden ser quizá falta de interés, de pasión, o la ausencia de un fanatismo como el que tenemos acá. O quizá son más inteligentes, pues hay quien sostiene que dar tanta importancia a una nimiedad como es el futbol es una magna estupidez.
Pero en otros países también pasa, incluso en algunos con un mejor nivel económico. Hace algunas temporadas circuló una imagen, en el estadio del Bayern Munich, en Alemania, donde los hinchas reclamaban por los exagerados precios de las entradas.
«No somos Neymar, exigimos precios que sean razonables», se podía leer en las pancartas que mostraron los aficionados, en referencia al estratosférico traspaso del astro brasileño al PSG, y su sueldo millonario.
En el estadio BBVA Bancomer ya casi no se observan personajes que en el Tec sí existían. Es raro ver a los punks, los rastas, los villeros. Y cada vez se ven más tipos con traje y corbata (metafóricamente hablando). Son los que ahora pueden pagar.
En tan solo dos años mi abono ha aumentó dos mil pesos y llegó a 8 mil. Si la cosa sigue así, pronto estaré pagando 10 mil sólo para ver jugar al equipo de mis amores. Ahora tengo 28 años y trabajo, así que puedo pagarlo. Pero, ¿cómo le hará el chico que quiere ir al estadio pero su responsabilidad primordial es ir a la secundaria? Vender pulseras no le va a alcanzar. ¿Qué le va a decir su papá cuando le pida que le compre el abono? «Papá, dame seis mil pesos para comprar…». Ni siquiera lo van a dejar terminar.
Parece que están matando el futbol, o, mejor dicho, lo están transformando. En pocos años dejará de ser popular. Olvídense de que los chicos y chicas del barrio vayan a la cancha. Vayan ustedes a saber qué le está pasando al futbol, pero no es nada bueno.