Después de todo, la vida es un tejido inagotable de ficciones. Sabemos –o creemos saber- de nuestro nacimiento porque nos lo contó mamá, sabemos –o creemos saber- de los grandes líderes porque lo que nos cuenta el noticiero, sabemos –o creemos saber- de nuestras enfermedades porque nos la explica el médico. Todo a nuestro alrededor es un ir y venir de palabras, versiones e historias. Y naturalmente, hay –en medio de tantas maquinarias- algunas fraguas narrativas que merecen el título de excepcionales: una de ellas es la Navidad.
En medio de la Navidad, florecen las historias como en ningún otro momento del año: personajes absurdos se vuelven terriblemente verosímiles, podemos imaginar un trineo volando, comandado por un obeso barbón vestido de rojo. Curiosamente, a pesar de su origen más o menos ruso, ese gordo –diabético, es muy posible- destila bondad, generosidad y regalos. Y a su alrededor, crece una fauna fantástica, tejida a base de duendes esclavos, renos serviciales y esferas de colores. Pero claro: todo culmina en el supermercado ¿dónde más?, y los días se vuelven un trajín de gastos tontos por no decir imbéciles, abrazos irregulares y compromisos reales o superfluos. Pero ¿cómo evitarlo? Es Navidad.
En estos días, o en estas semanas, la felicidad se vuelve una cosa tan obligatoria como el servicio militar. Porque el relato de la Navidad es tan poderoso e inviolable, que todos tenemos que volvernos parte de ese relato, vivirlo por dentro, no solo escucharlo. y por eso los abuelos se ponen un gorrito rojo, las puertas se coronan con flores de nochebuena, y la música escapa desde los pasillos de HEB para invadir ciudades enteras. No hay remedio, es Navidad. Y al cabo, siempre pasa, todo en esta sociedad se vuelve negocio: los taxistas abusan pero sonríen, los usuarios aguantan pero pagan, los carteristas mueven las manos, pero los atracados soportan cantando villancicos, y los tránsitos muerden pero los automovilistas aflojan y regalan caramelos. ¿Cómo evitarlo? Es Navidad.
El único refugio posible en toda esta red de relatos, es buscar algún relato tradicional y sólido, que nos ayude a ir tirando mientras todo vuelve a su sitio, más allá de las imágenes bordadas por Coca Cola, Bohemia o Freixenet, según tu presupuesto. Por ejemplo, Charles Dickens, o Truman Capote, o Paul Auster, o el Doctor Seuss, o incluso algún texto bíblico, pueden ayudar. ¿Cómo evitarlo? Es Navidad… Podría ser. En fin, que la Navidad, como relato, es tan amplia, tan cinematográficamente panorámica, que se nos muestra como un tenderete de imágenes, dominadas por el comercio, la cursilería, o el arte o la reflexión. ¿Cómo abordarla? Eso es cosa de cada quién. Pero eso sí, hay que estar de alguna manera felices, y abrazarse impunemente, y decir salud a la menor provocación. ¿Cómo evitarlo? Es Navidad.