Willie Colón es historia, pero historia viva. Es un recordatorio de aquellos días en los que la música tropical tenía a sus jefes en Nueva York.
Por: Gabriel Contreras
No es solamente un compositor, un cantante y un trombonista de altísimo nivel. Willie Colón es ante todo un símbolo, una figura que marcó el arribo de un concepto creativo, un modo, y una marca en el ámbito de la música, tal y como se proyectó desde las plataformas culturales de Nueva York a lo largo de buena parte del siglo XX y lo que va del siglo actual.
Su arribo al campo de la grabación y la interpretación data de 1967, por lo tanto podemos decir que el escenario con el que se encontró estaba ligado aun a los últimos espasmos del cha cha chá y el mambo, de modo que la pauta era dominada por personajes como Tito Puente y Celia Cruz, en tanto que las dotaciones en boga eran herederas de las sonoras cubanas, los combos jazzísticos y –obviamente- los ecos de la charanga.
Naturalmente, Willie Colón jamás ha sido un gran cantante, posee una voz extraña, débil, pero ha sabido ejercer el don de la alianza, y en su trabajo conjunto con Héctor Lavoe, Rubén Blades, Soledad Bravo y Celia Cruz siempre salió ganando, tanto en resultados como en presencia y proyección.
Hoy, Willie Colón, por razones estrictamente físicas, se halla en su última etapa de trabajo, pero ofrece la garantía de haber sido –en su mejor momento- la figura más importante e influyente de ese movimiento al que, curiosamente, se llamó salsa, y que no es un ritmo, ni un estilo, sino una mezcla de herencias provenientes de Cuba, Puerto Rico, Panamá y Dominicana, una mezcla cuyo crisol y cuyo filtro estuvo ubicado en Nueva York, específicamente bajo el signo Fania.
Hoy, Willie Colón es historia, pero historia viva. Es un recordatorio de aquellos días en los que la música tropical tenía a sus jefes en Nueva York, no como ahora, que radican en Miami.
Willie Colón se presentará en Monterrey en estos días y, como dicen los Rolling: “This could be the last time».