Me abruma la cantidad de música que aparece semana tras semana porque, sin darnos cuenta, entramos en una dinámica de querer estar actualizados con lo último que suena; con la novedad y las tendencias musicales. Es una carrera contra el tiempo, y les puedo asegurar, que siempre perderemos. Porque contra el tiempo nadie gana, salvo las canciones; y no todas, solo algunas, las que no forman parte de una moda o tendencia.
No es que ahora se produzca mucha música, siempre ha habido mucha gente creándola. Es que ahora la tenemos más al alcance y, como músicos, hemos encontrado en la red un aparador para mostrar nuestras creaciones. Solo que no nos damos cuenta cómo ese aparador está abarrotado de música por mostrar, y difícilmente sobresalen las distintas muestras. O digámoslo de otra manera: fácilmente se pierden de vista muchas piezas realmente bellas.
Hay días, como hoy, en que realmente no sé qué quiero escuchar; busco en alguna plataforma digital, pero es algo parecido al zapping del radio o del control remoto: solo voy pasando la vista en la pantalla sin detenerme en nada. No quiero escuchar los mismos artistas que vengo escuchando. Necesito esa electricidad emocional que te produce descubrir nueva música. Lo irónico del caso es que cuando pensamos en escuchar algo “nuevo”, rápidamente nos lleva a buscar en recomendaciones sobre recientes producciones, de ser posible las más frescas, las que hayan salido hoy o la semana pasada. Pero vamos, lo nuevo puede tener muchas perspectivas, eso es lo que no pensamos. Por ejemplo, si yo escucho por primera vez un disco de 1987, va a ser nuevo para mi, aunque no haya salido el día de hoy ni se haya grabado este año.
Y entonces me pregunto: ¿qué pasa con toda la música que no está en las tendencias de las plataformas digitales? Ahí está, existe en una especie de ecosistema musical al cual podemos llegar si lo deseamos. Es como bucear en el mar: conforme más nos sumergimos encontramos otros tipos de peces, otros tipos de seres vivos, de paisajes, de vida. En la superficie solo veremos lo que ya conocemos, y ahí no encontraremos nada diferente. Las plataformas digitales son eso: un mar abierto, ya depende de nosotros cuánto nos queremos sumergir.
¿Qué pasa con toda la música que no está en las tendencias de las plataformas digitales? Ahí está, existe en una especie de ecosistema musical al cual podemos llegar si lo deseamos.
Tantas opciones para escuchar, muchas veces se convierten en ninguna; se nos cierran las ideas, se desdibuja todo y nos quedamos imposibilitados para decidir qué queremos oir. Esto se convierte en desesperación porque evidentemente somos incapaces de comunicar algo, de tomar una decisión. Nos sentimos atrapados y eso tiene que ver, nuevamente, con esa inocente acción de querer estar actualizado, de querer ganarle la carrera al tiempo. Pensamos que un día podremos decir: listo, ya estoy actualizado, ya escuché todo lo nuevo. Eso jamás va a pasar.
“A mi me han dicho que el mar está lleno de trabajo»
En esas reflexiones estaba volcando mi frustración- porque desde luego que es frustrante para alguien como yo que todos los días decide a conciencia lo que va a escuchar- cuando decidí buscar algo que tuviera que ver con el son jarocho. Si soy incapaz de buscar algo actual, entonces piensa en algo que te haga sentir bien. Y aquí viene otra reflexión: ¿Qué significa en realidad lo actual? La respuesta más rápida que tengo es que lo actual no necesariamente quiere decir que es lo de hoy o lo más reciente. Un disco, por ejemplo, de Caetano Veloso puede sonar más actual que muchos otros grabados este año. En fin, en la música siempre hay una puerta abierta, solo es cuestión de empujarla un poco y sabremos que no está cerrada.
Así llegué a esta puerta en forma de canción llamada “El Aguanieve”, tema que aparece en el disco Subterráneo de Patricio Hidalgo y el Afrojarocho. Como su nombre lo indica, se trata de música basada en el son jarocho, pero haciendo énfasis también en la influencia africana. Porque el son en México es una amalgama de influencias y sí, el son jarocho tiene influencia africana, la cual podemos encontrar en algunos instrumentos usados como la quijada de burro, entre otros. Si escarbamos más a fondo encontraremos que por conexión histórica el son mexicano también tiene influencia árabe. Probablemente toda esa mezcla de influencias sea parte de la riqueza que contiene.
«El Aguanieve» es una canción que tiene la belleza del mar. Uno puede quedarse escuchándola como quien escucha la melodía de olas por la mañana. Tiene un efecto mántrico, y a la vez transmite una sensación de tranquilidad, una muy parecida a cuando de niños, o incluso ya mayores, reposábamos sobre el regazo de la madre. Es un son jarocho, no uno clásico, uno más personal y no de dominio público. Pero no empieza con ningún instrumento tradicional, sino con un piano que suena a una relajante canción de cuna.
Una vez, leyendo sobre la música de John Cage, decía algo sobre que todos lo que buscamos es regresar a nuestro hogar, en eso se basa la vida, y el hogar es volver al reconfortante vientre materno. Me acuerdo de eso mientras escucho el inicio de este son porque entiendo que las canciones de cuna no solo reconfortan a los niños, a veces nosotros los mayores también las necesitamos para irnos en la imaginación a un lugar más tranquilo, sin tanta marea, como lo es estar junto a mamá. Me gusta que ese piano diversifique la tradición. No se rompe con ella, se le respeta, solo se le suma algo diferente.
Una vez, leyendo sobre la música de John Cage, decía algo sobre que todos lo que buscamos es regresar a nuestro hogar, en eso se basa la vida, y el hogar es volver al reconfortante vientre materno.
Entonces aparece la voz de Patricio cantando “A mi me han dicho que el mar está lleno de trabajo, que será el mar un atajo para vivir, para amar”, reforzado con un coro agudo muy al estilo del son mexicano. Cuando Patricio canta “A mi me han dicho”, es claro que está hablando en primera persona. Se trata de una canción que llevará un tono confesional, ese que se canta no sobre el otro, sino sobre uno mismo. Eso se reafirma en el segundo verso: “Yo tengo una inmensa pena que ronda mi soledad, que el puente siempre se queda, y el agua siempre se va”. Como negar que se trata de unos versos llenos de humanidad y de belleza. Me pregunto qué soy y qué es mi vida, si el puente o el agua. Para este momento ya estoy emocionado; no solo encontré una puerta abierta sino una canción que logra conmoverme y, según un artículo que leí esta mañana, pasando los 30 años cada vez es más difícil que una canción nos emocione mucho. Este son me emociona.
«Tuve que volverme río para escaparme del mar»
El son jarocho es probablemente el más popular de los sones mexicanos. Esto es gracias a que en la década de los sesenta hubo varios grupos de personas que se dedicaron a difundir esta música. Y no solo la difundían, sino que también comenzaron a hacer talleres para enseñar a tocarla, bailarla, vivirla y sobre todo, conocerla. En esa misma década hubo movimientos sociales muy fuertes y el son jarocho, como parte de una identidad nacional, encontró eco entre los vientos que buscaban cambios estructurales y sociales.
Por la estructura de sus versos, que son de mensaje concreto, popular y de fácil entendimiento, algunos sones tradicionales fueron utilizados para hacer crítica social contra el gobierno o contra el sistema. Además, se trata de una estructura de canto respuesta, como lo es la música tribal, la música religiosa, la música africana, el góspel y muchas más. Esto hace que su dinámica se la de ser escuchado y responder, un flujo de comunicación que se da mediante el canto.
Toda esta accesibilidad para adaptar el son jarocho a una situación o momento específico, lo ha vuelto mucho más cercano y popular que los otros tipos de sones. Por ejemplo, en Estados Unidos de América, los distintos grupos de activistas migrantes mexicanos, lo utilizan como la música que los representa en sus acciones porque, es en el simbolismo del fandango, la fiesta del son donde se canta y se baila, donde se hace comunidad. En el fandango todos son iguales y para ellos ese es el sentido de hacer comunidad. El son jarocho va mucho más allá de ser solo un tipo de música tradicional. Está inmiscuido en muchas de nuestras acciones como sociedad.
Dice Patricio que tuvo que volverse río para poderse escapar sin imaginar que “el mar es destino mío”. ¿Cuál es el destino de una canción tan bella? A veces ser río para que nos lleve a un océano de canciones. Otras ser mar, para navegarla y, porque no, naufragar en ella cada vez que la escuchemos. No sé cuándo se haya compuesto esta canción, pero el disco es del 2014. Según las plataformas digitales no es tendencia ni es nuevo. No importa, es bello y de eso se trata la música: de belleza. Y no hay mar ni rio nuevo, solo hay destino.