Lo que hace poderosa a una canción es que conjunta la fuerza de la música con el poder de la palabra, cuando esto ocurre impacta de forma brutal en la experiencia y la vida de cada uno de nosotros.
Por: Homero Ontiveros
Lo que hace poderosa a una canción es que conjunta la fuerza de la música con el poder de la palabra, y cuando esto ocurre impacta de forma brutal en la experiencia y la vida de cada uno de nosotros. Hay canciones que llegan en un momento determinado, ya sea en forma de respuesta o como un cuestionamiento personal, y entonces hurgan dentro de nosotros hasta busca un lugar del cual durante mucho tiempo no se moverán.
Varias de las canciones de Nacho Vegas, cantautor español, están almacenadas en la bodega donde guardo los recuerdos. Algunas han entrado como cuchillo que desgarra y otras simplemente llegaron mientras me detenía un poco a descansar del diario trajinar.
Así ha llegado “Ser árbol”, la más reciente canción de Vegas, en un momento en el que me encuentro revisando la bitácora hasta el día de hoy de mi vida.
A veces solo basta una guitarra, una voz cantante y frases certeras para comenzar un viaje hacia el océano interno. Dice Vegas: “Fuimos poco a poco elevándonos y exactamente a la vez nos hundimos en la tierra más y más”, y entonces uno entiende que al crecer también crecen las raíces y cada vez entendemos mejor quienes somos y quién es nuestra familia; pasa el tiempo y al mirar atrás, en realidad lo que vemos son esas largas raíces que siguen creciendo. No solo se crece hacia arriba, sino hacia abajo y atrás también.
La escucho una y otra vez y no me parece una canción nueva, no porque suene vieja, sino porque la siento cercana, como si nos conociéramos hace tiempo, a veces eso ocurre también con las personas y resulta que llegan para quedarse, así también las canciones.
“Nos quisimos en lo bello y lo salvaje, nos recorrimos por dentro y así fuimos inventando nuevas formas de respirar, así fuimos inventando una nueva manera de imaginar que para ver el cielo hay que hundirse en la tierra y no hay más suelo que el que ahora nos aferra. Al fin, somos árbol”, canta Nacho y me parece una plática entre amigos que cruzaron algún umbral.
Para poder conocer la luz es necesaria la oscuridad, para sentir la libertad hay que sentirse encarcelado, para llegar al cielo hay que hundirse en la tierra. Estas ideas tan solo son recordatorios de los falsos pasos que hemos dado, de los errores y caídas que hemos sufrido y de las cuales no nos quejamos. Yo no me quejo, acepto mi suerte como acepto las canciones.
De eso se trata, de encontrar nuevas melodías para respirar e imaginar, una como ésta que es viento soplando cuando aceptamos, después de todo, que al fin somos árbol.
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