Hace algunos días, un colega periodista musical colombiano preguntaba qué aportes y pérdidas ha traído la música en la era digital. Dicha pregunta me dejó reflexionando un buen rato, porque últimamente he pensado que las respuestas sobre el consumo, creación y distribución de la música en la era digital están plagadas de lugares comunes. Por ejemplo: una de las respuestas recurrentes es decir que ahora vivimos una democratización de la música porque cualquiera puede subir su material y difundirlo en la red.
Esto es muy poco cierto, ya que lo único que ha cambiado son las plataformas; pero las dinámicas de la industria musical sobre el consumo de música son muy similares a las de hace años. Con esto me refiero al hecho de que las plataformas de streaming son manejadas por grupos o empresas que lo ven como un negocio, no como una plataforma de difusión musical. Las listas de “lo más escuchado” son creadas por las compañías en base a negociaciones con los sellos, disqueras o con los mismos artistas. Es una forma diferente de payola, si así lo queremos ver, solo que está camuflajeada de “promoción” o “anuncio”.
Sin embargo, es cierto que gozamos de mucho más acceso a la música. Antes era muy difícil conseguir o escuchar música de alguna banda, por ejemplo, de Filipinas. Hoy solo es necesario teclear alguna palabra clave y nos arrojará un cúmulo de opciones a escuchar. Esto debería significar una mayor cultura musical, mayores públicos y un consumo diverso de música. Pero no es así. Según los datos del estudio Music Consumer Insight Report 2018, presentado por la IFPI, arroja que en México el 42 por ciento de los escuchas escuchan música regional y el 55 por ciento música latina. Y eso que México ocupa el segundo lugar de escuchas por streaming con el 81 por ciento, apenas debajo de Rusia. ¿Por qué seguimos escuchando la misma música si ahora tenemos más opciones al alcance?
De nada sirve que tengamos mayor acceso a la música, a plataformas digitales con un sinfín de opciones musicales, si seguimos sin entender el poder y los beneficios tanto sociales como humanos que ofrece la música.
Según el filósofo y escritor italiano Alessandro Baricco, en su reciente ensayo The Game, las revoluciones tecnológicas, por muy fantásticas que puedan ser, no suelen producir, de forma directa, una revolución mental. Es decir, de nada sirve que tengamos mayor acceso a la música, a plataformas digitales con un sinfín de opciones musicales, si seguimos sin entender el poder y los beneficios tanto sociales como humanos que ofrece la música. Y por el contrario, la utilizamos solo como un adorno de acompañamiento. México es el país que más escucha música mientras estudia o trabaja (68 por ciento), lo cual no es malo, pero no es realmente una escucha, sino una simple compañía.
Esto nos lleva al punto en el que, quienes nos dedicamos a la música, tenemos que buscar la manera de cómo transmitir esta importancia a más personas y no solo preocuparnos por tener una buena foto y una cuenta en cada una de las redes sociales. Es necesario entender cómo podemos conjuntar las nuevas tecnologías con el sentido más humano del arte para que este no se convierta en solo dígitos.
No estamos ante ninguna desgracia de la música ni en el paraíso de la misma. Estamos viviendo un proceso en el cual aún no asimilamos los pros y contras de hacer, consumir y distribuir música porque no nos hemos detenido a observar el panorama y tratar de encontrar señales que nos expliquen la actualidad. Estamos ocupados en defender el pasado (vinilos) sin querer entender el futuro. De nada sirve que haya cientos de plataformas para escuchar música, si en nuestra mentalidad sigue sin ser algo relevante para nuestra vida y la de los demás. No importa cuantas plataformas tengamos, la democratización de la música aún está muy lejos de ser algo real porque estamos viendo el mapa al revés: pensamos que esta llega con la tecnología cuando en realidad se trata de hacer un cambio mental.
Tecladista y compositor del grupo Inspector. Periodista cultural. Ha escrito para medios como La Rocka, ABC y Zona de Obras. Es director de La Zona Sucia.