Hace algunos meses me tocó vivir la peor turbulencia de mi vida viajando en un avión. Estábamos por llegar a la ciudad de Denver, Colorado, incluso el piloto había anunciado el descenso. Sin embargo, una tormenta apareció y se posicionó en el espacio impidiéndonos aterrizar. Y no solo eso; nos hizo estar alrededor de 40 minutos volando dentro de una turbulencia que sacudía la aeronave increíblemente fuerte. A pesar de ser un avión muy grande, parecía que en cualquier momento las alas se desprenderían de él.
Mientras los nervios se convertían en miedo, y uno se repetía en la cabeza que eso no podía estar sucediendo, recordé una ocasión en la cual un maestro me platicaba sobre el “poder” subjetivo que muchas personas le daban a la música, y me puso de ejemplo las piezas de Mozart. La música del compositor austriaco ha sido utilizada en muchas situaciones donde el estrés es muy fuerte, como en los partos, para que ayuden a las personas a sobrellevar la situación. Hay quienes dicen que esta música realmente te relaja y que es tan prodigiosa en su forma y su sonido que logra provocar algo positivo en las personas.
Desde luego que son meras suposiciones que no tienen un sustento científico, pero eso no importa si en el momento ayudan de una u otra forma. No lo pensé más, además era la única opción que tenía al alcance antes de ponerme a gritar como loco, y busqué música de Mozart en mi iPod. Escogí un disco con algunas serenatas del compositor y subí el volumen hasta el máximo. Lo que siguió fue una escena irreal: podía ver el movimiento brusco del avión, el rostro preocupado y asustado de los pasajeros, pero por alguna razón me sentía afuera de la escena, como si fuera un espectador. No estaba poniendo atención a la música, la dejaba sonar y entraba directamente a mi subconsciente. Entonces vino una sacudida aún mayor y alcancé a escuchar, lejano, el grito que provoca descender de manera abrupta. Claro que sentí un enorme vacío en mi estómago y por inercia cerré los ojos, apreté mis párpados tan fuerte y con la misma fuerza con que me sujetaba del asiento.
Pero la música seguía sonando y entonces comencé a ponerle más atención, hubo una melodía que me tranquilizó de alguna forma que no esperaba, y aunque seguíamos dentro de la turbulencia, me sentía un poco menos nervioso y asustado. Quise hacer la prueba y me quité los audífonos pero, escuchar cómo el viento fuerte golpeaba la aeronave, me asustó mucho. Así que volví a poner la música en mis oídos y nuevamente la escena cambió. Desde luego que se trata de una evasión que se logra a través de la música, pero eso no es negativo. Hay ocasiones en que necesitamos evadir nuestra realidad, no podemos estar siempre en el ahora, sobre todo si este aterra, entonces viene la música para sacarnos de esa situación.
Me concentré en las piezas de Mozart y me sentí más tranquilo, tanto así que el espacio de silencio entre una pieza y otra se me hacía eterno, hasta que aterrizamos por fin.
Después de eso, cada vez que me toca atravesar una turbulencia, busco algo de música que me pueda ausentar de ese presente. Esa vez fue Mozart, pero luego ha sido con Bach, con Air, con Caetano Veloso o con Madredeus, no importa el músico o el artista sino la música. Y me di cuenta que bien podría tratarse de una metáfora: cualquier turbulencia que atravesemos en nuestra vida, con música podremos sobrellevarla de una manera más ligera y tranquila.