Sentirte parte de algo resulta ser inolvidable. Y cuando en tus años mozos te adentras en una subcultura donde lo raro es alentador, la memoria acumula historias y vivencias. Aún sin darte cuenta del poder que se mezcla entre la añorada juventud, el hardcore punk en algún momento termina dándote ánimos a seguir soñando, a no despertar hasta que los deseos se conviertan en una realidad. O, en su caso más triste, más desfavorecedor, que uno abra los ojos y terminé siendo un pordiosero.
Menciono esto, ya que en las subculturas donde abundan los ideales, los grupos musicales de culto, los posers, los líderes, los prejuicios, las etiquetas, la verdadera y falsa amistad, la comunidad, etcétera… es donde muchas de las veces la gente más creativa (dentro de otros aspectos, inmiscuyéndose en otros estilos musicales) comienza a desarrollar y descubrir cómo hacer sus propios pininos en otros escenarios donde la absurda etiqueta de punk –siempre se le da a todo–, termina siendo real o falsa.
Y algunos de los personajes más reconocidos, a veces –tampoco es algo normal– vienen de lugares recónditos, de sitios que engloban al hardcore punk. Quienes traen el gusanito de no únicamente tocar y tocar tres acordes durante todas sus vidas, absorben –como una esponja, no estoy diciendo que sea algo artificial– todo error, conocimiento y propósito para desarrollarse en lo prohibido: la cultura pop, lo mainstream, lo profesional, lo hecho de plástico.
Así, como primera parte de esta entrega llamada Alguna vez fui hardcore…, uno de esos artistas que dio el brinco del ambiente underground al mundo de la fama y la industria cargada de estadísticas, estrategias, publicidad, entre otras cosas, fue Moby.
El comando del Vaticano donde estuvo Moby
Richard Melville Hall, quien su nombre artístico lo tomó del libro Moby-Dick (1851), escrito por su aparente tío-bisabuelo, el novelista neoyorkino Herman Melville, no hace mucho se vio envuelto en una serie de chismes con la actriz encantadora y nerd de origen israelí, Natalie Portman.
Con ella, declaró el compositor y productor de música electrónica, “mantuvo un romance”. No obstante, quien interpretara a la pequeña e inolvidable Mathilda Lando, coprotagonista del film de drama y suspenso Léon: The Professional (Luc Besson, 1994), poco tiempo después le dijo a los medios de comunicación algo así como: “Mis recuerdos son los de un tipo mayor siendo un baboso conmigo […] Lo conocí en uno de sus conciertos, cuando yo tenía 18 años […] Que use esa historia para vender su libro es muy perturbador”.
Esto se dio por la publicación de Then it fell apart (Faber & Faber, 2019), segundo libro autobiográfico (el primero fue Porcelain. Mis memorias, editado en castellano por Sexto Piso) de quien comenzó a escalar las listas de popularidad con su álbum Play (Mute Records Ltd., 1999). Sin embargo, y en la serie de recuerdos que el músico llevó al papel, donde cuenta cómo le restregó su pene –en una fiesta privada– al actual y egocéntrico presidente de los Estados Unidos, Donald Trump; su rivalidad de finales de los noventa con el rapero blanco, Eminem; las cenas con algunos de sus ídolos como David Bowie; o sus otros romances en el medio del espectáculo con Christina Ricci y Lana del Rey, terminó saliendo mal parado, teniendo que ofrecer disculpas públicas, y cancelando la gira de presentaciones para su nueva obra.
Quienes traen el gusanito de no únicamente tocar y tocar tres acordes durante todas sus vidas, absorben todo error, conocimiento y propósito para desarrollarse en lo prohibido: la cultura pop, lo mainstream, lo profesional, lo hecho de plástico.
Pero antes de que ese tipo de dimes y diretes fueran “políticamente incorrectos”, y los cuales, pienso, su equipo de publicistas tuvo la inteligente idea de utilizar como gancho, Moby, al crecer en las décadas de 1970 y 1980, fue bastante obvio que se nutriera y dejara atrapar por todo lo que rodeaba a sitios de culto musical como el CBGB’s. Ahí, en ese lugar, agrupaciones ligadas al punk y hardcore como Ramones, The Stimulators, Heart Attack, Agnostic Front, Cro-Mags… comenzaron a presentarse, hasta que el sonido de distintas bandas neoyorkinas se hiciera más pesado, enérgico, vago y lleno de hermandad que hoy en día se conoce –más bien se asocia– de la N.Y.H.C.
Por eso mismo, y porque en los ochenta, donde una nueva ola de chicas y chicos se definían –también se identificaban– con el espíritu del hardcore (evolución del punk rock de 1977, el cual se popularizó gracias a bandas como Minor Threat, Black Flag, The Untouchables o Bad Brains; y que en Nueva York comenzó en 1981 con el impulso de personajes con facha de skinheads como Tommy Rat), hizo un movimiento musical todavía más helado, inconforme y apasionado para la escena de la Gran Manzana.
Ocurrió esto porque en Harlem, el Bronx, entre otros sitios, la sociedad respiraba el ambiente de la Guerra Fría que sostenía Estados Unidos con la Unión Soviética, más la mala situación económica, la alta tasa de criminalidad, la epidemia de crack… Y por supuesto, para intentar desviar esa serie de problemas, los noticieros inundaban los hogares estadounidenses con reportajes amarillistas, los cuales tendían a desacreditar –también tachaban como peligrosa– a aquella corriente juvenil-musical que sobrevivía en las calles, asistía a conciertos llenos de violencia (para sacar su frustración bailando y golpeándose “amigablemente”), y que representaba a una generación reprimida por quienes no respiraban el significado del hardcore.
Entonces Richard Melville Hall siendo joven, inquieto y como un fanático de VOID (banda editada por Dischord Records, sello clásico de hardcore ochentero estadounidense), para 1983, viviendo en Connecticut se unió –tocando su guitarra– a la banda Vatican Commandos, con quienes grabó Hit squad for God, EP publicado en formato de 7 pulgadas por ellos mismos, bajo el nombre de Pregnant Nun Records.
Sin embargo la época hardcore de Moby fue efímera; posterior a ser el guitarrista de Vatican Commandos, aunque parezca broma, por una noche se convirtió en el vocalista del grupo proto-grunge de San Francisco, Flipper. De ahí le siguió AWOL, un trio de post punk con el que sí grabó un EP; de hecho transmite una fuerte influencia de Joy Division.
Ya para 1984-1985, al abandonar la universidad comenzó su carrera en la música electrónica siendo Disck Jokey en algunos clubs de Connecticut. Y finalmente, en 1989 se mudó a Nueva York, la ciudad que lo vio nacer, para desarrollar su carrera dentro del mundo del house y demás ritmos electrónicos y ambientales; aunque también colaboró como guitarrista con el grupo de indie rock, Ultra Vivid Scene.
Incluso Moby, quien decidió abrirse paso desde sus inicios en el hardcore, en su libro debut habla de la vida que tuvo entre 1989 y 1999, de cómo Nueva York dejó de ser una ciudad fea, del surgimiento de las fiestas rave… Pero a pesar de que ahora es reconocido como el “artista-pop-vegano-que-terminó-siendo-un-machista-de-mierda-a-consecuencia-de-sus-obsesiones-con-Natalie-Portman”, no del todo se ha alejado de las influencias –diría consecuencias– del mundillo punk:
1) Se ha reunido en un par de ocasiones con los otros integrantes de Vatican Commandos para interpretar con nostalgia las canciones de su añejo EP, Hit squad for God.
2) Le puede presumir a sus amistades hardcore que fue atacado por el Friend Stand United (F.S.U.), un Crew de Boston ligado al hardcore metal más bruto, violento y con alto índice de testosterona de los 90 y principios del nuevo milenio; eso se puede ver en el documental Boston Beatdown: See the World Through Our Eyes [Ronin Morris, 2004].
3) En su currículum también figura el horrible grupo que formó, Diamondsnake; pareció ser más un experimento que emanó del punk, el hardcore, la electrónica y sus obsesiones.
4) Lo cual tal vez sea lo más real de Moby, junto al grupo de hardcore melódico, Rise Against, en un show secreto interpreto la canción “In my eyes”, de Minor Threat, con ese look calvo que algunos conocemos gracias a MTV y su videoclip “Bodyrock”, y haciendo alabanza, sin proponérselo, al todo poderoso del hardcore ochentero, Ian MacKaye.
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