Aquí hay una banda que mientras se declara crítica del abuso de poder y la maldad institucionalizada, enfrenta por decreto propio una paradoja singular. Porque gozan de las ventajas arraigadas a la disciplina férrea; son partidarios del orden dentro de una tradición que rinde culto al caos. Y al mismo tiempo aparentan estar sometidos a su propio régimen.
Por Ivánn Herrera
Una estación de radio recientemente nombró el álbum debut de Mississippi Queens como un ejemplar cumbre en la historia del rock mexicano; calificativo que los miembros del grupo avalan sin demasiado titubeo. Han logrado una obra notable, los muchachos coinciden. Y no solo ellos consideran En los tiempos de la bola un esfuerzo creativo que merece atención mayor. Enrique Bunbury lo recomendó a sus adeptos en la vecindad virtual. Alfonso André de Caifanes también sugirió a la banda alguna vez que la prensa buscaba en su criterio un novedoso gesto musical digno de atenderse.
Ese par de piropos públicos llevan el peso de una tonelada de opiniones. Extrañamente, si se averigua por Mississippi Queens en su ciudad de origen, el dictamen exhibe desconocimiento de causa. La popularidad de su música deambula alejada de las ambiciones primordiales del proyecto. Los integrantes están aprendiendo a convivir con la inquietud de ser, por ahora, un fenómeno artístico escondido, y tampoco titubean para aceptar que lo resienten.
«Yo soy una persona muy resentida».
En una instancia de la noche, esa sentencia confirma las sospechas que me invitaron a propiciar el encuentro. Aquí hay un conjunto de voluntades atípicas, entregadas fielmente a su ideal. En un país donde la ligereza de nuestras acciones termina por colapsar cualquier edificación de buen propósito, la severidad con que se ha regido Mississippi Queens destaca como un acto inusual, incomprendido. ¿Hasta qué límite es sano utilizar el azote de la autoexigencia para conseguir los frutos anhelados?
Aquí hay una banda que mientras se declara crítica del abuso de poder y la maldad institucionalizada, enfrenta por decreto propio una paradoja singular. Porque gozan de las ventajas arraigadas a la disciplina férrea; son partidarios del orden dentro de una tradición que rinde culto al caos. Y al mismo tiempo aparentan estar sometidos a su propio régimen.
Mississippi Queens es conformado por:
David Cavazos, voz y guitarra.
Diego Cavazos, guitarra y coros.
Óscar Cereceda, bajo y coros.
Saverio Giandusa, teclado y coros.
Raúl Escamilla, batería y coros.
UNO
—Trabajo todos los días con mi resentimiento —confiesa David en voz alta. Su boca se mueve con la urgencia peculiar de los vocalistas, esa urgencia obstinada que tienen por expresarse. Aunque quizá sea una interpretación equivocada, y sus comentarios se deslicen gracias a las cuatro cervezas que se ha tomado—. Yo soy una persona muy resentida. Pero tengo un outlet, que es la música y las letras.
Son las once de la noche de un jueves en Monterrey, México. El mes de noviembre inició hace una quincena. La llovizna intermitente combinada con la temperatura alrededor de los 15 grados, convierten el clima al exterior en un anfitrión incómodo para conversar. Y sin embargo ya rebasamos la hora de plática fluida. El punto de reunión es sobre unos escalones descendentes -como los que dirigen a un sótano- en el estacionamiento de Lapas Music, un estudio de producción musical administrado por José Luis Navarro y ubicado en la colonia Chepevera. Yo estoy sentando en el primer escalón de cemento, laptop en el regazo. Saverio a la derecha dos escalones abajo, de pie recargando la espalda en uno de los muros laterales. David a la izquierda a mitad de la escalera, sentado junto a una cajetilla de cigarros. Diego está parado al fondo, en el pavimento, a la entrada del cuarto donde ensayan. Los tres son de piel clara, visten pantalón de mezclilla; barba, pelo largo.
A David parece no agradarle mucho el mundo. Durante la conversación rechina los dientes cuando menciona la presidencia de Donald Trump y en ocasiones manotea sosteniendo una botella de XX Lager. Al hablar maniobra una rabia que se percibe sincera. Ese desagrado que le generan las jerarquías impuestas, las manipulaciones colectivas, sirve de sustento para sus impulsos líricos. La elocuencia es para él un asunto serio.
—Yo me rehusaba a cantar pendejadas y por muchos años solo me salieron pendejadas. Dije que hasta que no le diera un sentido a lo que voy a decir, no me iba a parar a grabar nada. Y se chingó. No iba a decir una palabra que no creyera bien dicha. Y si se deshace la banda, dije, que se deshaga. Me vale verga. Pero yo no voy a ser el frontman de una banda que no está diciendo nada.
Momentos antes de la entrevista, al presentarme con ellos, encontré una escena representativa del sentimiento espeso que carga En los tiempos de la bola: entro al cuarto de ensayo de Mississippi Queens y veo que es bastante amplio, los muchachos practican entre cuatro paredes anchas y distanciadas entre sí, un espacio de sobra para los cinco. Las paredes que los rodean a ellos y al equipo de sonido están pintadas de blanco, rellenas de recortes de periódico, afiches y símbolos dibujados. Hay colgado un cuadro con una ilustración de Agustín Carstens junto a Luis Videgaray, secuaces distinguidos que han configurado el gabinete de Enrique Peña Nieto, engalanados con traje, corbata, y cola de rata. En otro paredón aparece el ex-presidente Carlos Salinas de Gortari. Y así han sido distribuidas en todo el cuarto, imágenes deformadas de personalidades emblemáticas del poder: Joseph Ratzinger, Norberto Rivera, Bill Clinton, El Tigre Azcárraga, entre otros. También se aprecian pegadas algunas notas rojas cuyos titulares son recurrentes en la situación social de México: Seguridad – riña comerciante, huye y lo ejecutan. De entre el fárrago visual emerge un hashtag de color negro en lo que parece serigrafía, dice #yoespecial. Sobre el enfado derivado de tales imágenes, escribió las letras del primer disco David, quien ahora pule un verso nuevo junto al resto de la banda, sentado en un banquillo con guitarra en mano, su silueta queda en medio de un signo de dólar y una suástica nazi, teñidos con aerosol en la pared, como adornos de fondo.
Y que comience el desfile
presentando en el principio de la fila
como engranes de una máquina que ya casi no camina
marcando su entrada y agachando la mirada
tenemos amaestrados a indignados, intelectuales y subordinados
preguntando por la hora en que llegará su comida…
El anterior es un fragmento de la canción «El corral de las comedias». Pero cada estrofa del catálogo contiene al menos una frase trabajada como si fuera a grabarse en piedra. Son en su mayoría apreciaciones sobre una «generación medicada y contenta». Y sobre un rechazo general por los ismos. El mensaje es punzante. Y por ello le pregunto primero a Saverio, y enseguida a Diego, si coinciden con él.
—Comulgamos con eso que dicen las letras, si no, no estaríamos aquí.
—Son cosas que pude haber escrito yo en cuanto a las sensaciones expresadas, pero no tengo la capacidad para hacerlo.
Enunciados melosos, manifestaciones optimistas, son veredas poéticas intransitables para David, que declara tener problemas con las letras simples o románticas. El ser humano es complejo, dice. Y además él no cree mucho en lo feliz.
—¿Por qué suena Mississippi Queens con ese resentimiento? —pregunto al aire esperando que conteste alguno de ellos.
David corta el silencio.
—Uno podría decir que porque hemos llevado una vida difícil. Los de la banda hemos tenido vidas difíciles, familiarmente y todo eso. Pero de cierta forma todos llevamos vidas difíciles, pero algunos se niegan a aceptarlo porque es más fácil hacerte pendejo.
—He escuchado que algunos ponen a la alegría (el erotismo, la risa, la convivencia) como una forma de disidencia en tiempos sombríos. ¿No crees que es necesario eso para crear un contrapeso en la actualidad?
—El amor y la felicidad se pueden interpretar de diferentes maneras. Digo, tampoco es que yo sea un infeliz. Pero me considero consciente.
—¿Estarías dispuesto a componer una canción alegre solo por ir en contra del desencanto social?
—En el momento que escuches una canción mía que refleje paz y felicidad, va a ser porque yo estaba en paz y feliz.
—Nosotros no somos de ponernos a componer de una forma —complementa Saverio—. Trabajamos con lo que sale del corazón.
—Creo que eso es lo que hacen los compositores —agrega Diego—. Los compositores que son buenos.
Saverio toma la palabra y explica:
—Si analizas a Beethoven, Chopin, Brahms, Mahler, y lees sus biografías, entonces dices: ¡Ah, pues sí, pendejo! Al fin entendí la Sinfonía número 3 o lo que chingados quieras. Beethoven estaba todo emputado porque no podía escuchar sus genialidades. Y se enojaba porque sabía que estaba haciendo algo tan bello y no lo podía disfrutar. Y eso se escucha, en los pinches graves, en los acordes.
—Un amigo fue al pueblo de donde salió Portishead —cuenta David—. Un pueblo en Inglaterra, y me dijo: tienes que ir a ese pinche pueblo, ahora entiendo porque suenan así. O como Black Sabbath, todo el tiempo trabajando en una fábrica de metal con el pinche ruido que te aturde, en Birmingham, una ciudad que había sido destruida en la Segunda Guerra Mundial. Y de ahí nació ese metal. No lo iban a crear en California con los hippies.
—¿Entonces por qué creen que de repente hay bandas mexicanas que suenan ajenas a nuestra realidad? —pregunto.
—Es muy fácil agarrar una libreta y escribir que tu novia te dejó —afirma Diego—. Igual y te pasó de verdad. Pero es más fácil, por eso está lleno de bandas que usan puros lugares comunes.
—O te viajas diciendo que la luna, las estrellas, el sol…—David articula esa frase rápido y mirando para arriba, hacia el cielo que está completamente negro.
Voy de acuerdo con sus conjeturas. Y me atrevo a sumar una opinión.
—Hablando de la luna y la estrellas cuando todo el día estamos viendo la pantalla del monitor o el celular, ¿no? La luna realmente cada cuándo nos tomamos un buen tiempo para verla…
—Exacto —David suscribe—. Yo creo que igual no le echan las ganas a meterse a ver en ellos mismo algo que en realidad no les va a gustar.
—Pero tampoco todos tiene la capacidad y la sensibilidad para escribir una buena letra…— digo en defensa de los señalados.
—Es cierto —Saverio reflexiona, y mueve los dedos de ambas manos como si tocara el piano—. Yo en música puedo hacer muchas cosas, pero nunca he podido escribir una letra, no se me da.
Con el mismo tono suave con el que ha hablado durante la noche, Diego zanja la discusión sobre la creatividad y la llamada música con contenido.
—Y hay mucha gente que está en ese caso, que no tiene o no se dedica lo suficiente para desarrollar esa sensibilidad y así se obligan a escribir canciones, y pues sale lo que sale. ¿Y por qué lo hacen? Porque se aferran a estar en una banda.
DOS
La grabación de En los tiempos de la bola arrancó en octubre del 2009. Al cabo de un empeño anormal, obsesivo. Luego de meditar cada nota, y de concertar una amalgama de voces que resaltan desde el primer segundo, el disco quedó listo para mezclarse en el 2013 y finalmente fue publicado en el 2015. El título hace referencia al mote con el que se le conoció en su época a la Revolución Mexicana: La Bola. Según relatan los integrantes, este álbum es el resumen de una década, son fotografías de sus vidas, y una visión del mundo. Es, de acuerdo con David, el reflejo de unos jóvenes que aventaron la casa por la ventana como si no fueran a tener la oportunidad de realizar otro disco.
En octubre del 2016, siete años después de la concepción de En los tiempos de la bola, la estación de radio por internet No Fm lo reprodujo completo a través de su sitio web, promoviéndolo como «uno de los mejores discos en la historia del rock nacional». Les cuestiono a los integrantes sobre ese pronunciamiento, no sin antes pedirles honestidad descarada.
¿Están de acuerdo?
La decisión es unánime: «Sí».
Después cada quien elabora por su cuenta la respuesta. Comienza David.
—Suena arrogante, pero la neta sí. Yo siento que este disco que hicimos, está menospreciado. Creo que es un gran disco, con un mensaje que encaja perfectamente con lo que está pasando hoy en el mundo, y que ha venido pasando desde el 2000. Me va a dar mucho gusto, espero y cruzo los dedos que, si algún día llegamos a explotar con un tercero, cuarto disco, la gente pueda regresar al primero y ponerlo donde se merece.
Le sigue su hermano, Diego.
—Cuando lo estábamos haciendo yo no pensaba que era un gran disco, la verdad. Porque por mucho tiempo fue un disco totalmente instrumental, mega producido. Cuando lo escuché terminado, con voz y letras, entonces sí.
Y concluye Saverio.
—Yo nunca me voy a olvidar del día que me senté aquí en el estudio y escuché la primera mezcla de las canciones. Se me puso la piel chinita y era algo raro, como que te preguntas: ¿realmente yo fui parte de eso? Porque yo estoy acostumbrado a decir México, y pensar en grandes bandas nacionales como Café Tacuba, Caifanes.
Joselo Rangel, guitarrista de Café Tacuba, comparte un lazo familiar con los hermanos Cavazos. Era natural buscar indicios del alcance que podría tener el disco, en un músico consagrado. ‘En los tiempos de la bola’ llegó a sonar dentro del estudio de Joselo en Tepozclán, Jalisco, con la intención de hallar un veredicto confiable.
David aún conserva en la memoria aquella reacción.
—Le pusimos el disco completo. Dura más de una hora. Estábamos acompañándolo mi hermano y yo. Él se sentó y durante una piche hora nadie dijo ni pío. Joselo se quedó callado, estaba comiendo cacahuates. Se acabó el disco, lo primero que dijo fue: güey, tengo que ir al baño. Regresó y dijo que estaba muy denso. Que estaba chido, pero algo denso. Tal vez otro se hubiera decepcionado porque siempre esperas una reacción bien cabrona, pero a mí me gustó porque fue honesto.
Si el disco arrastra melódicamente una condición rebuscada, su estrategia comercial también empata con esa complejidad. El plan para sumergirlo en el mercado consiste en otorgarle un valor único a cada track, y promocionarlo como sencillo. La solución recae en sacar once videos por separado (una pieza, un concepto). Y mostrarlos como relatos en sí mismos, guiados siempre por un hilo conductor que insiste en una sublevación en gerundio; deliberada o impensada, consciente o inconsciente, generosa o perversa, pero que sucede de forma inevitable.
El 10 de diciembre del 2016 estrenaron su séptimo sencillo. Debido a esa grabación estaba el cuarto de ensayo abarrotado de aquellos emblemas del poder. La producción audiovisual de «Los hijos predilectos de dios», como las anteriores, cuenta con la colaboración de artistas locales en diversas áreas (guion, ilustración, dirección), y amigos o conocidos que sirven como actores o asistentes. Si la creación de arte propone que cualquier elemento sobra hasta que demuestre lo contrario, en el caso de Mississippi Queens cada detalle persigue su justificación.
A pesar de lo acertada que puede imaginarse una estrategia así de meticulosa, sabemos que el desenlace es un enemigo común del cálculo. El testimonio de los integrantes indica que la curiosidad de los usuarios en redes sociales ha ido disminuyendo en comparación al interés detectado con la publicación de los primeros videos. Terminar la difusión ostentosa de cada sencillo ahora obedece más a una satisfacción grupal y al cumplimiento de lo prometido, más que a un balance positivo.
Incluso los medios de comunicación independientes que antes abrieron sus puertas, le han dado a la banda portazos de convencionalismo al negar espacios de divulgación para evitar redundancias, ya que bajo su perspectiva, tratándose del mismo disco, no hay nada nuevo que comentar. «No pensamos que nos fueran a pintar el dedo, pero sí nos lo pintaron.»
TRES
Los miembros de Mississippi Queens promedian los 30 años de edad, pero se conocieron por allá del 2001 cuando cursaban segundo de secundaria -con la excepción de Diego, quien es el mayor de todos y se unió a la banda después- en el Centro Universitario Franco Mexicano de Monterrey (CUM), un colegio más o menos acomodado a donde asisten alumnos de clase media o media-alta. El grupo comenzó, como muchos otros, tocando covers, influenciados por Metallica, Radiohead, Guns N´Roses, Pink Floyd, y otros clásicos del género. Pasaron por varias mutaciones que incluyeron nombres como Ecos, Ósmosis. Hasta que en abril del 2003 inauguraron Mississippi Queens, cuyo apelativo surge de una canción de Mountain grabada en 1970, y de un enorme barco americano construido en 1976.
—Hay miles de jóvenes que empiezan igual que ustedes, pero acaban en otro lado. ¿Cuándo se dieron cuenta que tenían talento para hacer algo distinto?
—Yo me la empecé a creer cuando empezamos a hacer nuestras rolas —recuerda David mientras se toma la sexta y última cerveza de la noche, el resto ha aguantado sin ingerir algo—. Específicamente «Ciudad Paraíso», que viene en el disco. Es una rabieta de fresas (ricos) contra no fresas, que tomó mucha coherencia cuando Monterrey se fue a la mierda. «Ciudad Paraíso» es cinismo.
Cuando se refiere al momento en que Monterrey “se fue a la mierda”, David habla de aquellos años en que la ciudad dormía atemorizada y despertaba lamentando noticias como la del incendio provocado en el Casino Royale en el 2011, ataque que se le atribuyó al crimen organizado, donde murieron más de 50 personas asfixiadas y calcinadas. Ejecuciones a plena luz del día, cobro de piso a negocios, secuestros que trascendían clase social, cadáveres colgados de puentes en vialidades repletas. Era -y es- la denominada guerra contra el narcotráfico. Y aunque la brutalidad y la frecuencia de ciertos actos se ha reducido, el eco de las tragedias y el riesgo latente resuenan en las calles. Basta recordar que enero del 2017 comenzó para Monterrey con un estudiante de secundaria privada disparando en el salón contra su maestra y varios compañeros de clase, al estilo de los school shootings estadounidenses. Y enero del 2018 ha sido uno de los meses más violentos desde aquel infame 2011. «Ciudad Paraíso» es sarcasmo.
Y es decadente
vivir matando por vivir
pues no sabemos bien
ciudad de la ilusión
¿qué fue lo que pasó?
es decadente
y cazar es la mejor opción…
«Ciudad Paraíso» hermana con el resto de las canciones en un ademán crítico: pese a haber sido escrita en episodios anteriores, sus apuntes continúan vigentes. Para agregarle ironía a la noción del edén urbano, el tema se volvió un amuleto de Mississippi Queens, un amuleto que los hizo ganar varios concursos musicales en Monterrey, algunos de ellos organizados por el gobierno. Battle of the Bands, Día de la Sonrisa, son solo un par de competencias en las que obtuvieron premios de primer lugar. También llegaron a ganar concursos en la Ciudad de México. La mayor recompensa económica que recibieron fue de 10 mil pesos. Todo recurso obtenido, iba destinado a la adquisición de instrumentos, amplificadores, grabaciones en estudios profesionales.
Una anécdota de aquellas disputas, resume la etapa ganadora -odiosa para varios de sus contrincantes- que tuvieron del 2003 al 2007.
—Se me acerca un padre de familia y me dice: ¿y ustedes van a seguir tocando la misma? Como diciendo que no deberíamos, como diciendo: ¿no tienen otra canción? Entonces les dije a los demás que no tocáramos Ciudad Paraíso, y tocamos otra canción, y como quiera ganamos. Entonces fue así de que: —David levanta el dedo índice y apunta como si ese padre de familia estuviera enfrente— No, señor. No es la rola, son sus hijos mediocres.
La normalidad nunca se le ha ajustado a Mississippi Queens. Esa es la impresión que arrojan sus composiciones, cuya estructura minuciosa deja absorto a quien escucha atentamente. Pero en lugar de apoyarse en una técnica propia de la hipnosis: la repetición, el sonido destaca y marea porque poco se repite. Si abusamos de la desgastada metáfora del viaje, podría decirse que para el oyente común, Mississippi Queens significa adentrarse en un recorrido largo y desacostumbrado, donde el paisaje ofrece numerosos detalles casi
imposibles de capturar en su totalidad durante el primer andar. Salvo un par de coros que al inconsciente popular pueden resultarle familiares, el resto del cuadro es vagamente reconocible incluso a la segunda o tercera vista.
Frente a la música de Mississippi Queens, la naturaleza vulnerable del ser humano que pide con insistencia una morada para refugiarse, queda expuesta a la intemperie. De modo que para los cautos que acerquen sus oídos, llegar a casa quizá se vuelva una labor exhaustiva. Y es sabido, el cansancio funciona como pretexto para abandonar el viaje a medio camino. Porque este disco no ofrece una cobija contra el frío, si acaso deja tirada una lanza cargada de fastidio en el escabroso terreno de las opiniones apañadas y las ideologías modernas. Una diatriba en épocas de pasiva convulsión. Si aceptamos a la confusión como el estado de ánimo dominante del presente, ¿quién ejerce la autoridad intachable para dictarle al otro lo que debe hacer? En el caso de ‘En los tiempos de la bola’ solo podemos aferrarnos a observar este disco como un arma puntiaguda a la deriva. Y ya será decisión de cada quien lo que aproveche de ella: si la sigue contemplando bajo sospecha, si decide lanzarla con entusiasmo hacia un destino, o si la toma con una mano para clavársela en el pecho.
CUATRO
Una vez concretado el disco y dispuesto a propagarse, Diego echó una botella al oleaje informativo que inunda las redes sociales: mensajes privados a diversas figuras del rock en español. Nadie cruza la barda de la medianía sin apoyar al menos un pie en los hombros de la suerte. La réplica inesperada llegó por parte de Josefa Gómez, mejor conocida como Jose Girl, fotógrafa española y esposa de Enrique Ortiz, mejor conocido como Enrique Bunbury, ex-vocalista de Héroes del Silencio.
Los recados de Jose Girl vía inbox de Facebook comunicaban aceptación e intriga. A partir de esos mensajes comenzó un vínculo amistoso entre ella y la banda. Cuando la pareja española arribó a Monterrey para la presentación de Bunbury en el festival Pa´l Norte 2016, Jose publicó en Twitter a su llegada que estaban, por cierto, en la ciudad de Mississippi Queens. A ese guiño le siguió una recomendación desde la página oficial de Bunbury en Facebook. El aviso incluía la portada de En los tiempos de la bola y detallaba que era una banda regia debutando; además de una breve descripción, se enlistaban las canciones que destacaba Bunbury: «textos inconformistas, importante trabajo de armonías vocales y un guitarrista estupendo. Fantásticas: «Los Gitanos», «Los Condenados», «Ahora es mañana, mañana es hoy», «Los Días Felices». En tiempos en los que indies somos todos, musicalmente está bien que alguien apueste por un rock en evolución, diferente y con posibilidades. Una banda a la que permaneceremos atentos.»
En octubre del 2016, Las Reinas -como suelen decirles sus allegados- pudieron conocer a una de sus mayores influencias musicales. Bunbury los recibió en backstage antes de dar un concierto en el Auditorio Banamex de Monterrey. Hubo una foto para el recuerdo y una charla amigable entre colegas.
—Nosotros admiramos mucho a Bunbury —dice David ya despojado de la entonación enérgica con la que había platicado por casi dos horas—. La verdad, soy sincero, yo me puse algo nervioso. Pero él es un peladazo. Con nosotros se portó muy bien. Platicamos sobre un concierto de Radiohead al que habíamos ido. Nos preguntó cuál canción de nosotros era la del siguiente video. Fue una plática muy informal.
Saverio agrega que la recomendación de Mississippi Queens en la cuenta de Bunbury en Facebook -donde tiene más de un millón de seguidores- les generó un aumento de aproximadamente 2 mil likes en el perfil de la banda. «Y empezamos a notar gente ya de otros países, como Venezuela, Costa Rica.»
CINCO
Un trayecto ascendente puede ocasionar vértigo, el despegue implica afrontar el riesgo de caer en picada antes de alcanzar estabilidad. Mississippi Queens se encuentra en ese tumulto momentáneo. La incertidumbre, siempre necia y desleal, es una compañera exasperante.
—Ahora que ya salieron a la superficie, con un disco que no sienten muy valorado por la gente, ¿cómo lidian con la incertidumbre de no saber si llegarán adonde quieren?
La temperatura sigue en descenso, la llovizna regresa y nuestra verborrea nocturna pierde vigor. Se hace tarde y les propongo a los muchachos continuar en otra oportunidad. Pero los tres argumentan que este diálogo es más importante que ir a cenar o a la cama. David asegura que puede seguir por dos horas más, aunque acepta que le gustaría tener más cerveza. Después responde a mi pregunta.
—Con la incertidumbre lidiamos trabajando y trabajando, no hay de otra. Pensando qué podemos hacer para la banda. Porque así nos la vivimos, por eso estamos aquí. ¿Qué más podríamos estar haciendo? Cuando digo que estoy frustrado, yo no me refiero a una cuestión de ego, de decir que debería estar en otro lado con la banda. Es más el creer que este mensaje tal vez ayudaría a la gente a ser un poco más consciente. Me frustra saber que ni siquiera pueden darse el tiempo de escucharlo.
Cuando sale a colación el tópico de las frustraciones, de inmediato aludo al célebre suceso de Anvil, la banda canadiense de metal que solo acarició el éxito formidable que sí tuvieron otras agrupaciones -como Scorpions, Whitesnake- también desarrolladas en los 80, y con las cuales compartieron cartel. The story of Anvil retrata una pesadilla atascada en la mente de cualquiera que se atreva a buscar que el rock algún día le compre un plato de comida: adolescentes cincuentones, shows locales semi-vacíos, y giras más llenas de falsas promesas que de fanáticos emocionados. Menciono el documental y ellos suspiran, especialmente David.
—¡Uff! Ese documental me hizo llorar. Lo vi en un momento muy difícil para la banda y dije: no mames, ya valió madre. Esos somos nosotros. Así vamos a estar. Pero después te agarras a tocar y le sigues dando.
Mississippi Queens está habituado a vaivenes repentinos que en ocasiones han amenazado su equilibrio. De los cambios más drásticos que experimentaron fue el exilio de uno de sus miembros. Fernando de Mercado, ‘Sisko’, tuvo que dejar el proyecto por discrepancias con los demás. Tres canciones suyas fueron removidas de la versión inicial de ‘En los tiempos de la bola’, y ahora es el vocalista y guitarrista de Los Siskodélicos. Hace alrededor de cuatro años vi a Sisko tocar uno de sus últimos sets con su antigua banda. Antes de que salieran al escenario, en la pantalla del bar Woodstock en Monterrey se proyectó el video de Coldplay, Nobody said it was easy. Ya en el escenario, la ejecución impecable con la que abrieron el concierto produjo aplausos estruendosos y quijadas caídas. Sisko, con una sonrisa colmada de júbilo, extendió los brazos y dijo al micrófono: «Mississippi Queens existe.»
Y si Mississippi Queens subsiste es debido a un esfuerzo perdurable que aún no es compensado en términos económicos. La banda está asociada con José Luis Navarro de Lapas Music y además se da a la tarea de conseguir inversionistas para inyectarle recursos a sus aspiraciones. ¿Cuánto dinero han gastado a la fecha? ¿Tienen deudas que les quiten el sueño? Cuando hablan de sus mecenas se muestran herméticos, o al menos así los percibo yo. Así que traiciono los estatutos de un metiche profesional y evito cuestionamientos profundos. En países pobres como México, indagar en la situación financiera de los otros se vuelve un trance penoso, como pedirle a un enfermo que detalle sus síntomas.
David suele equipararse con los luchadores que el fin de semana usan máscara, pero en días laborales pasan por ciudadanos comunes. Él ejerce como arquitecto. Saverio imparte clases de piano, y Diego de guitarra. Raúl tiene un negocio de comida. Óscar es maestro de inglés. Ellos dos por encargarse de otros deberes no pudieron quedarse a la entrevista. Dificultades aparte, en Mississippi Queens cualquier insinuación a desistir queda relegada. Ya preparan un segundo disco que esperan grabar en el 2017. Adelantan que será algo diferente al anterior. La táctica de promocionar cada tema como un sencillo ha sido declarada prohibida.
Con el cansancio estampado en nuestros gestos, les hago las últimas preguntas.
—¿Hasta dónde creen que pueden llegar? No hasta dónde les gustaría, sino hasta donde realmente creen poder llegar…
David: Sin pretensión de nada lo digo, pero creo que si tenemos el vehículo apropiado, yo creo que a ser de lo mejor del rock hispano. O al menos eso quisiera yo.
Diego: Igual, creo que quisiéramos llegar a ser de lo mejor del rock en español.
Saverio: Nos gustaría alcanzar el nivel de las grandes bandas que nos influenciaron mucho en México. Las grandes.
—¿Creen ustedes que son demasiado obsesivos, en su propio detrimento? David: Definitivamente.
Diego: Sí, sí lo somos.
Saverio: Claro.
Antes de despedirnos conciliamos un recordatorio áspero: todo lo que la banda puede controlar reposa aquí. Y solo aquí. En este estudio, dentro de ellos mismos. Hay circunstancias decisivas que labran fortuna o plantan descalabros, nos rebasan y es inútil pretender controlarlas.
—Lo que podemos hacer nosotros es construirnos —cierra David—. Y creo firmemente en que pronto va a ser nuestro día y nuestro momento. La gente está cambiando a un punto en que ya no se tragan lo que les da el mainstream. Si a cada perro le llega su hueso, el de nosotros creo que cada vez está más cerca.
Dejamos los escalones. Mientras caminamos en el estacionamiento, David les cuenta a Diego y Saverio cierta frase que yo solté una vez que lo encontré a él por casualidad en una boda: «si ustedes no pueden armarla en este país, nadie lo va a hacer.»
Llega la despedida cordial y nos dirigimos cada quien a su automóvil. David abre el portón de la entrada. Cuando estoy en la banqueta a punto de cruzar la calle, a mi derecha arranca su carro alguien de Mississippi Queens. Los vidrios empañados dificultan mi visibilidad y no identifico quién es. Hay poca luz mercurial. El automóvil es de cuatro puertas, color oscuro, modelo reciente, pero no distingo marca o algo más. Cuando el carro acelera alcanzo a escuchar un ruido opaco a través de las ventanas cerradas. Es una canción. La melodía habla de alaridos combativos y coterráneos emancipados. La misma melodía que, sin importar los acontecimientos de la jornada, se expande en las ondas radiales -como voz suprema- con una puntualidad ajena a este pedazo de tierra. Es medianoche y suena el Himno Nacional Mexicano.
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