Es como es, ni más ni menos
En 1969, hace 50 años, en la colección «Poesía en el mundo» (una actividad fundada por la Asociación de Estudiantes de Arquitectura del Tecnológico de Monterrey en 1957, y que dirigía Manuel Rodríguez Vizcarra) apareció un pequeño volumen que contenía 16 textos poéticos. Se titulaba, sencillamente o elocuentemente (como queramos verlo), El poeta. Su autor, el joven Miguel Covarrubias, comenzaba una producción poética que no ha parado desde entonces. Elegido, ungido o coronado ahora como el decano de la poesía de este árido reino, lo homenajeamos ante ese hecho. Escritor, poeta, traductor y editor, Covarrubias encarna el ideal de letrado cumplido, ha cultivado la maestría y la elegancia en el uso de la palabra y el ritmo. De este espectador incansable de la vida podemos afirmar que su poesía es un eterno presente.
Juego de espejos
Vocación vital y oficio dan como resultado la excelencia. Y aquí quiero mencionar la traducción, la entrevista, el ensayo, la actualización, la eliminación, la seducción, el inventario, la conversación frente a una taza de café o frente a una cámara de televisión, la exigencia, la sabiduría, los sueños, todos géneros y subgéneros atendidos por Covarrubias que se agradecen porque terminan siendo un puente entre el poeta y el lector. Nadie queda olvidado, todos convidados en ese juego de espejos que convierte a todo a todos en poema, en poemas deseantes, al alcance de nosotros mismos.
Exploraciones en la dieta del poeta
Hay textos que hablan del desencanto y también hay textos alegres. Era temprano para definir los rumbos temáticos del joven Miguel, pero ambas posturas delinearán lo que con el paso del tiempo Covarrubias nos ha dado: exquisitez. Por supuesto que estos poemas y todos los que ha publicado en este medio siglo son los hechos que comprueban que están bien hechos:
Un falso beatle pide que le contesten unas sencillas preguntas
Correcto: Yo sé perfectamente bien que no tengo la dentadura parejita, parejita. Pero puede alguien decirme:¿para qué sirven unos dientes lechosos, esbeltos y afilados? ¿Puedes decírmelo tú, amorcito dulcialado? ¿Me permites morderte? ¿Masticarte?
Muchos ensayos después, muchas traducciones, versiones, mucha poesía después, la obra de Covarrubias no se nos hace mucha, no por cantidad, sino porque existe ese apetito de banquetes resistentes que el escritor nos comparte. Desde un principio existía la invitación para que dejaran comer en paz al poeta, y el resultado ahora es que está bien nutrido, saludable y siguiendo instrucciones de aquel texto de la página 7. Algunos lo hemos intentado imitar, nos alimentamos de poesía, y algo que suena más bonito: la poesía nos alimenta.
Miguel se ha confesado muchas veces, lo constatan libros que reúnen muchas entrevistas que se le han hecho. En alguna respuesta ha dicho: “debemos evitar que las cosas se desborden”. Obviamente descontextualizo esa respuesta y me invento un pretexto para entrar en una discusión poética y decirle que no estoy de acuerdo. Él siempre desbordado, siempre poniendo el ejemplo, convirtiendo las tierras de nadie en tierras de todos a partir de la poesía. No hay vuelta de hoja: hay que hojear este libro y todos los que le han seguido.
La fiera eterna
Hablo de la pantera, pero también aquí señalo el alma, comprometida, encorbatada o no, leal a las flamas de la verdad, situándose siempre en lo social, traduciendo todos sus actos a la versión más pura de las versiones todas siempre impuras. La poesía de Miguel Covarrubias es un nido vocálico. Edmond Jabes revela: “Un libro sobrevive en el tiempo gracias a su parte divina, ¿Qué otra conclusión cabe? Está en nosotros como palabra premonitoria de un tiempo en reserva de eternidad”.
La transición /experimento de pasar del pensamiento soberano a la soberanía de lo impensado en aquel pequeño libro donde alguien se abandonaba con plenitud a una vida de letras, se sigue celebrando por una sencilla razón: porque uno termina siempre por no concluir, por reanudar las fuerzas cada vez más fortalecidas por la experiencia, en el camino nuestro camino: la poesía
Sonidos finales
Insisto, no es posible concluir, no hay excusa que ampare al poeta. Este, insistente, huracán emboscado por las palabras, cinco décadas después ha depositado el destino en todos sus libros, trayectoria deslumbrante marcada ¿por el tiempo? Así parecería pero vuelvo a insistir en el eterno presente que son sus poemas. Tiempo sustraído al tiempo, acontecimiento que prevalece.
Yo cuando lo leo entiendo que la imaginación tiene sus límites: los de la realidad desmedida y regreso a esa lejana “Lejana” (pág. 18), al bondadoso aire fresco y al silencio sano y a la conciencia tranquila:
“Y creo que continuará brillando el negro de esta noche hasta que tu abras los ojos y ordenes el color y la luz de un renovado día por el dolor, pero también por la felicidad”.