Al momento de viajar a algunos nos gusta buscar aquellas cosas que sean parte de la vida de la ciudad donde nos encontramos, la cotidianidad de los habitantes y no solamente lo turístico; queremos conocer, aunque sea una idea muy pequeña, cómo es la vida en allí. Uno de los lugares especiales para hacerte una primera idea son los mercados.
Por: Homero Ontiveros
Oiga, y al caldo de res, ¿sí le pone suficiente carne?, le pregunto a la señora que está cortando unas verduras y quien me parece es la dueña del negocio. Sí, joven, bueno los dos pedazos que le corresponden. ¿Y arroz? Pues si quiere se lo ponemos a un lado.
Al momento de viajar a algunos nos gusta buscar aquellas cosas que sean parte de la vida de la ciudad donde nos encontramos, la cotidianidad de los habitantes y no solamente lo turístico; queremos conocer, aunque sea una idea muy pequeña, cómo es la vida en allí. Uno de los lugares especiales para hacerte una primera idea son los mercados. Además en ellos la comida es muy barata y tiene ese sazón casero que buscamos quienes continuamente estamos lejos de casa. Muchas veces lo primero que busco son los mercados, saber si hay alguno cerca, visitarlo, caminarlo y llegar a la zona de comidas; pasar por cada uno de los estanquillos, percibir los olores de la comida cocinándose, de los vegetales, ver a las personas que atienden, cómo es su semblante, las mesas y, después de todo eso, decidir dónde te sentarás a comer. Así decidí sentarme en la fonda de Doña Leo.
Huatusco es un municipio ubicado en la región montañosa central del estado de Veracruz, donde Guadalupe Victoria formó el Batallón de la República. Sus calles suben y bajan adornadas con casas por donde el tiempo no pasa, paredes de un solo color, sobrio, con fachadas antiguas y techos de teja y lámina. Aquí no hay arquitecturas modernas pero sí el rasgo bien marcado de una época pasada que fue mejor. Por ejemplo el Teatro Solleiro, un recinto de la época porfiriana construido en 1882 por dos españoles, que aún sigue en activo. Este teatro formó parte de un circuito de teatros en Veracruz gracias a los cuales los habitantes podían presenciar las puestas en escena de las distintas compañías artísticas que llegaban al estado, tanto nacionales como internacionales, así que este lugar ha tenido un impacto significativo en la cultura de esta ciudad. En aquel entonces una de las principales oposiciones que tuvieron que sortear fue la del sacerdote del lugar, quien aseguraba que los teatros solo servían para detonar las malas costumbres. El recinto sigue ahí, bien plantado en su esquina, con sus muros pintados de blanco y rojo teja porque, aquí en Huatusco, no hay ningún cine, pero sí un teatro que ha aguantado los embates del tiempo, de las personas, de pie.
Una calle arriba está el mercado de Huatusco; éste es como muchos otros de México, entre sus pasillos conviven frutas, verduras, especies, carne roja y blanca fresca en avícolas y carnicerías levantadas en espacios reducidos y sin grandes congeladores. En el segundo piso están las comidas. Algo que me gusta mucho de comer en los mercados es la sensación de igualdad: es decir, en la mayoría hay grandes mesas comunitarias donde convives con desconocidos, todos están sentados en la misma mesa y comiendo de los mismos alimentos. Las personas que atienden tratan igual a todos y tienen un aire maternal con el cuál constantemente preguntan si te hace falta algo. Hay un detalle mínimo tal vez, pero significativo en su simbolismo: mientras que en un restaurante tienen una medida de entre 3 y 5 tortillas por persona, y a veces menos, que son las que te dan en el tortillero, en el mercado te ponen una montaña de tortillas recién salidas de la tortillería para que tomes cuantas gustes. En el mercado la cantidad de tortillas no es importante, el platillo sigue costando lo mismo.
Lo que sí importa es el sabor. Es imposible que todos los locales de un mercado tengan el mismo sazón, y el de Doña Leo es muy bueno; al menos en el caldo uno se da cuenta cuando no tienes que ponerle cosas de más para darle sabor, y es lo que siempre hago: antes de ponerle limón, sal u otra cosa primero lo pruebo y si no ocupa nada entonces ya me ganó. Así se lo hice saber a la señora Leo. A mi me gusta comer bien, dice ella, por eso cuido muy bien la comida que yo hago para que mis clientes siempre vuelvan. Claro, hay algunos que prefieren algo más barato y van a otros lados, pero siempre regresan, me cuenta mientras vacía una cacerola de comida a otro recipiente. En el negocio de al lado tienen un disco de Amanda Miguel, y en un momento suena uno de sus lemas mas populares: «Él me mintió, él me dijo que me amaba y no era verdad”, y a una distancia media se escuchan varias voces femeninas cantar desafinadas pero de cierta manera apasionada, como si en verdad las estuvieran escuchando los infames que les mintieron. Al escuchar estas canciones y a las mujeres del mercado cantándolas, me da la impresión de que en México es característica tener un mal de amor que nos persiga toda la vida, un mal contra el que no hay curación y lo único que contrapone al dolor es cantar alguna canción, como si con ello se lanzara un embrujo o una mágica poción.
Escucho a Amanda Miguel mientras desbarato la carne, así he sido siempre de meticuloso, no puedo simplemente poner el pedazo de carne y la tortilla y ya, necesito deshacerlo, desmenuzarla y hacer un tacto que no tenga carne de más ni de menos, solo la necesaria para que no se caiga de la tortilla, y mientras pongo atención en quitar el gordo de la carne, llega una señora que vende perfumes baratos; se acerca con la ayudante de doña Leo y ésta le pregunta qué novedades trae. Traigo un 212, creo que es de Lacoste, dice dudosa la señora de los perfumes. La ayudante toma la caja y observa dándole vueltas, mirando los diversos lados de la caja como si con ello pudiera descifrar el olor de la fragancia. Me quedo con ganas de decirle que es de Carolina Herrera y no de Lacoste. No es necesario, no importa en realidad de quien sea sino a qué huele, y lo más importante: cuánto cuesta y en cuántos pagos. La señora de los perfumes le dice que trae otro, que a ella le gusta mucho pero que es de hombre y doña Leo le responde: “Cuando yo era chamaca siempre usé perfume de hombre, esos me gustaban y hasta me funcionaban mejor que los de mujer”.
Yo solo escucho, mi mirada está sobre el taco que me estoy haciendo y al que le pongo una salsa exclusiva de la señora Leo, está hecha solo con aceite y chile de árbol y es extremadamente picosa. Ya te gustó esa salsa, ¿verdad?, me dice. Sí, mire cómo me tiene moqueando pero está muy buena. Es la que les hago a mis clientes porque ya están acostumbrados a ella, y mire que no me sale muy barata que digamos, pero solo yo la hago, me presume la señora. Sí, es muy buena, pero además la comida mexicana sin picante no tiene ningún sentido, respondo. Usted no es de aquí, ¿verdad? No, soy de Monterrey, del norte. Ya decía yo que ese acento era de otro lado. Sí, es más norteño. Pero, ¿a poco trabaja acá, no verdad? Vengo a lo del carnaval. ¿Qué va a hacer ahí? Vengo con un grupo de música. La señora de los perfumes, que ya estaba sentada recargada sobre una de las paredes, endereza la espalda y pone atención a nuestra plática. ¿A poco usted es de los de Inspector?, pregunta doña Leo y me sorprendo de que conozca al grupo pues es una señora mayor de edad. Así es, soy de ellos, respondo mientras le doy una cucharada al caldo. Ay, mire doña Leo, usted sin saber y tiene a uno de los famosos sentado en su mesa, dice doña perfumes, y agrega: yo sí voy a ir al concierto porque me gusta la música de ustedes, a lo que asiento con la cabeza y una sonrisa de agradecimiento. A veces en esas circunstancias no sé qué decir; en realidad el famoso es Big Javy, el vocalista, a él lo reconocen en todos lados y, aunque yo haga muchas de las canciones, sigo siendo una persona más que puede caminar tranquilamente por la ciudad. Pero tampoco puedo quitarle importancia al hecho de ser parte de una banda como Inspector, así que generalmente tiendo a cambiar el rumbo de la conversación.
Y, ¿cómo se pone el carnaval?, pregunto. Pues muy bien, pero ahora con estas lluvias quién sabe cómo se ponga, ya ve que no deja de llover. Y es cierto, desde que salí del hotel la lluvia no ha cesado junto a un aire fresco de las montañas. Pero, ¿ya empezó el carnaval o apenas va a comenzar hoy? No ayer ya hubo desfile. Ah, muy bien y, ¿de qué fue el desfile? De los gays. Un señor que comía en la barra junto a mi se une a la plática: pero a esos ni cómo encontrarles el sexo. Por un momento me quedo pensado en las grandes diferencias que hay dentro de un mismo país. Por ejemplo, en el sur de México hay lugares donde la figura del travesti, el homosexual o el transexual, es normal y convive sin problemas con los demás, incluso hay lugares donde tienen una relevancia simbólica y social casi a la par que la mujer, mientras que en otros lugares más grandes siguen siendo discriminados. Dice Doña Leo: Yo creo que cuando alguien nace así, pues ya ni modo, hay que respetarlo y quererlo porque pues ya no se puede hacer nada pero, cuando se hacen así solo por flojos, por huevones, eso sí no se vale. Mientras, doy la última cucharada al caldo y escucho que deja de llover.
Afuera las calles están húmedas, huele a tierra mojada mezclado con un fuerte y natural aroma a café; el cielo nublado no es tan distante y las nubes pasean bajas sobre la ciudad. Camino tratando de encontrar los secretos de este lugar, pero no tengo tiempo en realidad. Lo que sí descubro es que aquí no solo no tienen una sala de cine, sino que tampoco hay librerías. Si alguien quiere comprar un libro tiene que conformarse con unos cuantos que hay en una librería donde algunos clásicos se mezclan con Paulo Cohelo. Afuera de la iglesia en la plaza central hay un exhibidor con libros que alguna vez fueron parte de un programa de lectura de CONACULTA, y ahora son libros viejos a los que el sol les robó el color y se quedaron presos dentro de una marquesina que, según una chica de ahí me contó, nunca se abrió.
Puede que aquí no haya librerías ni cines, pero, eso sí, en Huatusco cada cierta distancia hay un Coppel y una Farmacia del Ahorro con el Dr. Simi bailando sobre la banqueta. Lo miro desde la cera de enfrente y, como metáfora mental, pienso que al igual que él, cada quien baila a su propio son y no es nadie más sino uno quien carga su propio carnaval.