El Marqués de Topochico es un libro de historia, también es un libro de crónicas y además es un libro que es una novela de aventuras. Pero lo más importante, es un libro de hoy, y siempre es hoy.
Por: Armando Alanís Pulido
Definitivamente hay muchas formas de viajar en el tiempo. Se dice incluso que personajes como Julio Verne y Leonardo Da Vinci eran de ese tipo de viajeros, y que las cosas que nos contaron e inventaron nos las contaron e inventaron porque en realidad las vieron en sus viajes. En fin, seguramente todos tenemos una historia de haber viajado en el tiempo; algunas serán más secretas que otras. Hoy yo les cuento esta que tiene que ver con Las increíbles, incongruentes e incróspitas aventuras del Marqués de Topochico.
Un año antes de morir, mi abuela enferma me preguntó que en qué año estábamos. Yo más interesado en hacer lo que estaba haciendo (leía un libro del que no recuerdo bien el título ni el autor pero que me tenía divertidísimo) le dije: «Abue pues en 1997». «Nooooo», me dijo ella apresurada y muy segura. «Estamos», dijo, alzando la voz, «en 1922. Deja de leer eso y te cuento algo». Entonces mi abuela me platicó con detalles aspectos que ella había vivido en esa época. Me gustó escucharla y a ella le gustó que yo la escuchara. «Por atento te mereces un premio», me dijo al terminar sus historias, se fue al cuarto de al lado y al poco rato regresó y me dijo: «Toma». Me dio un peso, la moneda (que aun conservo) era de plata con un sol al frente. Mucho tiempo después me di cuenta de que estaba acuñada en el año del que me había contado sus historias.
Ah, ya me acordé del título del libro que leía entonces: El Marqués de Topochico de Gerardo de la Garza, una bella edición en pasta dura de los años cincuenta editado por la prestigiosa casa francesa Antolin Editores. En ese entonces no conocía a su autor, que ahora se ha convertido en un querido amigo.Les cuento ahora como lo conocí:
Conocí a Gerardo a principios de los años setenta, un día después del concierto de Avándaro. Pedíamos raid en la carretera, nos trepamos en la misma combi y platicamos entre otras cosas sobre música. Coincidimos en que la última banda que tocó en el festival era malísima, pero como la gente en este país sabe poco sobre rock , tendría futuro y se podría convertir en una de las más populares del rock nacional, llegamos a la conclusión de que sin rock la gente no puede vivir.
También conocí a Gerardo en 1977 haciendo fila para entrar al estreno de Star Wars. Platicamos entre otras cosas sobre cine, coincidimos en que sería interesante que se filmaran precuelas de la cinta y que Disney debía tomar el control de la historia para bien de todos y llegamos a la conclusión de que sin ciencia ficción la gente no puede vivir.
Volví a conocer a Gerardo a mediados de los ochenta en la oficina de patentes y registros de marca, platicamos entre otras cosas sobre nuestros proyectos y coincidimos en que estos no eran lo suficientemente buenos. Gerardo pensaba que un fijador de pelo en gel sería más adecuado y menos contaminante para la capa de ozono que uno en spray y yo traía la loca idea de embotellar el agua potable y venderla. Desistimos de registrar nuestros inventos y llegamos a la conclusión de que sin sueños de repuesto la gente no puede vivir.
Y ahora que me acuerdo conocí nuevamente a Gerardo en 1996 en los estudios de televisión de la BBC de Londres. Él tenía un programa sobre literatura y me entrevistó con su inglés perfecto, yo como podía le contestaba en mi mal inglés con acento texano. Platicamos, entre otras cosas, sobre los sonetos de Shakespeare y llegamos a la conclusión de que sin libros la gente no puede vivir.
Pero la verdad, la verdad, conocí a Gerardo en el año 2002 en Guadalupe Nuevo León, en la colonia Tres Caminos. Ahí impartía un curso BrainWeiss sobre regresiones y vidas pasadas y Gerardo era su mejor alumno, por lo cual nos trasladamos a 1499 que fue el verdadero año en que nos conocimos. Él era el Marqués de Topochico y yo un humilde comerciante hijo de esclavos, platicamos entre otras cosas sobre la crisis en Medio Oriente y le vendí papel, que después, creo, se usó para unas cartas geográficas o algo así. Volvimos a encontrarnos hasta 1521, pero como todos andábamos muy ocupados con lo de la Conquista, esa vez platicamos poquito y no llegamos a ninguna conclusión. Fue hasta 1551 que nos volvimos a saludar en el cocktelito por la inauguración de la Real y Pontifica Universidad de México; tampoco platicamos mucho y quedamos de vernos en el Facebook. «Te mando un inbox», fue lo último que me dijo.
Supe de él hasta el 20 de Septiembre 1596 en otra fiesta; no me acuerdo qué se inauguraba o fundaba ese día. Sospecho que era puro socialitos, alguna banalidad. Nos disponíamos a charlar y en eso que se viene un aguacero como los de hace días y ya no se pudo. Quedamos de vernos y platicar tranquilamente pero ya conociéndolo le dije en tono amenazante: «Pongámosle fecha». Le dije: «Siempre andas bien ocupado, te desapareces, te pierdes, agéndalo, ya sin falla unas cheves, apuntado». «¿Te parece 1764?», me dijo, revisando su agenda electrónica. «Ya está ¿En la mañana o en la tarde?» «Media mañana, un machacadito en el Manolín». «Sobres, así quedó».
Ya acercándose la fecha, Gerardo, es decir, el Marqués, me llamó por celular para disculparse. Que tenía que ir a Estados Unidos, que las colonias, que no se qué. N’ombre, no te preocupes yo también ando súper ocupado. Ya no nos volvimos a ver, tampoco nos mandamos mensajes de texto, ni nada, aunque nos dábamos like en el Fecebook de vez en cuando, cuando alguno hacia algún comentario chido en su muro sobre libros o rock o se compartía un meme.
En 1827 coincidimos en las exequias fúnebres de Servando, pero tampoco platicamos, los dos estábamos muy tristes por la pérdida de un buen amigo mutuo.
Solo una vez me molesté con él. En 1890, lo recuerdo bien, fue cuando se corrió el rumor de que estaba emparentado con Emilio Azcárraga, pero no duré mucho enojado, ese día me puse a ver la tele y la molestia se me olvido luego luego.
Fue hasta 1939 que volví a saber de él mediante una invitación, al abrirla y desplegarse los hologramas decidí, por decente, no asistir. Le envié mis disculpas y quedamos nuevamente muy formales de tener pronto un encuentro para ponernos al día, pero como es costumbre el tiempo pasó, aunque volvimos a encontrarnos esta vez en la Ciudad de México. Corría el año de 1959, lamentablemente fueron los funerales de otro buen amigo. Gerardo era uno de los oradores principales, estaba concentrado en su tarea, pero rápidamente me dijo algo así profundo como es característico de él. Me dijo: «Se está muriendo gente que no se moría antes, qué barbaridad», y aprovechó para darme una edición de su más reciente libro. «Lo leeré inmediatamente», le dije, pero al llegar a casa se revolvió en mi biblioteca. Fue hasta 1997, una mañana antes de ir a visitar a mi abuela, que encontré el libro y me lo lleve para leerlo, ya que mi visita consistía en leerle algunas historias. Rara vez mi abuela me contaba algo y a veces mientras yo leía ella dormía plácidamente, pero esa mañana me dijo que dejara de leer ese libro y escuché unas historias sobre el tiempo que ella tenía que contarme.
A Gerardo el autor lo he seguido viendo todos estos años, asistí a su cumpleaños 723, por ejemplo, pero el 21 de diciembre de 2012 recibí un telegrama de donde me informaba que le publicarían pronto un libro. No paso mucho tiempo y en el 2013 se apareció en mi casa y me contó que al igual que Don Quijote un día miró por la ventana de una imprenta y vio que estaban imprimiendo un libro sobre sus aventuras. Traía un ejemplar que me regaló y brindamos con agua mineral Topo Chico. Hoy me toca hacerles una invitación para que se tomen su tiempo (y si quieren también una agua mineral) y el tiempo que les quede libre si les es posible se lo dediquen a su lectura, porque El Marqués de Topochico es un libro de historia, también es un libro de crónicas y además es un libro que es una novela de aventuras. Pero lo más importante, es un libro de hoy, y siempre es hoy.