Calmar la sed
Como los grandes y auténticos melancólicos, Mariana García Luna solo en la escritura encuentra una curación para las enfermedades del alma. “La felicidad es un viaje” escuché alguna vez por ahí y esto lo digo porque La hora del té es, en el fondo, un libro de viajes. Lisboa, Barcelona, CDMX, o Tanezrouft (en el desierto del Sahara) aparecen, entre otras ciudades, en estas páginas como pretexto para contar once historias que nos hidratan el alma. Hay algo indudable en este libro, además del traslado a otras geografías: la simbología que se presenta en lo liquido. Mariana pone como protagonistas a distintas bebidas por y para que establezcan con su presencia los ejes y las coordenadas de las historias situadas excesivamente cerca de la realidad. Así, la cerveza, el vino tinto, el mate, el whisky, el agua de Jamaica, el té, ginger ale, calman la sed del lector y lo refrescan con la justa libertad de lo bien contado.
Ósmosis
También hay mar, lluvia, gotas de rocío, lagrimas, ríos, y las historias fluyen (incluso hay una conexión entre dos cuentos, “Una lluvia de Jamaica en el desierto rojo»(Pag. 13-19) y «Estrellas de anís en mis noches de té» (Pag. 43-47), pero ese no es el único indicador de equilibrio en la prosa de García Luna. Los cuentos líquidos que nos regala poseen certezas, traspasan el cristal con que se puede mirar la fuerza de los sentimientos. Soltura y confianza en la escritura proveen un control que se detecta y se disfruta, el deleite se produce cuando se mezcla algo parecido a la emoción de un pensamiento inmediato expresado en voz alta y la intención de sumergirse en un lenguaje misterioso y limpio a la vez. Huir a Barcelona a llorar lo contenido, o enamorarse de un desconocido con la confianza de que solo con su nombre es suficiente para volver a toparse con él, son historias que se entienden como mágicas por cotidianas, por íntimas, por tenues.
Infusiones
La voluntad de una persona se forma fundamentalmente cuando se empieza a preocupar por ciertas cosas y cuando lo hace más por unas que por otras, aunque estos procesos no están por completo bajo el control de la voluntad. Esto lo entiendo, lo quiero entender con un ejemplo simple: hacer té, agregarle al agua que se hierve infusiones y preparar una bebida con algún sabor; la alquimia, la magia transforma. Así Mariana, susceptible a las circunstancias, inventa y descubre consideraciones que justifican que uno abra o cierre los ojos y aparezca como habitante en sus infiernos o en sus cielos. Hay personajes en estos cuentos expuestos siempre al capricho del destino. Imagino al lector en esa circunstancia y me gusta que la autora nos lleva ahí, tiene los recursos necesarios y disponibles, y se escucha un fado de fondo.
Mariana, Mariana
¿Qué distingue a Mariana como autora? De entrada su pasión por la honestidad. La conozco solo como profesional de las letras, pasea su belleza y su inteligencia mientras da talleres, reseña y recomienda libros en la televisión. Es además autora de otros cinco títulos, autora además (eso hay que destacarlo) de la prestigiosa editorial Alfaguara, asume su compromiso con una sencillez admirable. Sin poses está entre el selecto grupo de escritoras de este árido reino que supera, gracias a su obra, la frontera amplia y amorfa de la literatura local. El que esto escribe, asumido como un lector profesional de la “literatura regia”, lo celebra y lo considera un necesario apunte. Autoras de la talla de Gabriela Riveros, Patricia Laurent, Sofía Segovia, María de Alva, conforman este frente de narradoras que han puesto en alto la llamada (o mal llamada) cuota de género. Pero eso no es lo importante, lo importante aquí, son sus voces difundidas desde editoriales que las tratan y les dan el trato que merecen: el de profesionales.
«El hombre elefante»
Sin duda el cuento que más me gustó. Lo leí (imaginé) como una película en blanco y negro, caminar Lisboa otra vez y entender que ahí uno se revela y se rebela, deja sus miedos o contrae otros, se asume valiente para lo que sigue o toma el valor para no serlo. El carácter irresistible de los deseos, o de lo no deseado, nos amenaza, como un cuento bien escrito que nos transporta a un lugar lejano, lejano y hermoso donde fuimos lejanos y apreciamos la poca o mucha hermosura que tienen las deformidades (interiores) que nos conforman.
La botella entera
Leer estos cuentos líquidos es como beberse una botella entera, uno se interroga a si mismo sobre la permanencia en este mundo, y uno se precipita -en el mejor de los sentidos-, ante el deleite. Ese estado, uno de los más difíciles de encarnar, es un desafío que García Luna tomó, y las historias juntas, separadas, o conectadas, son un estremecimiento admirable y conmovedor. Seguimos líquidos y solo nos queda decir salud por la pluma de Mariana.