La mancuspia
Comandados por Héctor Alvarado un grupo de escritores de todos los géneros se concentró en un grupo (el más numeroso del que se tenga conocimiento) a principios de los años noventa del siglo XX en Monterrey. Se hacían llamar y eran conocidos como los mancuspios. Sus principales miembros eran Julio Cesar Méndez, José María Mendiola, Ana Kullick, Patricia Laurent, Dulce María González, Malena Múzquiz y Fernando J Elizondo. Fueron los primeros organizadores del Encuentro Internacional de Escritores que aún sigue haciendo CONARTE, pero también organizaban ciclos de lecturas y fundaron un par de revistas: El correo chuan y otra llamada Papeles de la mancuspia, que sigue vigente desde 1994; también una editorial llamada Ediciones Intempestivas. Eran incluyentes y muy activos; no estoy seguro si se hayan disuelto como grupo, el punto es que han sido los que más han animado a la literatura regiomontana en las últimas décadas (sin dejar a un lado importantísimas iniciativas individuales como las de Eligio Coronado, Margarito Cuéllar o Arnulfo Vigil). Además de la obra de los autores que lo conformaban, abrieron sus espacios y proyectos a muchos otros autores, lo siguen haciendo y el legado forma parte de la historia de la cultura que se hace en este árido reino.
Letras sostenidas sobre el lomo del mundo
Hay una premisa en la poesía de Malena Muzquiz: hablar en voz alta, decir lo que uno quiera. Por supuesto que no hay facilismo en esto, aunque lo parezca, porque hablar de lo que uno cree que es, es simple y difícilmente, buscar oír el lamento de las estrellas. Y a esto me refiero con la observación, para mi el punto toral de la poesía, y desde ahí traducir y reinterpretar. Aristóteles comienza su Poética con una constatación fundamental: imitar debe entenderse en sentidos diversos, distintos. La imitación, lo sabemos bien, no hace más que ir de crisis en crisis. Se preguntarán ¿a quién está imitando Malena? A nadie en especial. A ella misma cuando tiernamente se convoca a decirse, cuando se detiene a contemplar el paisaje y descubre los sitios coloridos (los recuerdos) que agitan la respiración que dan miedo y la boca tiembla. Entonces habla.
AMANECE
y cualquier lluvia es suficiente
para que el amor te llegue hasta el cuello
Hablas de calmar la sed de tu bóveda a cucharadas de luna
Dices que la pasión te rebasa los dientes
Casi puedes contemplar la arquitectura de una caricia
Empiezas a caminar
Te desaprendes a pedazos los sueños
(hay uno que se enreda en tu cabello)
La cama no reconoce tu espalda
Hay jardines colgando en los huesos)
El rostro se te desfigura
(hay kilómetros de risa en tu mejilla)
Te alegra que no pare de llover
(«Para que la maga baile bajo la luna mientras algo en su vestido va naciendo», fragmento, págs. 18/19)
Abril es el mes en que cualquier cosa es verdad
Aunque el poeta es un fingidor, como decía Pessoa, no hay nada más verdadero que un poema. En este libro Múzquiz delicadamente caza a la emoción, registra sus estremecimientos (de deseo o de temor), sabe que toda memoria está amenazada por el olvido, escoge al mes de abril (o lo pone como pretexto) para tragar luz y escupir estrellas, para tocar los limites, para amar.
En Abril
No basta una madrugada
Para beberse todo el vino de la luna
No basta tragar luz
y escupir estrellas
(«En abril un verso es suficiente para que prenda el amor en la memoria», fragmento pág. 24)
Se agradece la capacidad de sublimar y al mismo tiempo la convocatoria para decir lo que queramos; yo tengo algo que decir sobre la poesía de Malena Múzquiz: es portadora del vértigo que da a la altura del beso, de lo que ahí deriva: las condiciones que transforman el interminable desafío que es indagar en nosotros mismos e imitarnos lo más poéticamente que se pueda.