“No sé siquiera si estás viva, pero tenía que decírtelo: Roberto ha fallecido está mañana”. Se trata de una noticia que cimbra a Helena de raíz, ya que el muerto hace muchos años se convirtió en su amante aun estando casado, siendo su profesor de literatura y llevarle 24 años de edad. Una amiga, con la que no tiene contacto hace años, la devuelve de golpe a un pasado terrible.
Ahora anda en la treintena, pero cuando sufrió la muerte de su madre debido a un conductor borracho y luego la de su padre, quien se suicidó por no soportar la vida, y heredando a la hija la posible culpa de tal acto. Esos brutales acontecimientos la alejaron de Alcalá de Henares, aunque ahora debe tomar la decisión de si debe o quiere volver.
Existen elementos varios para que siguiera el rumbo de una reseña al uso; El funeral de Lolita, la primera novela de la poeta española Luna Miguel (1990) lleva a la narrativa las propiedades de su poesía: un deseo irrefrenable por ser confesional y un manejo sencillo y preciso del lenguaje que ayuda a poner lo emocional por delante.
Pero se han dado varios puntos de coincidencia que me apetece también destacar. Al momento de redactar recuerdo entrevistas recientes del catalán Enrique Vila-Matas en las que cuenta que resultó que a uno de los personajes de una de sus recientes novelas le dio el nombre de un alemán que existía realmente, y que además también es escritor profesional. El hombre aludido está escribiendo un libro en el que contará tal coincidencia; a fin de cuentas, una historia totalmente vilamatiana.
Así que me da pie para referir que de entrada el nombre de la protagonista de la novela de marras coincide con el de mi hija: Helena (con hache). Pero no queda ahí. El personaje creado por Miguel, se dedica al periodismo gastronómico, pero al final, periodismo. Y vamos que navegamos en el mismo barco (aunque yo en el camarote de la música y la literatura). Hay una conexión de colegas, pues.
Aunque lo que más me ha sobrecogido es el viaje obligatorio de la chica para irse a vivir con sus abuelos. Tengo inédita una novela, que al momento lleva por nombre Ya no más canciones de amor, y que ocurre también en Barcelona (donde reside Helena), por lo que algunos barrios aparecen en ambas (Poble Sec, entre ellos, repetidamente); ello resulta más o menos lógico. Lo que no lo es tanto, es que en mi novela el protagonista (que es músico) acompaña a su amigo hasta Almería con motivo del fallecimiento de su abuelo. Los abuelos de Helena también residen en ahí.
Opté por una provincia no tan cercana a Barcelona y en la que existen minas; quería que mis personajes se trasladaran hasta un sitio austero y en el que soplara mucho viento y se levantara arena y polvo. Los parientes de Helena radican allí mismo y reflejan una vida tranquila y sin agitaciones. No creo que sean tantas las historias en las que los protagonistas se movieran de una ciudad importante hasta Almería. Sin duda, se escuchan los ecos de esa fantástica máquina del azar, tan señalada por Paul Auster (como Vila-Matas, obseso de las coincidencias).
En la novela de Miguel, la relación de Helena y Roberto está marcada por lecturas y el descubrimiento de autores, además de mucho sexo y erotismo. En algún punto, el catedrático le obsequia la inmortal obra de Nabokov, y la chica encuentra molesta la lectura y se niega a ser cualquier tipo de émulo de Dolores Haze. En aquel momento no soporta a un libro del que tengo una postal enmarcada de la versión cinematográfica (por muchos años). El personaje de Luna escogería a Jeremy Irons para su propia biopic; en mi tarjeta aparece el actor británico con una sonrisa socarrona (todavía Humbert Humbert no terminaba devastado).
En El funeral de Lolita existen múltiples referencias a la comida; en Barcelona, Helena asiste a restaurantes en tendencia para pergeñar textos millennials que generen rencores y cientos de likes. En Ya no más canciones de amor, el músico es reclutado por el chef de fama mundial Jordi Cruz, para que prepare un breve concierto en el que la música refleje el menú que se sirve en el afamado ABaC. ¡Más puntos de contacto entre dos libros; uno ya publicado y otro en vías de hacerlo!
El círculo se cierra con la rareza de que al momento de recibir la novela, editada por Lumen, venía de comprar una botella de vino blanco (cosas de la edad, las dietas y las ganas de beber) y mientras transcurría la lectura me topaba con una joven mujer que –según ella- bebe mucho y a todas horas, pero únicamente -¡bingo!- sólo vino blanco. No tardé en realizar la pesquisa del Epicurus, elixir que me remontaba a los pensadores griegos y que resultó una exquisitez francesa. Todavía no consigo una botella por estos lares.
Helena regresa a la Alcalá de sus primeros años y asiste al funeral; no sólo le es difícil retomar la relación con la amiga que la notificó (Rocío), sino que se topa, nada menos, que con la esposa de Roberto, ahora viuda. La situación le incomoda hasta la náusea y decide salir huyendo de la ciudad, pero lo piensa bien y regresa. Opta por buscar un lugar donde sirvan carne tártara, cuya degustación le calma los nervios, y resulta que el Parador (en el que también se aloja) lleva por apelativo Hidalgo; no es raro por tratarse del reducto cervantino por excelencia, pero no deja de ser mi propio apellido. ¡Las piezas se siguen acomodando!
Tanto Rocío, como la viuda, la contactan para tener encuentros individuales, mientras se dan, Helena intenta recomponer a distancia su vida sentimental y tranquilizar a su jefe. Mientras tanto visita el Colegio en el que vivió tan volcánica y nerviosa relación prohibida, sin saber que su amante todavía concibió un epílogo, escanciado por copas de blanco, comida japonesa y algo de locura y desesperación.
El funeral de Lolita está trufado con grandes cantidades de sexo y erotismo –como era de esperarse- y transcurre con gran fluidez y transparencia. Tengo la certeza de que cada lector podrá establecer su propia red de coincidencias y puntos de encuentro. Todos hemos pasado por una experiencia iniciática de nuestra vida sexual y sentimental y hemos deseado viajar hasta un lugar del que no tengamos ni la mínima información. Mientras tanto, espero a que mi novela vea la luz y claro que buscaré la manera de que Luna Miguel reciba un ejemplar. ¡Y que el azar nos siga envolviendo y fascinando!