Retrato de una ausencia
Aunque la vida se consagre en otras cosas, aunque claramente haya oscuridad en la cual acomodarnos, me niego a la quebrazón que provocan las noticias totales. Hay piedras más certeras que próximas y están al alcance de la mano, quien las arroja sin culpa es quien escribe potente con las mil razones para decir yo también quiero, yo también puedo y la turbosina de sus mil viajes son las palabras que con rabia te definen cuando defines a los demás. Hay un lenguaje poético y si en él te escudas, si desde él ronroneas, si desde él te atreves, entiendes el terror de las cosas simples ¿y qué sigue? Pues a vivir todos tranquilos.
El incendio arranca
Lo que experimentamos es la irracionalidad de la historia, dice el poeta Charles Simic y eso me recuerda las charlas sostenidas con el autor acerca de los temas más profundos y acerca de los temas más simples no las llamaría aproximaciones. Luis es periodista, además, y cuenta y ha contado historias. Él mismo tiene una, larga e interesante de la cual les hablaré brevemente: Luis Aguilar: clamor, travesía, voz que dice sí, voz que dice. La exquisitez de la mordedura, definiría bien la obra de Aguilar, amplia con registros temáticos tan interesantes, tan sórdidos y tan energéticos en su esencia (aunque no se registran en este libro la enfermedad, la violencia y la homosexualidad, la migración, han sido ya tratados por el autor más recientemente) y sabe que hacer con ellos, Luis traduce esas máscaras descascaradas que uno en esta fiesta que se llama vida de repente porta. Aguilar se comporta, les da importancia, perfila la orilla de esos mundos y encuentra, porque sabe encontrar lo que a veces se oculta más adentro de los ojos.
En algún lugar impreciso de la sangre
Supe luego de golpe (leyendo) que el autor posee el legítimo brillo de la poesía. Luis proyecta sus encarnaciones con tal energía, con la estridencia que algunos ven en la luz, esa luz que será usada como escondite en el sentido más romántico pero también en el más desgarrador y contrario a eso Aguilar no se tensa, enuncia y al mismo tiempo escucha el momento vital: Nace, parece que desciende (o que se eleva), contiene o provoca un terremoto, grazna, se desborda, elije, enmudece sabiamente, canta, muerde.
Decorador de interiores
Leer los poemas de Luis Aguilar, releerlos (en este caso) en Vidrio Molido, nos enfrenta a nosotros mismos. Digo esto porque siempre he admirado la facilidad de Luis de hacer visibles las interioridades y, por supuesto, su habilidad para decorarlas. Para decirlo más claro, Aguilar con maestría relaciona con el mundo exterior sus interioridades, no sé si él tenga la intención de arrinconar al lector y hacer que piense e imagine diferente, pero estos textos, ordenados azarosamente, trazan un camino que nos conduce, que nos guía por salvajes corrientes, pero que también nos hace aterrizar en los límites, universos y atrevimientos del deseo, del deseante y del deseado.
Ahora caigo, recuerdo una selección que Aguilar ha hecho de otro poeta para una antología usando ese mismo método. Y si estamos en el entendido de que el azar es una herramienta que rompe nuestras asociaciones habituales, y que a partir de ahí nos lanzamos a lo desconocido -ese lugar donde indudablemente encontraremos parentescos y afinidades-, y claro, sin la menor duda de la temeridad del autor, que inicia nada más y nada menos que con su acta de defunción… entonces y solo entonces confeccionaremos el arribo de la dicha antes imperceptible. Después de todo, ¿para qué sirve la poesía si no es para encontrarnos?.