“¿Qué chingados somos? ¿Somos punks? No. Porque no tenemos alfileres en la ropa, pero sí hambre de hacer ruidero y ganas de tocar rápido, siempre más rápido”. Ahí las disertaciones que sostenían Nacho Desorden, Brisa Vázquez, Alex Garrido y Uili Damage, según cuenta el último, en sus primeros ensayos, encerrados en una casona del Pedregal, escupiendo feedback a través de sus amplificadores para alcanzar grados de reverberación insanos gracias a la alberca -más seca que el cuero de Alex Lora- que a unos pasos del combo se encontraba. Mulos con sus instrumentos, toscos en su trato, aquellos cuatro llegaron a una conclusión: “surf o tronar; lo que somos es una banda de surf garage cavernícola”. Una vez establecido aquello, fue Uili quien bautizó la tatema del cuarteto: el grupo se llamaría Los Esquizitos; “no por sabrosos, sino por esquizofrénicos chiquitos”.
Lo escrito sucedió hace precisamente 25 años. Es por eso que el combo anda hoy día de farra, celebrando un cuarto de siglo de vida con la re edición en vinil de su álbum debut, ese plato cuya portada ostenta a un luchador cargando una motosierra. Puesta a la venta hace 21 años, dicha obra al paso del tiempo operaría como manual de uso para las decenas de músicos que formarían un tsunami llamado surf-mex, una escena que transformó al Multiforo Alicia en el balneario más estrafalario de la capital. Movida de la cual Damage, importa aseverar, no se siente orgulloso, mucho menos responsable: “no nos arrepentimos de las rolas que hicimos, pero a mí esa euforia por el surf me da hueva. No ando con camisas floreadas y hace siglos que no me pongo una máscara de luchador. Aunque, bueno, si nos cagamos hoy en el surf, los surferos no tienen por qué tomarnos en cuenta, fue circunstancial que en su momento hiciéramos surf. No le debemos nada a nadie”.
En realidad, el primer disparo de Los Esquizitos, ese escopetazo al aire cargado con esquirlas del forje de “El planeta sexual”, “Santo y lunave” o “¡Pum-pum!, ¡bang-bang!”, va más allá de los mandamientos escritos en tablas de surf por The Ventures; el disco debut de los esquizos es una lectura de los modales que hicieron que Frank Zappa, The Dead Milkmen, Ween y Los Sicóticos fueran expulsados de la Escuela del Rock en donde pasan lista los más ñoños del barrio. Porque, ¿qué otra cosa podían hacer la corista de Paulina Rubio, dos psicólogos de raigambre psicotrópica y un vendedor de discos amante de la cultura pop que se la vivían escuchando a los Cramps? “Es que éramos burros, pero mañosos”, acepta Uili, de ahí que el grupo que a la fecha sigue liderando se haya hecho de un lugar en la historia del rock mexicano hace más de dos décadas, en una era donde comportarse combativo parecía obligatorio y recurrir a la cábula significaba una ofensa a nuestra endeble identidad nacionalista.
Es fácil tocar de a dedito
“Yo entré a trabajar a la tienda de discos Super Sound gracias al profesor Nacho Desorden, él fue quien me reclutó”, recuerda Damage; “al tronar ese negocio nos mudamos a otro, Music Hall, adonde un día llegó el disco Pure waba, de Ween, y cuando escuché “Push th´little daisies” le dije a Nacho: esta música nomás la hacen dos weyes, tenemos que armar una banda”. Para entonces, Uili había formado parte de los grupos Frases Muertas (donde tocaba covers de The Cure y Caifanes) y La Roncha (infectado por la roña de Jane’s Addiction y Primus), mientras Desorden había hecho lo propio con El Choque y Los Lesionados, donde llegó a militar, además de Danny Yerna, Brisa Vázquez, nada menos que la despachadora de tragos y varo en el Tutti Frutti. Fue en una fiesta que Damage y Desorden se encontraron con Brisa para contarle el plan de hacer un grupo. Medio incrédula, la chica aceptó entrarle con la condición de que Nacho tocara el saxofón (aunque luego de checar precios éste se decidió por el bajo impulsado por el argumento de Uili: “es fácil tocarlo, es de a dedito”).
Hija de la célebre pareja Carmela y Rafael, Brisa puso el lugar de ensayo, precisamente la casa de sus padres. “Vivían en el Pedregal y nos dejaron usar un sótano. Estaba súper fancy ensayar en una mansión chingona, con alberca, seca, pero con alberca”, recuerda Uili, quien tenía “la ilusión de hacer una banda tipo Ministry, con siete guitarristas al frente creando un muro de sonido”; desconocía que el puesto en las seis cuerdas lo llenaría Alex Garrido, quien “llevaba a vender su fanzine a Super Sound. Hemorroides, se llamaba, una publicación de historias enloquecidas, divertidas y cabronas”. Garrido tenía una banda de hardcore, GPK (Garbage Pail Kids), así que estaba versado en el tema del ruido, solamente restaba luchar contra su locura funcional (“está medio looney tunes”, acepta Uili) y dedicarse a hacer canciones. Aunque había una duda cósmica rondando las cabezas de esos cuatro: ¿qué tipo de música vamos a hacer?
“Pues la que nos gusta”, contestaba Damage, bien seguro de sí mismo, al tanto de que había un grupo en especial que a todos los ponía en órbita: The Cramps. “La primera rola que tocamos fue un cover de “Human fly”. Nada más que yo le puse letra en español porque no entendía nada de lo que cantaba Lux Interior, estaba yo bien topo”, advierte Uili, no sin recalcar que guardaba reservas respecto a la idea: “yo pensaba que era medio naco hacer eso, pero Brisa me decía que no, que estaba chingón. Nacho sugirió titularla “El moscardón” y así nos arrancamos. Hubo magia desde el comienzo, magia muy cabrona”. Fue Damage quien sugirió el nombre de Los Esquizitos tras enterarse de que en las grandes ciudades todos cuentan con algún grado de esquizofrenia; los demás le siguieron el juego y así, calientitos y bien fritos, se dedicaron a rascarles las pulgas a las guitarras durante seis meses, hasta que debutaron en directo.
Entonces todo era atropellado, las tocadas eran así
“Nuestro primer show agendado fue abriéndole a The Sweet Leaf”, suelta Damage; “la tocada fue en El Ágora. Sacamos seis rolas para ese día, nos pusimos la pila. Seguro tocamos “El moscardón”, “Santo y lunave”, “Lancha con fondo de cristal” y algo parecido a “El planeta sexual”. Aquel toquín lo disfruté enormemente; los demás no. No veía a la gente y por eso no me dieron nervios, me dediqué a hacer mi faramalla, sin cohibirme. Era mi momento. La siguiente tocada fue en un concurso de bandas de la UNAM, en un foro completamente iluminado, con todos viéndome la cara. Ahí sí me dio la chorrera, tartamudeé y los dedos se me hicieron de hule”. Para entonces las cabras ya se habían ido a pastar al monte, no había forma de detenerlas. La banda comenzó a darle donde se pudiera, La Iguana Azul, El Antro y, cuando les daban chance, en Rockotitlán. Uili recuerda especialmente lo que pasaba entonces en un “taller de soldadura por la Viga donde había un escenario para hacer tocadas. Íbamos nosotros, los de 34 D, Pecatrixies y The Sweet Leaf. Comprábamos tragos en la tiendita y cámara, armábamos las fiestas”.
«No tocábamos muy seguido que digamos. En primera porque no teníamos mucha confianza en nosotros mismos, pero también debido a que no nos gustaba ese sistema de operación de la mayoría de los antros donde te ponían a vender boletos. O sea, les llenabas el antro y te daban propina de valet parking«.
En aquellos días las cosas no eran tan diferentes a como lucen hoy día. Para presentarse en algún lugar –incluido el renombrado Rockotitlán- era necesario vender boletos. Es decir, se pagaba con tal de subirse a un escenario. Los Esquizitos no fueron la excepción y cayeron en esa trampa construida por caimanes de colmillo retorcido. “No tocábamos muy seguido que digamos. En primera porque no teníamos mucha confianza en nosotros mismos, pero también debido a que no nos gustaba ese sistema de operación de la mayoría de los antros donde te ponían a vender boletos. O sea, les llenabas el antro y te daban propina de valet parking”. El cuarteto mordió el anzuelo algunas veces hasta que un día “acabamos de tocar en El Antro. Yo traía el varo de los boletos y vi que no entró tanta gente al lugar, así que me dije, que chingados le voy a dar este dinero al del foro cuando ya nos partimos la madre trayendo banda. Y ai´voy pa´fuera. Y que me agarra uno de los del sitio. Qué onda con el dinero. Ah, lo trae nuestro manager. Y vámonos. Lejos. A los tacos, tampoco nos hicimos millonarios”. No siempre salieron limpios, vale detallar. Damage recuerda una tocada en especial con final triste, en el Multiforo Alicia:
“Entonces todo era atropellado, las tocadas eran así. Esa vez había un punk en la puerta, un punk bravucón en medio de una revuelta, porque la gente quería dar portazo. Cerraron la puerta del lugar para que nadie pasara y entre esa gente estaba un amigo nuestro que tocaba con Los Imposibles. El punk se puso al tiro y que saca a nuestro cuate del Alicia, la onda es que no sabía que nuestro amigo era cinta negra y le tiró dos que tres chingadazos. En una de esas, el punk se levantó del suelo tras un golpe y que rompe una caguama, y que con ella le abre el cuello a nuestro cuate, se lo navajeó. Y ahí está el wey, escurriendo chorros de sangre, agarrándose el cuello para no vaciarse. Y mientras, nosotros tocando dentro, a toda caña”.
Nos burlábamos de todo lo que se nos cruzara
En realidad, el grupo se asomaba como un espécimen raro en las praderas del rock local. Para el grueso del público, acostumbrado a prestarle atención a lo que la radio y el televisor mostraban, resultaba complicado ubicar lo propuesto por esos cuatro. “Es que nos burlábamos de todo lo que se nos cruzara. A diferencia de la mayoría de los integrantes de nuestra generación, solemne y contestataria, no nos la tomábamos en serio”. Uili explica que “todos los grupos se querían quejar, en alguna medida porque estaba el EZLN con todo. Desde nuestra perspectiva, ya había suficientes grupos combativos (Mano Negra, Tijuana No, los Cadillacs, Maldita Vecindad, Santa Sabina), por eso nosotros decíamos: sí, te apoyo en la causa, pero no quiero ir a tu marcha porque de entrada ni hice el servicio militar, no te sirvo a la hora de aventar piedras”. Ante tal situación, el combo decidió “participar con nuestra generación, de algún modo hacer crítica, pero a nuestra manera. Y en ese sentido, para nosotros era más retador hacer una canción como “Santo y lunave” que escribir una oda al Sub Comandante Marcos”.
Para entonces la banda ya rolaba un caset que grabó en el ensayo. Llegó la hora, se titulaba esa suerte de demo. Lo copiaban y lo vendían en el tianguis del Chopo. Esa cinta alojaba seis canciones; conforme nacieron cinco más, Brisa comenzó a insistir con la idea de meterse a un estudio a grabar un disco formalmente, “pero, ¿cuál disquera nos podía hacer caso, por muy culebra que estuviera? El panorama estaba inaccesible”. Con el horizonte negro, Nacho y Damage recordaron su época como vendedores de discos, cuando le compraban material a la distribuidora Opción Sónica, la cual también operaba como sello discográfico. Así llamaron al jefazo del sello, Edmundo Navas, quien acudió al ensayo a escuchar aquel degenere sonoro para salir encantado con la idea de hacerles un disco. “Nos dijo: saben qué, sí me gusta su pedo, les voy a traer un productor”, rememora Uili; “y nos trajo a Ricardo Ochoa. La cosa es que Ochoa llegó y nos dijo, no me llamen, yo les llamo, y ya nunca volvió. Nos quedamos de, chale, ¿pues qué esperaba? Siguiente paso: Rogelio Gómez nos oye y se avienta el tiro. Tenía un estudio en su casa, frente a Reino Aventura”.
Una bomba de tiempo en la barriga
Rumbo al viejo parque de diversiones anduvo el grupo, para encerrarse tres o cuatro días en el estudio casero de Rogelio y darle trece trancazos a las paredes. Trece composiciones que poco tenían que ver con lo que estaba sucediendo en el rock nacional en ese entonces. Uili recuerda que por esos días lo máximo era ser de Satélite y colgarse una guitarra, “había una ebullición de bandas que lo más lejos que habían llegado era a Rockotitlán, como La Concepción de la Luna, El Clan, Güeros de Rancho, Aceite o Campo Santo. Grupos que ya no respondían al mandato del metal sateluco ni a las reglas del pop en tu idioma, que ya no buscaban los escenarios de antes ni seguían las viejas normas”. Sin embargo, ninguna de esas bandas representó alguna influencia para los esquizoides que a las faldas del Ajusco fraguaban su plato debut; para ellos, nadie jugaba en la división de Los Sicóticos. Damage desarrolla el tema: “ese trío llegó a hacer un sonido que muchos conocíamos pero que en México nadie hacía. Llegaron a hacer rock garage con mayúsculas antes que nadie en esa generación. Cuando los vi tocar por vez primera me sentí esperanzado respecto a mi ineptitud como músico; no mames, ellos respaldaron mi idea: se podía tocar sin saber tocar. Personalmente, Los Sicóticos fueron fundamentales en la creación de Los Esquizitos”.
«Para nosotros era más retador hacer una canción como ‘Santo y lunave’ que escribir una oda al Sub Comandante Marcos»
“Teníamos una bomba de tiempo en la barriga, a punto de explotar”, cuenta Uili respecto a lo conseguido en su primer disco. Un reventón de vísceras, ciertamente. Un big bang de jugo gástrico con la portada de un luchador emulando al Enmascarado de Plata acompañado de una motosierra. “Estaba de moda meterle mexicanismos a todo lo que se pudiera, desde Tin Tan y Dolores del Río hasta Mauricio Garcés y Frida Kahlo. Estaba de moda el México viejo, añorado, y a nosotros nos gustaba esa onda, pero más piñatona, sin solemnidades: el Acapulco de antaño, la Arena México, El viaje a la luna de Clavillazo. Muy al vapor reunimos lo que nos gustaba de México y lo plasmamos en ese primer disco”. Un trabajo que, pese a contener “sonidos burros”, “ha trascendido el tiempo”, lo suficiente como para ser re editado en vinil; “cuando lo escuchamos en el tocadiscos hace poco, dijimos, no mames, esta puta grabación fue hecha para escucharse así. Se oye perfecto, se oye como debe de sonar, brutal, mucho mejor que el CD”.
“Sí, hicimos escuela, a pesar de que en realidad éramos más discurso que otra cosa; finalmente, era así como justificábamos nuestra torpe estética. A la fecha llevamos 25 años haciendo música (con nuestros respectivos descansos y cambios de alineaciones) porque eso es lo que nos gusta hacer, tocar lo que nos late y mezclarlo con nuestra cábula”. La cábula, la guasa, el desmadre. Elementos clave para comprender por qué “en ningún momento decidimos votar todo a la chingada para dedicarles nuestras vidas a las guitarras”, como el propio Uili Damage remata, considerando que “siempre nos faltó avaricia, y eso nos impidió dar pasos que otros grupos concretan sacrificando música, amistad y el montón de cosas importantes de las que están hechas las bandas”. De manera que, por fortuna, todavía puede uno encontrarse a esos cuatro, ya no abordo del taxi de Alex que solían usar para hacer fletes de antro entre antro mientras rolaban el chupe y oían a los Cramps; pero sí listos para repetir el acto que más les moja la entrepierna: “mover los dedos en las guitarras para que la gente se tape los oídos. Pinche regalo de la electricidad tan increíble”.
Resultados de la necropsia aplicada al primer álbum de Los Esquizitos
POR: UILI DAMAGE
“Lancha con fondo de cristal”
Pocas veces he podido hablar de las letras de Los Esquizitos. No sé si son muy claras o más bien intrascendentes. Me parece que nuestro primer disco está lleno de temas muy divertidos que nunca se han discutido y eso me intriga. El primer track del disco es instrumental, una oda a ese Acapulco de antaño, de la época de Mauricio Garcés.
“Santo y lunave”
Es una canción emblemática del álbum. Desde la portada puede notarse. Compramos una máscara de las que venden afuera de la Arena México y Alex se la puso para así tomar esa foto que usamos de portada. En la lucha libre encontramos el sabor a México que necesitábamos. ¿Qué tiene la cultura popular mexicana que pueda integrarse al universo de los Cramps? Pues los monstruos que peleaban contra Santo, las cabareteras sabrosas que nada tienen qué ver con María Félix.
“El moscardón”
En nuestro primer ensayo, Brisa, Nacho y yo llegamos con un caset donde grabamos las canciones que más nos gustaban, y todos coincidimos con “The human fly”, de los Cramps, por eso hicimos nuestra versión. Frecuentemente la poníamos cuando andábamos en coche, antes o después de la fiesta.
“Buenos modales”
Trata de Alex en una fonda, leyendo a Bukowski, hablando de podredumbre, de cochinada, de la portada del Alarma! Del tono puerco y vulgar nacen estos buenos modales para comensales. El tono de guasa cotidiano llevado a la mesa.
“Juan Mota”
Juan era un conserje que vivía en Madrid. Tuve la oportunidad de viajar allá y llegué al edificio donde trabajaba, unos departamentos en renta donde me quedé de a gorrión porque estaban desocupados. Juan tenía un plantío de mota en la azotea, en su lugar de trabajo, a escondidas de los dueños, claro. Y su frase era esa: donde va Juan se fuma, si no se fuma Juan se va.
“I walked with a zombie”
Como ya conté, nos trepábamos a un carro los cuatro y oíamos música a todo volumen en el trayecto de ida y vuelta de la peda. Era nuestro momento de hermandad, y circulábamos con nuestros himnos a toda caña. Uno de ellos era “I walked with a zombie”. En las fiestas, cuando descuidaban el aparato de sonido, nos las arreglábamos para ponerla.
“Espérate cariño”
Es la historia de un amigo que andaba de gran desmadre con unos compas y levantó a unos travestis. La cosa es que se le apagó el carro y los travestis acabaron empujándolo mientras, a su vez, los borrachines empujaban a los de los vestidos de las nalgas. Y justo eso gritaba uno de los travestis cuando lo empujaban: ¡espérate cariño! Es una escena muy cagada, muy mexicana.
“¡Pum-pum!, ¡bang-bang!”
Juan López Moctezuma hacía un espectáculo llamado Jazz vampiro en El Hijo del Cuervo: narraciones tenebrosas con un grupo de jazz de fondo. A raíz de eso empezamos a hacer experimentos en el ensayo, a ver si nos salía tocar jazz, como un homenaje a Juan. Según ya habíamos terminado el disco, pero éste no alcanzaba ni 25 minutos de duración, necesitábamos al menos un par de rolas más. Recurrimos a “La polka de Brian”, una rola que nos echábamos, según Nacho, para que ya nadie nos pidiera otra más al terminar las tocadas, porque duraba de diez a veinte minutos. Pero todavía había que hacer una más. Nos acordamos del jam jazzero a la López Moctezuma y lo grabamos así, sin letra, hasta que nos fuimos a casa de Nacho a comer. Órale cabrones, pónganse a hacer letra de esa rola que no se puede ir así, no sean huevones; nos dijo Nacho cuando se iba a meter a bañar, y que se regresa para rematar: nada más no le pongan esas chingaderas de la noche era nocturna y todas esas madres que escribes, pinche Alex. Uy, con eso arrancamos. Entre Brisa, Alex y yo amarramos la letra.
“El planeta sexual”
El riff de “Peter Gunn”, de Mancini, es el germen, pero mezclado con el espíritu cósmico de los B 52´s. Habla de un planeta sexual habitado por cabareteras mamasotas de pieles azules y verdes que invaden la tierra, atacando a la raza masculina; pero a las mujeres también les toca su dotación: los erecto-miembros de Saturno. Es una orgía cósmica, políticamente incorrectísima para los tiempos que vivimos.
“La Motosierra de Henry”
Nos fascina The Texas Chainsaw Massacre y es justo eso, Leatherface revelándole su amor a su instrumento de muerte, la motosierra. Describe de tierno modo su tanque de cinco litros y sus 120 cuchillas.
“La punk”.
Tiene los mismos acordes que “With or Without You», de U2, y la letra es puro mascullar mamón, una burla a las bandas de punk que se enojan de todo; a las que les dices: wey, haz algo alegre en tu vida.
“Statica pipols”.
En la calle de Monterrey, a un lado del Under, había una peluquería que se llamaba Estética Pipols. Nos meábamos de risa de que estuviera así el anuncio del negocio, mal escrito. Una aberración, incluida una apóstrofe por ahí perdida. Era una pendejada, pero nos hacía mucha gracia. La cambiamos la palabra estética por statica para cuadrarla con el ruidero, con el feedback. Te digo, éramos burros, pero mañosos.