En 1968 el crítico musical Lester Bangs pasaba por un período oscuro en su vida; estaba hecho un desastre física y mentalmente, tenía los nervios destrozados y la mente llena de fantasmas y demonios propios. Poco a poco se iba quedando sin amigos y pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en su habitación, acostado en un sillón leyendo revistas, viendo televisión y, un factor importante: escuchando discos. En una situación como esa no se tiene idea sobre cómo salir del pozo en que se encuentra.
Yo acabo de atravesar por un remolino emocional que me tomó desprevenido. No lo vi llegar, ni siquiera alcancé a divisar las señales para cuando ya había sido atrapado por él. Me sacudió fuerte y, entre tanta sacudida, es normal perder el norte y la ubicación. En una situación como esta la mente y el cuerpo buscan desaforados algo a que aferrarse, algo que les impida hundirse aún más. Es ahí cuando aparecen los discos y las canciones.
En esa época apareció el disco Astral Weeks del irlandés Van Morrison, y se convirtió en el disco de rock más significativo en la vida de Lester porque, dado el estado anímico y emocional en el que se encontraba, adquirió “la cualidad de un faro, una luz en las remotas orillas de las tinieblas”. Decía que en la oscuridad de ese disco había un elemento de redención, de compasión definitiva por el sufrimiento ajeno.
En mi caso fue el disco Fitografía, del español Fito Cabrales, mejor conocido como Fito Y Fitipaldis. En uno de los días más pesados, abrí YouTube porque no se me ocurría qué más hacer. Mi casa me jalaba hacia abajo, pero salir a la calle era peor, sentía que iba directo por un tobogán hacia abajo. Mi recamara resultaba apenas un lugar menos expuesto, una forma de trinchera en la que ese día dejé correr algún video a ver qué suerte me deparaba. Entonces apareció Fito con su guitarra Fender, haciendo una introducción a lo Pink Floyd en un concierto que ofreció en el pasado en España. Comienza la canción y rápido la letra me atrapó en su primera línea: “Se torció el camino, tú ya sabes que no puedo volver, son cosas del destino, siempre me quiere morder”. La conexión fue sencilla porque justo así me sentía, que el destino me quería morder.
No hay ningún hilo negro en la canción, ese sonido Dire Straits se reconoce fácilmente, pero lo que ahí había era alma. Entonces llegó a la sentencia más directa: “Me equivocaría otra vez”. Esa frase me abrazó justo cuando las fuerzas flaqueaban y estaba a punto de soltarme. Busqué la canción y me encontré con este disco que cubre parte del cancionero de Cabrales, con piezas de distintas épocas. Conforme lo escuchaba me iba abrazando más a él. Encontré joyas de canciones como esa que dice “Para encontrarme búscame en algún sitio entre la espada y la pared” y sentía que las canciones me hablaban.
Dice mi psicoanalista que los clichés son necesarios y por algo existen, así que sí, esas canciones no solo me estaban diciendo algo sino que, como decía Bangs del disco de Van Morrison, en ellas encontraba un elemento de compasión por el sufrimiento ajeno. Es decir, me estaba reflejando en la redención de Fito Cabrales aceptando que “en este mar cada vez hay más barcos hundidos”. Porque, a ver, en el aceptar el sufrimiento hay implícita una decisión de avanzar, de no quedarse ahí o evadir la realidad emocional por la que se está atravesando. No es que se tratara de discos positivos que te digan que todo está bien, sino de aquellos que te dicen: “Yo también pasé por ahí, y sí, duele y será difícil sobrellevarlo, pero no eres el único y pasará, saldrás raspado y con heridas, pero saldrás”.
Esos son los discos salvavidas, los que, aunque sigas dentro del agua, te permiten flotar para tomar fuerzas y nadar hasta la orilla para pisar tierra firme.
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