Lilián López Camberos (CDMX, 1986) es escritora y periodista. Colaboradora de La Zona Sucia, en esta web ha escrito sobre bandas como Tristan Tricks y Los Walters, pero también sobre el fenómeno k-pop y su agrupación más global: BTS.
En 2020 publicó su primer libro de cuentos, Quisiera quedarme quieta (Dharma Books) que fue recibido con entusiasmo por la crítica, y apareció seleccionado entre lo mejor del año por revistas como Time Out México y Gatopardo.
En entrevista, Lilián desentraña algunos tópicos que rodean esta colección de seis historias donde el viaje, la soledad y la inquietud rondan a sus mujeres protagonistas.
En una reseña de tu libro se decía que estos cuentos son una exploración de la quietud. Pero a mí me parecieron todo menos quietud. Y el que pudiera parecer más quieto, el de “El lado del mal”, igual tiene esta constante del dolor físico que siente la protagonista, que no me da la sensación de quietud, porque es como que dentro de ella es un remolino de sensaciones y malestares. Incluso la introspección que hay en todos los cuentos me parece lejos de la quietud, para mí la introspección habla de movimiento interno también. De hecho, justo me gusta que en todos los cuentos la constante es el viaje-movimiento, porque siento que como mujeres esta cosa de viajar o viajar solas (aunque estés acompañada de otras mujeres) sigue siendo un tema, de tener que cuidarse porque eres mujer y de pronto hay que plantarse en las decisiones que una toma… ¿Quisiste retratar ese movimiento en relación a la decisión de vivir como queramos nuestras vidas?
¡Completamente! Creo que el deseo y el anhelo por la quietud es una clara oposición a un exceso de movimiento que deja pocos residuos, o residuos que no se pueden juntar y elaborar, y por eso el remolino de sensaciones y malestares que mencionas. Como una ola que te revuelca y te deja poco espacio para pensar, para entender la experiencia. Precisamente los momentos de quietud surgen en el inevitable momento de la reflexión, de “sopesar los hechos”, lo que incluye el tránsito. Y lo otro, sobre cuidarse, caminar y viajar sola, creo que ese apellido, esa prótesis, ya dice mucho: no viajamos a secas, sino que forzosamente viajamos solas (la manera “incorrecta” y peligrosa) o acompañadas, ya sea de otras mujeres (y es casi un oxímoron: solas aunque estén acompañadas las unas de las otras) o de chaperones autorizados. A los grandes viajeros de las muchas tradiciones literarias, históricas, culturales no se les adosa la etiqueta de la soledad escogida, se da por sentado que el viaje es una odisea que el individuo siempre, aunque lo rodeen otras personas, emprende a solas. Pero eso tiene que ver con otra cosa. Me parece que todas las mujeres llegamos a ese momento de pérdida de inocencia en el que descubrimos que corremos peligro incluso en nuestra propia casa, que el feminicidio y la desaparición forman parte de nuestra canasta de opciones por el solo hecho de existir. Esto, que en la quietud de la casa es una realidad, en el viaje se exacerba: si una mujer decide viajar sola siempre hay una especie de reproche, de parte de propios y extraños, hacia su decisión que es como una invitación a la agresión, una vulnerabilidad elegida.
En los cuentos siempre quise mantener abierta esa amenaza que puede gradarse desde las interacciones anodinas con un extraño o un conocido hasta el peligro verdadero de ser usada o aniquilada por manos ajenas.
Escuché en alguna entrevista que te hicieron que decidías hablar de la violencia del narcotráfico de una manera más sutil, lo cual se ve retratado en “Acapulco” y en “Sexo en la playa” (y tengo que confesar que no entendí de qué hablaba este último sino hasta el final; todo el tiempo tuve una sensación de incomodidad que no lograba entender a qué se debía y al llegar al final todo cuadró y entendí qué era lo que me molestaba). Pero de igual modo, me parece que en la mayoría de los cuentos hay situaciones de violencia cotidiana que igual se relatan de manera muy sutil, como en «Diario de Ámsterdam» o “El lado del mal”, que me recuerda también a la violencia que solemos vivir a diario como mujeres. ¿Cómo logras esa sutileza? ¿Fue tu intención retratarla así en todos los cuentos?
Sí, es un tema que reflexioné mucho, que traté de trabajar con el mayor cuidado, no solo examinando el texto sino compartiéndolo con otras personas y escuchando sus diferentes lecturas e interpretaciones. A veces la intención no cuadra con el resultado, y por eso de algunas obras decimos que tenían muchas ambiciones y fallaron en la ejecución: las fallas pudieron estar en el modo de trabajo, en cómo la autora se sentía en relación con el material, pero también en una falta de reflexión sobre los temas que se esbozan en el texto, que no basta justamente con eso, con esbozarlos y enunciarlos, sino con darles un tratamiento. La escritura es pensamiento y eso no es algo que se note sino que el texto es o tiene o de lo cual carece. No me gustan los textos efectistas ni los que se esfuerzan en alimentar imaginaciones morbosas, estetizan la violencia y de por sí ya vivimos en una realidad de mucha violencia. Para qué imaginar y recrear lo que se supone impensable si ya está la prensa reportando y partiéndose la madre para informar y denunciar la violencia sistémica en la que vivimos. Prefiero insistir en discursos que me seducen más por su nivel de dificultad: provocar asco y horror me parece en última instancia más fácil, y menos valioso, que poner en palabras algo que no es común a todas las personas que soñamos, por ejemplo, como cuando contamos lo que soñamos e intentamos convertir en secuencias de acciones las sensaciones extrañas de un sueño, donde también la violencia cobra forma.
Últimamente pienso mucho en la relación que tengo con mis ancestras, con mis abuelas y con mi propia madre, en las similitudes y las diferencias que tenemos. Y al leer “La planta” me recordó mucho a esas tensiones, aparte que me gustó mucho también cómo describes la casa donde vivía la protagonista y todo este ambiente fantasmagórico, pues me recuerda mucho a la casa de mi abuela materna. Y la presencia de la planta con esa carga tan fuerte que recuerda a la madre y a un ente extraño a la vez, en medio del sopor de la relación de pareja estancada de la protagonista, pero capaz estoy debrayando demasiado. ¿Cuál fue tu intención con este cuento?
¡Justo eso! La relación con las mujeres que nos cuidan (casi siempre son mujeres), cómo las juzgamos o por qué en determinados momentos de nuestras vidas no podemos entenderlas, cómo se equivocan y también suelen irse, que morirse es un poco tirar la toalla e irse (según la protagonista de ese cuento en algún nivel). Me gusta lo que dices sobre la casa fantasmagórica, que es un tipo de casa muy presente en las partes viejas de México, con grandes corredores y un jardín o patrio central al que desembocan cuartos tipo isla. Y la isla es oto tema para mí. Conjurar dos de esos aspectos era algo que me interesaba: las plantas y el tema tan central del cuidado de las madres y madres adoptivas. Si hay un verdadero fantasma en ese cuento es el padre, que ni se menciona, no existe, no tiene ni siquiera justificación por ausencia. Pero ya más en concreto, la intención inicial era generar inquietud. Quería escribir un cuento inquietante: que mientras lo leyeras, si alguien abre la puerta de repente saltes un poco. Era lo que iba calando cuando lo compartí en talleres. No es del todo el resultado final, pero sí la atmósfera general, de lo ominoso en lo cotidiano.
En el cuento “Diario de Ámsterdam” hay una frase que dice: “Salir al mundo, con amor o sin él. Escribir algo alguna vez”. Según me contaste por WhatsApp, estos cuentos tienen mucho de situaciones cotidianas que has vivido, de salir al mundo. ¿Cómo eliges qué es lo que vale la pena ser escrito?
Es una gran pregunta porque en ese mismo cuento se detalla ese afán de registrarlo todo, de guardarlo todo para sí o para un futuro donde el presente sea recuerdo. Toda escritura implica una selección y por lo tanto una borradura. Yo he intentado sin éxito escribir muchos cuentos con temas que todavía me interesan y que quiero seguir trabajando en algún momento, pero que no pude conjurar o por lo menos amarrar en un cuento que cumpla con lo que para mí debe cumplir un buen cuento. Muchas cosas valen la pena ser escritas y muchas otras tantas no, y a veces escribimos de las últimas porque es de lo único que pudimos. Escribir algo, cualquier cosa, es un deseo muy transparente y muy común, pero qué engloba este escribir -puede ser un diario, un blog, un libro- ya es otro tema. Para mí la dificultad radica en la escritura literaria. Las seis experiencias o ideas centrales que inspiraron cada cuento no son las más importantes o centrales de mi vida, pero son las que se dejaron escribir, las que pude aterrizar en la forma de cuento largo. Para todo lo demás está el blog, los artículos, los tuits, los apuntes y diarios, otras escrituras literarias, etcétera. Otros cuentos que intenté no tenían ese “valer la pena”, eran malos o no eran malos pero tampoco buenos, y para mí publicar meros ejercicios es pecado: podemos guardarlos y aprender de ellos, o encontrar la piedra preciosa y pulirla sin descanso. Igual creo que en algún momento los textos indicados adquieren cierta inercia y se echan a andar hasta alcanzar la cima final, que en sí ya es un proceso muy mágico.