Militar la desolación es cosa de valientes. Hay toda una cofradía de almas en pena con el cuchillo entre los dientes y una guitarra desvencijada en las manos, prestos a enfrentar la intemperie del amor no correspondido. Pero pocos con ese pulso para tocar las fibras correctas.
Lázaro Cristóbal Comala (Daniel Azdar en su pasaporte) es uno de esos desgraciados que transitan tiempos oscuros. Y desde su nombre artístico dispara referencias donde muerte y redención espiritual se mezclan por igual. Lázaro, el resucitado; Cristóbal, el que lleva a Cristo. (Inevitable el crucifijo en la pared que aparece en la portada) Y por apellido esa región de muertos donde todos son hijos de Pedro Páramo, y que bien podría ser su Durango natal, porque “la mano de Dios está lejos, mas no la de Dylan”.
¿Profeta o charlatán? Lázaro alza la voz en el panorama de los nuevos cantautores folk mexicanos. No tiene el rush anfetamínico de Juan Cirerol, ni la intelectualidad de Saúl Fimbres. De ambos mantiene las veladoras en el altar de Bob Dylan y Johnny Cash, pero su oscuridad raspa como canción cardenche, con polvo de desierto.
Lázaro lanzó hace un año Zaguán, donde ya mostraba todas su credenciales. Pero Canciones del ancla muestra mayor ambición. En tiempos donde el algoritmo de Spotify marca la agenda, Canciones… despacha ¡20 tracks! que ameritan una atención extrema. Y fiel a lección de sus maestros, Lázaro inventa su propio Newport 65 y goes electric and acoustic.
Canciones del ancla está dividido en dos partes. Los primeros 10 tracks muestran a un cantautor interesado en expandir las posibilidades sonoras de sus composiciones. Es la parte eléctrica y electrizante. Blues distorsionados con aire de rock duro (“Adiós, que abras más ventanas”, “Cuando te hagan mierda”), pianos que parecen ahogados en el fondo de una cantina polvosa con Blonde on Blonde de fondo (“La ironía de soltar para amarrar el corazón”), rock cincuentero de rocola (“Todas las aguas”, “Sur”) y autoflagelación inmisericorde: “Y yo no sé por dónde entraron todas las aguas / Por dónde el arte de sabotearme / Por dónde dejo de querer”.
Con 20 temas, uno está seguro que la galopada tendrá que bajar la velocidad, pero nada de eso. La parte acústica redobla la apuesta con algunos de los mejores temas. Hay un interés por abordar sus afectos geográficos y sus influencias. Así, aparece una doble oda a Johnny Cash, con un tema original que le rinde tributo y una poderosa versión en español de su clásico “A Boy Named Sue”. También hay una celebración de su tierra natal con dedicatoria incluida a Jaime López (“No es cierto que nadie va a Durango”), mientras que a sus coterráneos exiliados en Estados Unidos les dedica una canción cardenche (“Quisiera de un vuelo”). En esta parte del disco, con pocos más recursos que su guitarra o el piano, es posible apreciar mejor el pulso compositor de Lázaro.
Canciones del ancla destaca como uno de los mejores discos en México en lo que va de este año. Es la madurez de un cantautor en plenitud de facultades. Pero necesita sacudirse un poco más el polvo de sus influencias, así podríamos hablar de Lázaro Cristóbal Comala como lo más importante por venir en el folk mexicano.
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