La música ranchera está presente en la vida de todo mexicano, pero el interés por crear nuevo material en este género cada vez es menor, así como el número de sus exponentes.
Por: Antonio Ávila
Hay una vecina que tengo, que le encanta escuchar a Rocío Dúrcal. Desde que tengo uso de razón, recuerdo escucharla por las mañanas, cuando no asistía a clases, o cuando me quedaba en cama un domingo por la mañana. Y entonces comenzaba a escuchar: “No cabe duda que es verdad que la costumbre…”. Me la imaginaba trapeando la sala de su casa, o la cocina, con la mirada seria, tarareando nostalgia, recordando su viejo amor. Todavía me acuerdo cuando llegué por primera vez a mi casa, después de unos años de vivir fuera de la ciudad. Y lo primero que escuche al entrar a mi cuarto, en aquella mañana sola, mientras todos estaban trabajando, era la misma canción. Me acosté por completo a escucharla. Ya no significaba la señora dramática adicta a la limpieza y a Rocío. Ahora era un símbolo, una especie de hogar, una joyita nostálgica.
No es que sea metiche, pero hay que decir que la vecina se merece cantar sus canciones a todo pulmón. Un marido ausente, una actitud de espantapájaros y una soledad que se le nota hasta por los codos. Cuando falleció Juan Gabriel supe que algo iba a cambiar, y así fue. Ahora los domingos por la mañana la vecina comenzaba a todo volumen con la voz del divo de Juárez en su bocina; y lo que es peor, su hijo cantando por toda la casa. Y ahora que va para dos años de su muerte, debo decir que hay ciertos días en que sigue la costumbre. Juan Gabriel a todo lo que da. Al parecer les gustó la mezcla, y hay días (y más ahora con las series de Netflix) que hasta terminan con las más pegadoras de Luis Miguel. Debo reconocer que su hijo canta bien, de verdad lo hace. Pero nada se compara con las voces super icónicas que suenan por su casa.
Estar en mi cuarto un domingo por la mañana es todo un espectáculo. Es una cátedra de la música dramática mexicana. Uno puede llegar a poner especial atención a alguna de sus letras, o hasta preguntarse si en verdad la vida de Rocío o de Juanga, fue tan intensa como la cantan. Me hace recordar aquel ensayo de Octavio Paz, en que decía que el mexicano es un ser nostálgico por naturaleza. Tristes por aquellos días gloriosos que se fueron, por aquel marido ausente que se llevó la Conquista, y que no volvió jamás. Y que sufrimos su búsqueda hasta después de la Revolución. Tal vez en el fondo todos seamos como la vecina, y habría que preguntarnos si, tal como ella, las artes son las que nos ayudan a recuperar nuestra identidad. En este caso, hablando de la música ranchera, desde su comienzo ha sido representante involuntaria de nuestra cultura. Con letras cargadas de nostalgia, voces endurecidas por amargos sabores de boca, desamparados sin dios ni ley que dejó la Revolución. Pareciera que por medio de sus sonidos emocionales deja un llanto en millones de mexicanos, que necesitaba consumarse.
La música ranchera, en sus variados estilos, llegó para ser recibida con los brazos abiertos, y aunque sus canciones están presentes en la vida de todo mexicano, el interés por crear nuevo material en este género, cada vez es menor, así como el número de sus exponentes.
Además de los Fernández y los Aguilar, quienes últimamente también han incluido en sus canciones otros géneros como el pop, hay pocos nombres que se vienen a nuestra mente. La vecina, a quien considero una especie de fan de la música ranchera, ni siquiera los escucha. Entonces, cuando se vayan, ¿a quién vamos a escuchar en los palenques?
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