La adrenalina es uno de los ingredientes fundamentales de nuestra época. Poco a poco, las reglas, los formatos y las fórmulas del espectáculo se van apoderando de muchos de los espacios de nuestra vida.
Por: Gabriel Contreras
La adrenalina es uno de los ingredientes fundamentales de nuestra época. Poco a poco, las reglas, los formatos y las fórmulas del espectáculo se van apoderando de muchos de los espacios de nuestra vida.
Así, hoy no hay emoción sin gritería, no hay baile sin multitud, y no hay estrella sin reflectores, pantallas y fanpage. Todo pareciera haber sido absorbido por los modelos hollywoodenses, de tal manera que la medida de las cosas hoy está regida por los likes, los Oscars y los followers.
La candidez, la desinformación y la ingenuidad, otrora valores de la juventud, hoy han pasado a ser defectos, pretextos para el bullying, y garantías de exclusión.
La pregunta es ¿qué sigue? ¿La creación de espectáculos a medida, a transmitirse como hologramas? ¿La inmersión del espectador dentro del escenario virtual, en detrimento de la “realidad análoga” como simple estorbo o basura informativa?
El hecho es que no sabemos.
Y mientras tanto, los formatos y los esquemas tradicionales de la comunicación y el arte se siguen derrumbando, imponiendo al cine en línea por encima de la sala de cine, el exhibicionismo amateur por encima de la pornografía de paga, los personajes digitales por encima de los actores de carne y hueso, y la teleconsulta como posible sustituto de la tradicional auscultación.
Uno de los escasos factores que hoy se perfilan como dueños de cierto futuro en el campo de la comunicación es la velocidad como valor.
Hoy, la transmisión en vivo por teléfono celular podría vencer a los noticieros, y el simple usuario de la red amenaza ya al periodista.
¿Que sigue? No se. Bueno, nadie lo sabe.