La escena es improbable, pero me gusta imaginarla. En un bar de postín, tal vez enclavado al fondo de un hotel cualquiera, en una gran ciudad, los parroquianos aguardan a que el capitán les permita el ingreso. La banda residente del lugar, a pesar de estar enfundada en ajustados smokings, sobresalta por su apariencia: ninguno de ellos lleva el cabello bien recortado, hace días no se han rasurado y no se les ve cómodos bajo esa vestimenta.
No importa, ha tiempo que los administradores del lugar aprendieron a lidiar con estos cuatro que no sólo han roto con las normas de etiqueta; también su repertorio ha dejado de ser complaciente al hacer a un lado las canciones románticas, aunque lo que se escucha en este momento te contradice y se te estampa y restriega en la cara.
“Sortilegio” es un bolero de rompe y rasga en donde el cuarteto integrado por Arturo Muñoz Carcará (voz, guitarras); Gustavo y Gary Espíndola (guitarra y batería, respectivamente) y Erick Arellano (bajo), hizo a un lado su empuje acostumbrado para solazarse en la lentitud y entonar un tema en donde todo es dolor, pérdida, llaga abierta, una canción que parece negar las raíces roqueras de la banda, pero en cuya letra, aunque investida de tuxedo rentado, aflora la calle: “No sé con seguridad cuánto más pueda aguantar así sediento / Siendo otro platillo más, seco y frío que ya se sirvió hace tiempo / Que el ritmo de tu pasión otro más viene a calmar y estoy muriendo / Pero es así como nació, este amor es maldición y sortilegio”.
Inmortal y Mortal, el par de recientes producciones de La Trola, agrupación oriunda de Puebla, fueron paridas no sin contratiempos, en la mismas sesiones de grabación, pero son ying y yang. No necesariamente Mortal, segundo en aparecer, niega a su predecesor; simplemente la vida es así. Una cosa es el deseo y las ganas, otra la realidad. Y si algo gusta a La Trola, si hay un ámbito en el cual esta cuarteta de indomables se siente a gusto, es hablando de eso que pasa en las calles, en el día a día.
Hace siete años hicieron su debut con un álbum epónimo. Hoy se les escucha más asentados, que no necesariamente aseados. Su sonido es ríspido, con aristas, con grasa. Hay en él sangre, vísceras. Bajo ese velo de rock pop de algunas de sus composiciones se esconde la negritud del funk (“Inmortal”), pero también hay sonidos que guiñan el ojo al blues, al country, a la americana, un marco idóneo para las letras de Carcará en donde los que no tienen voz y pululan en las ciudades, tipos que no toman decisiones, a quienes les sobra el tiempo y se preguntan “dónde acabará esta vida tan normal” (“La tumba de los hombres ilustres”) o que en la vida siempre han sido burlados, “bailados” (“de mentirles en la jeta / Porque aunque diga la neta / Siempre termino bailando”) se ven retratados.
La Trola no es un grupo al cual le gusten los afeites, por el contrario, son muy directos, de hecho su temática bien los podría inscribir en la veta del rock urbano (“La rola fantasma” o “Qué será de él” en donde cantan: “Ya era demasiado malo a sus 14 años / Ya sabía como darle muerte a un pomo de licor / ¡Qué cabrón! / Pero tenía que crecer / después de mil anexos / Nadie lo fue a ver / ¿Qué será de él? ¿Qué será de él?”), pero a veces resultan “finos” para esa vertiente y demasiado rockeros para entrar en el rubro de los cantautores.
La voz de Carcará es muy amigable, al menos a quien esto escribe le provoca un sentimiento de una gran calidez, sin importar que el tema que ataca sea tan crudo como la inmigración o la historia de “El Tostón”, un ex reo que al salir de la cárcel busca y encuentra a su familia, cree que le empieza a ir bien aunque no hay trabajo. Finalmente regresa a delinquir y quien le para los tacos es su mujer (“que no es mujer de nadie”) y su hijo de una trompada (“ya ves, tienes mi sangre”, le dice un Tostón de cansada y etílica voz, personificado por León Chávez Texeiro).
En “Barajas” el cuarteto visita la inmigración, la discriminación que ésta conlleva y la visión desde el supuesto agresor (“para ti sólo soy, un indígena agresor, que vive obsesionado del rencor / para ti sólo soy, una latina seducción que viene, baila cumbia y reggaetón…”).
Mortal es musicalmente más rockero, hay algo de funk y de pop en él, pero en menores dosis. Aquí aflora más el blues (“La soledad”, “Niña blanca”) y la lírica se inclina más a retratar la sociedad y los confusos tiempos que se viven —previos al Covid-19—, de una realidad difícil de asir, de “empresarios de porquería que compran al gobierno las llaves de la ciudad” o de la nostalgia que produce la soledad (“saludos desde el Mictlán / pues te extraño y del futuro no me engaño / Pierdo fe y es difícil regresar”) y que transita por las vetas del country y hasta de un ligero rockabilly (“Billete de cien”) perlado con trompeta e incluso recurre al jazz en uno de sus pasajes (“Entre tanta mortalidad”).
Pensar a La Trola enfundados en smokings es un despropósito, un desvarío de mi mente febril. Son espontáneos, honestos, desconocen los barroquismos, se regodean en el lenguaje cotidiano, pero pensar que por ello sus canciones se dirigen a esa franja de público denominada “banda” es también erróneo. Estos cuatro son algo más que eso y es momento de comprobarlo.