Como les dije en la columna pasada, octubre es mi mes favorito sencillamente porque viene con el Halloween, la celebración de celebraciones, el día más hermoso y divertido para la infancia y por supuesto, mucho cine de terror. No quise comenzar con asesinatos en pueblos abandonados, motosierras y demás clichés (que me encantan) y quise traerles una alternativa si es que de repente se ponen inmamables como su servidor. Así que hoy les traigo un filme encantador y a la vez perturbador, uno de esos que sé bien no les gustará a todos y que probablemente sea tachada por algunos de pretenciosa o desagradable y provocativa: Valerie y su semana de maravillas (Valerie a týden divú, Jaromil Jireš, 1970).
Jaromil Jireš (1935-2001) es uno de los más importantes representantes de la Nueva Ola Checoslovaca, un movimiento de cineastas para los que el humor negro, el surrealismo, la crítica social, la resistencia política y la defensa de la libertad de expresión, fueron bandera. Este cine tuvo un gran auge en la década de los sesenta, y se desarrolló a caballo entre la represión comunista y los aires de libertad de la Primavera de Praga.
Este es un filme que en estos tiempos de corrección política ultra llorona ni siquiera podría tocar una sala de cine comercial. Su componente tabú, por así decirlo, es muy alto. Pero dudes, si de algo hay que hablar es que también es extremadamente alto su componente poético y transgresor del discurso narrativo. El montaje es puramente expresivo y atenta cada momento contra la compresión de una trama que se mueve entre el simbolismo y la asociación de imágenes pura.
Valerie y su semana de maravillas, sin ser una cinta de género, bien podría tratarse de una película de terror, de vampiros. Hay que aclarar que tampoco es un drama familiar digno de aquellos del cine de oro mexa. Las relaciones de parentesco de la protagonista con las personas que la rodean conforman la estructura psicológica del guión. Sin ser una película erótica, el componente sexual es desbordante en algunas escenas. Y bueno, sin provocar risa alguna o siquiera una sonrisa (neta si eso sucede vayan a terapia de inmediato) no renuncia a su carácter de comedia negra.
Valerie, de 13 años de edad, la edad real de la actriz Jaroslava Schallerová, se enfrenta a su paso a la pubertad: la sangre de la menstruación es un leitmotiv a lo largo de todo el filme, y por analogía podríamos entender la sed de sangre vampírica en busca de la eterna juventud. En cualquier caso, mis interpretaciones se basan en conjeturas y no pretenden ser una explicación más o menos coherente de la película. Es más, aún no me repongo del todo luego de verla así que no me hagan mucho caso, mejor véanla.
El director Jaromil Jireš detona la película con planos preciosistas, música constante y ominosa, tira chingadazos estéticos en cada corte de plano tratando de intoxicarnos con una belleza aparente, una película inmutable. Una fiesta de monstruos que dan la bienvenida a la más joven de su grupo y se sueña como en un ejercicio de hipnosis, un apostolado de la sexualidad vampírica, seductora e insaciable. Perturbadora.
En el horror medieval está presente una visión monstruosa del mundo, un estado de inactividad a la que Umberto Eco atribuía una categorización de cómo ha trascendido en nuestro imaginario. La historia de Valerie podría ser solo su primer periodo o su despertar sexual, pero esta película nos muestra un proceso de madurez que lleva a la verdadera revelación: las instituciones que nos rodean pierden autoridad e inocencia y se convierten en versiones corruptas. Si la van a ver espero que sea sobrios y que no pierdan detalle alguno. El tiempo que el filme invierte le genera al espectador un entorno de maldad, de verdad. Bienvenido sea octubre y sus demonios.
Best
La flor manchada de sangre, la habitación blanca, la comadreja, los aretes, los misioneros, los comediantes y el montón de elementos que se prestan a una explicación simbólica.