Hace poco tuve la oportunidad de participar en un concierto vía streaming y debo decir que es algo muy diferente a lo vivido anteriormente. Es extraño estar tocando ante una cámara y sin público porque al mismo tiempo te sientes desnudo, vulnerable y expuesto; sabes que puede haber una infinidad de personas del otro lado de la pantalla y eso te hace sentir observado al máximo nivel. Lo irónico del caso es que sabes que no tienes un público presencial, pero empiezas a darte cuenta de algo que antes no considerábamos: la existencia de un público virtual. Al menos en esta situación puedo decir que pesa más este segundo que el primero.
Hablando con otros músicos hemos coincidido en el nervio que se siente al iniciar un live por streaming, nervios que ya teníamos controlados en los escenarios tradicionales. Es increíble como nos puede poner más nerviosos darle play a la transmisión, que pararnos ante decenas de personas en vivo. Esto lo viví junto a mis compañeros: al acomodarnos en nuestros instrumentos todos estábamos experimentando unos nervios diferentes. De pronto no sabes bien qué decir o cómo actuar y pesa la nula presencia de público físico. Hay silencios incómodos, y resulta que, el que se genera entre canción y canción es uno de esos.
Con los nervios a tope durante los primeros minutos, fui preguntándome cuál era la característica que hiciera diferente un concierto en streaming. Es decir, qué es lo que puede obtener la gente que no consiga viendo algún video en YouTube o en algún DVD, por aquello de los nostálgicos. Después de varias canciones, y tranquilizándome a medias como para poder razonar mientras tocaba, entendí que la diferencia radica en la imperfección. Un concierto en streaming es como presenciar el concierto desde el escenario y ver todo lo que nunca notas: las miradas entre músicos, las notas equivocadas, las complicidades y hasta los errores de ejecución, entre muchas cosas más. Sería un error quitarle todo eso a esta nueva modalidad de conciertos porque ahí está la clave. La imperfección es una parte de los conciertos que siempre se trata de maquillar, y sin embargo, tendríamos que aceptar que también forma parte de un show en vivo.
Un concierto en streaming es como presenciar el concierto desde el escenario y ver todo lo que nunca notas: las miradas entre músicos, las notas equivocadas, las complicidades y hasta los errores de ejecución, entre muchas cosas más.
Hace días lo reafirmé mientras veía el concierto que realizó Jorge Drexler a través de YouTube y de sus cuentas personales. El uruguayo hizo un concierto que se caracterizó por la soltura con que lo llevó. De tanto en tanto se acercaba a unos monitores para leer lo su público virtual escribía. Tenía distintas perspectivas según la plataforma donde te conectaras. Por ejemplo, en Instagram había una mirada “tras bambalinas” con una cámara de celular que lo seguía mientras cantaba. Se puso a complacer a quienes le pedían canciones. Incluso, para mi el punto más álgido de mi teoría sobre la imperfección, fue que en un momento dejó de tocar una canción porque algo salió mal y la comenzó de nuevo sin mayor problema. En una ocasión más, se dio el tiempo de buscar los acordes de un tema que le pidieron y no recordaba bien. Así de fresco y relajado hizo un concierto imperfecto que se volvió tendencia en redes sociales.
Esta imperfección es una manera más humana de mostrar a los artistas; de darnos cuenta que también desafinan, que también se les olvidan las letras y los acordes. Que nos ponemos muy nerviosos y que, al final lo importante son las canciones. Todo esto se puede ver en un concierto vía streaming, si logramos entender lo que significa y no tratamos de ocultarlo. Definitivamente no es la solución a la industria del entretenimiento, pero cada vez se vuelve en un aliado.