Después de haber publicado La superficie más honda, un libro de cuentos, Emiliano Monge volvió a publicar una novela, No contar todo (Random House), que cuenta la historia de su abuelo, su padre y él mismo, adentrándose en una reflexión sobre la familia, las masculinidades rotas y parte de la historia del siglo XX en México.
¿Qué implicaciones tiene escribir una novela como No contar todo?
Es complicado, la verdad, tener claro las consecuencias que implica o las que vaya implicar con el tiempo. Es una novela que pensé durante muchos años y a la que le tuve miedo, de la que rehuí, y cuando por fin la pude escribir, cuando se volvió impostergable, me desconecté de la parte emocional, me desconecté de mí mismo para poder escribir. Es como si la hubiera escrito sin ser el personaje que hay en esa novela y sin ser el hijo y nieto de los otros personajes. El tiempo y la escritura fue como una especie de desconexión muy particular, y después, cuando fue publicada y empezó a tener contacto con los lectores, me reconecté con toda esa parte de las emociones y está siendo un proceso de difícil comprensión sobre la magnitud de lo que hice, la mera verdad.
¿Cómo fue el proceso de elaboración del estilo narrativo de los tres narradores?
Lo primero que tuve claro, cuando me puse a escribir, es que no quería que fuera autoficción, ni tampoco quería que fuera la típica historia en la que uno habla de los demás miembros de su familia y de sí mismo desde el Yo. Entonces, decidí que tenía que haber tres narradores, en primera persona, segunda persona, y en tercera persona, y que cada una de estas formas estuviera balanceando la cercanía emocional que tenían conmigo. El abuelo está en primera persona porque es el que estaba más lejos de mí en lo emocional y la primera persona es la que más se acerca al entorno, como la frontera entre la realidad y la escritura de la historia. El padre está en segunda persona porque es una instancia media literaria y una distancia emocional conmigo. La historia de Emiliano está contada en tercera persona porque yo necesitaba desmarcarme de mi propia historia, y lo hice a través de un narrador omnisciente que separa al Emiliano escritor del Emiliano personaje.
¿Cuál fue la voz que más te costó realizar?
Curiosamente, la más sencilla fue la voz del padre, salió casi desde que escribí la primera línea. Con la voz del abuelo me costó mucho trabajo encontrar el tono de los diarios, de la dimensión, de la longitud de cada una de las entradas. Y la que más trabajo me costó fue la tercera persona, el narrador que habla de mí.
Llama la atención la voz del padre, la intensidad de este diálogo en el que estás presente, pero no estás presente.
Es una especie de monólogo, que no es monólogo, porque es una entrevista ficticia, una entrevista que nunca ha sucedido entre el padre y el hijo, pero el hijo está omitido, su participación está omitida, es como una presencia, solamente se ve el fluir de la voz del padre y la discusión con el hijo, pero ante el silencio del hijo. Yo sabía que no quería que estuviera mi voz porque entonces la novela sería una novela sobre Emiliano. Además, me dio la oportunidad de cumplir una de las obsesiones que he tenido siempre: Beckett, en una de sus últimas entrevistas antes de morir, dijo que se había dedicado toda su vida a buscar la voz de su silencio. Es una frase que me ha acompañado siempre, en la que pienso mucho cuando trabajo y encontré aquí la posibilidad de darle voz a mi silencio.
Este libro también es una reflexión sobre la masculinidad y el machismo en México.
Originalmente mi proyecto no era hacer una novela sobre el machismo y la masculinidad, era hacer una novela sobre la fuga, sobre el abandono, sobre la intimidad, y en el proceso comencé a entender que hablar de todo eso en una familia mexicana como la mía, como muchas otras de las familias mexicanas, sobre todo las que venimos del norte de México, tenía relación con la masculinidad, o más bien, sobre la imposibilidad de la masculinidad por las marcas y los disfraces del machismo. Es una novela que al final terminó explicando todo lo demás a través de esa figura o de esa lesión del machismo que en la generación de nuestros abuelos era una herida en carne viva y en nuestra generación es una cicatriz, pero que sigue estando ahí, y que sigue siendo, digamos, el hilo central sobre el cual se entretejen las historias familiares, desgraciadamente.
Al leer esta novela pensé sobre la forma en la que muchas familias, especialmente mexicanas, se sostienen a pesar de tantos problemas que puedan tener, y esa forma muchas veces tiene que ver con las apariencias, con no contar todo, precisamente.
Yo siempre he pensado y lo sostengo, que hay pocos países en el mundo que tienen una institución familiar tan dañina como la mexicana. La idea que tenemos de la familia en México es completamente opresiva y deformativa. Es una realidad y creo que los seguimos replicando cuando salimos de la familia, en el barrio, en la comunidad, en la ciudad, en el país. Muchas de las violencias que tenemos hoy en día están marcadas por esa masculinidad herida.
La historia detrás es gran parte de la historia del siglo XX en México.
Todas las familias, además de ser familias, son parte de la historia de su país, y lo que hago en la novela es hablar de la historia de México: la formación del narco-estado, el movimiento del 68 y la guerrilla de Genaro Vázquez en Guerrero. Pero todo eso desde un punto de vista distinto, es decir, aquí no importa tanto cómo surgió el narco-estado, sino cómo el surgimiento del narco-estado alcanza el interior de la familia, cómo el movimiento guerrillero de Genaro Vázquez en Guerrero puede impactar a una familia. Esos momentos de la historia de México son vistos desde la intimidad, que es una manera distinta de tratar de entender la historia.
¿Qué efectos ha tenido la publicación de esta novela en tu familia?
Curiosamente ha tenido peores efectos en mí que en mi familia. Mi familia nuclear la tomó bien, que es la que me importaba. Al final esta no es una novela sobre mi vida, es sobre un aspecto de mi vida, si ésta fuera sobre mi vida sería una novela mucho más García que Monge. Con esa historia paternal de violencia masculina, si sólo fuera eso, no sería escritor ni mucho menos, no sería nada. Lo que soy en buena medida es por todo lo que no está contado en esta novela. Ha tenido el afecto, sobre todo para mí, de agradecimiento de mis hermanos, de mi madre y mi padre que la pudieron leer como lectores, que pudieron separar. Y aunque les dolió mucho, sobre toda a mi madre y a mi padre, ambos tuvieron una reacción muy humana de decir: “es tu trabajo y no te podemos decir que cambies nada”, y la pudieran gozar como lectores, eso fue muy importante. En la familia extendida, con la que uno no tiene tanto contacto, tíos, primos, ha sido distinto, a ellos sí les ha costado mucho más trabajo, algunos están muy enojados, otros me han mandado decir que me van a madrear, y los entiendo, yo me apropié de una historia que era mía pero no solamente mía.
Escribiste una novela sobre migración, Las tierras arrasadas. No puedo dejar de preguntarte cómo ves lo que ha ocurrido con las caravanas migrantes.
Pues me parece que es absolutamente normal y natural que los migrantes centroamericanos hayan entendido, después de mucho tiempo, que tenían que hacer política con el cuerpo, que tenían que migrar en masa para defenderse. Casi todos los peligros que enfrentan cuando cruzan este país que los maltrata y los extermina son consecuencia, en buena medida de la migración individual o de grupos pequeños. Me parece perfectamente natural que estén migrando en masa para que no les podamos hacer nada, y para que sea más evidente y visible, para volverse reales en un país que no quería aceptar que existían. La reacción ha sido mejor de lo que yo esperaba, la ola de solidaridad ha sido enorme, eso me emociona mucho, aunque también hay gente idiota que no entiende.